La número tres

Empezaré diciendo que soy la tercera de cuatro hermanos. Que con mis hermanos mayores me llevo diez y ocho años y con la menor me llevo seis. Que mi madre usaba la “T de cobre” cuando se quedó embarazada de mí y se terminó enterando de que yo venía en camino cuando ya tenía cuatro meses de gestación. Cuando le decía a mi padre entre risas: “Es que fui un pelón y mi segundo nombre debería ser T de cobre”. Él fruncía el ceño y decía: “¡Qué va! Fuiste una hija muy, pero muy deseada”.

Lo decía con todo su amor, pero es obvio que yo no estaba en los planes de nadie. Sin embargo, llegué con la fuerza de una cesárea para desequilibrarle el presupuesto a esta familia.

Esta breve nota autobiográfica viene a cuento porque siempre le comento a mi madre (entre risas y para hacerla rabiar), que hay miles de fotos de mis hermanos cuando eran pequeños, y que estuvieron en miles de actividades extraescolares y yo no (mis hermanos mayores tocan el cuatro, piano, jugaron fútbol, baloncesto, gimnasia, ballet, etc. Y yo, como mucho, estuve en el grupo cristiano del colegio).

Ella se enfada y se justifica. “Yo ya había pasado muchos años sentada hoooooras en canchas de básquet, de tenis, corriendo de un sitio a otro, siendo chofer de tus hermanos. Ya estaba que no podía más. Además, yo siempre te quería meter en cosas y te negabas”. Claro, ella me quería meter en un sitio donde hacían danzas regionales y yo quería cantar. Por suerte, ninguna de las dos cosas ocurrieron.

No se confundan. No hay resquemores en mí. He gozado siendo la hija número tres. Me he divertido. Pillé a mis padres resabiados, con más edad y menos meticulosidad. No tuve que luchar por permisos, ni horarios de llegada, ni dar demasiadas explicaciones sobre mis deberes escolares. Ya mis hermanos me habían abierto el camino. Además jugué mucho con mi hermana menor. Era mi muñeca favorita.

Si de vez en cuando saco esta conversación sobre ser la número tres es para chinchar a mi madre, que se ríe y se ataca a la vez. La conclusión más lapidaria de ella siempre es: “¿Quién se fue del país? ¿Quién ha cambiado de trabajo y de ciudad todo lo que ha querido? ¿Quién se buscó por su cuenta universidad y donde vivir en Caracas? ¿Quién ha hecho lo que le ha dado la gana? Pues tú. Será porque has crecido sana y libremente, así que no te quejes”.

Y no me lamento. Para nada. Pienso mucho en esto cuando veo a mis amigas que tienen más de un niño y se quiebran la cabeza para encontrar el equilibrio, hacen malabares para atenderlos a todos por igual, para darles la atención debida, para que nada se les escape, para que todo esté bajo control, para tratarlos con justicia.

Desde mi experiencia como no madre y sobre todo como hija, siempre les digo que puede ser que algo les falle en la ecuación, pero que el amor y el tiempo dará respuestas sólidas, contundentes e inesperadas.

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la rorra en el teclado

Foto: Pixabay.

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