Cómo sobrevivir al reguetón y al perreo sin morir en el intento

Cómo sobrevivir al reguetón y al perreo
Cómo sobrevivir al reguetón y al perreo

Tener 13 años, vivir en República Dominicana y no dejarse arrastrar por la presión social del reguetón es una empresa complicada.

Todos, absolutamente todos, no importa la edad, clase, profesión, todos aquí oyen reguetón… y, lo más grave, bailan reguetón o “perrean”, que es el término correcto.

Primer día de clases: Sobrevivir al perreo en la infancia

Estábamos recién llegados al país, hace 2 dos años. Mi hija Valeria llegó al colegio y ya el año escolar había comenzado. 6to. grado.

Cuando la fuimos a buscar a la hora de la salida, se subió al carro y lo primero que dijo: ¡Adivina qué me pasó! Yo no tenía ni idea, empecé a decir cualquier cosa que me pasó por la cabeza: ya tienes un amigo/a, tuviste examen, alguien te robó la lonchera, te caíste.

Por supuesto, no atiné, así que ella prosiguió:

Cuando entré al baño en el recreo, me encontré con una niña, estaba sola, creo que es de mi grado. Tenía las manos agarradas al lavamanos, las piernas medio dobladas y comenzó a “perrear”. Si mamá, estaba “perreando” con el lavamanos. ¿Puedes creerlo?

Mis ojos se pusieron como un plato. –¿Sin música?, le dije. –Sí, sin música, me respondió.

(Luego me reí de mi pregunta, creo que no se me ocurrió más nada en ese momento).

¡Cómo iba a adivinar! Nunca iba a acertar algo así. Por más creativa que sea, jamás se me habría ocurrido imaginarme una escena donde una niña, de diez u once años, “perrea” con el lavamanos del baño del colegio durante el recreo.

Increíble, ¿no? Pues sí, fue real.

Saber perrear

Hay una especie de código entre las niñas: debes saber “perrear”.

Me imagino que la que estaba en el baño solo practicaba para que, cuando llegara la hora de demostrar en público, poder lucir sus dotes y , en consecuencia, formar parte del grupo.

En fin, esto último son elucubraciones mías.

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No me gusta mucho el reguetón, me decía Valeria, pero no puedo dejar de reconocer que tiene un ritmo contagioso. De pronto, me conseguí con que, al oír las canciones, se sabía la letra, por lo menos el coro. Tragué grueso.

–¿Tú te has puesto a escuchar las letras, hija?

–Sí mamá, son horribles

–Y si son horrible, ¿Cómo oyes eso? ¿Cómo te las sabes? Le pregunté alarmada.

–En el transporte oímos las canciones porque la señora pone emisoras de radio donde solo suena reguetón, y las repiten tanto que termino tarareando y aprendiéndome las letras.

No la puedo sacar del transporte, ¿Qué hago?

Me di cuenta de que no todo está perdido al hablar de reguetón

A mediados de año, un profesor dividió el salón en grupos, les asignó una canción de reguetón y los puso a analizar la letra. ¡Aplausos para él!

Después debían decir las agresiones que escucharon contra las mujeres.

Algunos reflexionaron y encontraron lo que todos, con cuatro dedos de frente, ya hemos descubierto: la vejación y utilización de la mujer como objeto sexual.

A otros niños, el despertar de las hormonas no los dejó pensar y rieron. A unos pocos les dio exactamente igual. Pero que esta actividad haya despertado en unos cuantos cierto nivel de conciencia, ya es un avance.

Valeria, siempre feminista, comenzó a criticar en voz alta las letras y el baile. En el colegio andaba con sus audífonos oyendo otro tipo de música. Con esto se ganó que la tildaran de creída, privona.

Así entendió que no podía juzgar a aquellos a los que sí les gustaba el reguetón. Cada quien con su vida, mamá. En realidad, en casa siempre le hemos enseñado el respeto por todas las opiniones y gustos, por más diferentes que sean de las suyas.

¿Qué más podía hacer yo que recordarle el respeto por la diversidad y al mismo tiempo reforzarle sus convicciones?

Aunque lo que me provoca es regresar el tiempo y quemar el estudio de grabación donde por primera vez algún desadaptado se le ocurrió grabar una música así y difundirla. ¡Calma!

Tú no “perreas” ¿Y cómo vas a conseguir novio?

Los días de colegio fueron pasando. Valeria se fue adaptando. Pasó el año y se encontró en secundaria. Ahí el tema reguetón comenzó a ser más rudo. Comenzaron las fiestas, y el “perreo” se volvió la herramienta por excelencia para tener amigos. Y todos sabemos que, cuando se es adolescente, lo más importante son los amigos.

La presión del grupo se hizo inaguantable. Si no “perreas” eres un bicho raro, más parecido a un insecto que a otra cosa. Los consejos y el apoyo en casa para que se mantuviera firme en sus convicciones siempre estuvieron, pero afuera todo era muy diferente.

Valeria decidió no criticar más. Cuando todos “perrean”, ella baila payaseando para demostrar que lo hace muy mal y que así todos se rían con ella.

A veces el humor y reírnos de nosotros mismos nos salva de situaciones muy incómodas en la vida. ¡Qué bueno que ya aprendió esa lección! Continúa con sus audífonos oyendo lo que le gusta, pero sin criticar los gustos de los demás, otra lección aprendida: la tolerancia y el respeto.

Sin embargo, las compañeras siguen preguntándole si no sabe “perrear” y ahora agregan: ¿Cómo vas a conseguir novio? como si el “perreo” fuera una condición imprescindible para alcanzar el amor o tener una relación.

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Me pregunto si esta generación logrará conocer algún día el romance, aquel que está cargado de palabras de amor, sutiles y edulcoradas, de acciones tiernas y gestos sensibles.

¿O simplemente las mujeres se dejarán llevar a la cama al ritmo de la frase: “mamita ven pa`date lo tuyo”? Yo no quiero eso para mi hija. Quiero que ella viva, y sea capaz de dar y recibir muestras de amor sincero, bonito y romántico.

Y, cuando decida ir a la cama con alguien, sea porque se enamoró o porque así ella lo decidió. Nunca porque la convencieron con una barrabasada como la que dice Bad Bunny en una canción: “A 200 millas en un jet ski… si tú quieres te lo meto aquí”. ¡Nooo, así no!

Como padres tenemos una cruzada por delante. Niñas y niños cantan estas canciones sin pensar, sin detenerse a analizar lo que dicen o bailan. Repiten como loros frases llenas de violencia y agresiones.

En nosotros está formar una generación crítica, que exija, que piense. ¡Vaya responsabilidad!

Yo he decidido asumirla, ¿y tú?

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