Mis canciones prohibidas

Mi familia es muy musical (como gran parte de los venezolanos). Mi padre cantaba rancheras, boleros, música popular, tocaba la guitarra, cuatro y teclado, al igual que mis hermanos mayores.

Tengo una hermana cantante de ópera. Yo, con escasa voz, me dediqué siempre a bailar en las reuniones familiares. Aunque canto en el carro y también en la ducha, donde mi público agradecido son los champús.

Este entorno llenó mi memoria de canciones, letras y nombres de compositores desde que era muy pequeña. Tengo el disco duro repleto de esta información que no siempre es útil. Yo era una niñita cuando Luis Miguel empezó a editar discos de boleros clásicos a principios de los noventa, pero ya me los sabía toditos. También conocía a los autores de las rancheras. Y, desde luego, canciones del llano venezolano.

En mi cabeza se mezclaban nombres como Javier Solís, Felipe Pirela, Armando Manzanero, Tito Rodríguez, Rocío Durcal, Juan Gabriel, Lucho Gatica, Roberto Cantoral, Isabel Pantoja, Simón Díaz y Hugo Blanco. Todos, como un gran mezcolanza, se fueron almacenando en mi mente.

Siempre sentí que mis padres eran muy felices en sus reuniones con sus amigos y con esta música con protagonista. Así que un Día del Padre monté una pequeña obra con mi vecina María Alejandra en el salón de mi casa. Ella tenía 6 años, yo tenía 10.

Versionamos un par de poemas para nuestros padres. El segundo acto fue musical. Nos pusimos tacones de mi mamá, cómo no. También unas chaquetas de lentejuelas. Nos maquillamos y nos pintamos los labios rojos como unas corocoras (garzas rojas). Salimos a nuestro improvisado escenario y estaban nuestros padres sentados allí. Pusimos el LP de Rocío Dúrcal bajito de fondo. Nuestras voces se escuchaban más. Cantamos a todo grito: “Me gustas mucho”. Destacaron nuestros ademanes y nuestro histrionismo infantil. El público aplaudió y rió a carcajadas. Han pasado décadas y todavía recuerdo hasta cómo adornamos las mecedoras de mimbre para que se sentaran los dos padres homenajeados ese día de junio: el señor Stabilito y Brígido, mi papá. Ambos ya no están en este mundo.

Hace pocos días iba caminando con mis tres capas de ropa, mi abrigo, bufanda y gorro por la estación de metro Avenida de América (Madrid). Llevaba prisa porque tenía una reunión. De pronto, desde una esquina sonó una voz femenina, vestida con traje regional mexicano, con micrófono en mano que cantaba la estrofa:

“Que conste amor que ya te lo advertí que no

Descansaré hasta que seas mío no más

Pues tú me gustas de hace tiempo

Mucho tiempo atrás…

Me gustas mucho. Me gustas mucho tú”.

Les juró que reventé en llanto y me quedé parada viéndola mientras las lágrimas salían a lo Candy Candy. Ella cantaba, bailaba y me miraba. Yo me secaba la cara y la escuchaba, pero seguía llorando incontrolable.

Ella terminó y me dijo con voz rajada a lo Alejandra Guzmán: “¡No le llores! ¡Todos son unos perros desgraciados! ¡No se lo merecen!”. Me hizo reír. Me sequé del todo y en ese momento entendí que, aunque papá murió hace dos años y medio, sigo teniendo canciones prohibidas. Hay temas que te pillan por el cuello, te estrujan y te dejan sollozando. Es mejor guardarlos, hasta que añejen, hasta que la pena en vez de llanto, te saque una sonrisa.

¿TIENES TÚ CANCIONES PROHIBIDAS?

NO DEJES DE LEER EL BLOG DE BRIAMEL: “LA RORRA EN EL TECLADO”

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