Mi primera mamografía

Para mí, como mujer, los 35 años es una edad que siempre estaba marcada como un paso a la adultez total, a sentirme una mujer madura, “una tipa grande”.

Y la razón fundamental de esto es porque a esa edad, generalmente, se recomienda hacerse la primera mamografía (siempre y cuando no se presenten síntomas o sospechas de algún tumor fuera del orden común).

Yo siempre escuché de boca de mi madre y de mujeres “grandes” de mi familia, que éste era un “examen doloroso”, en el que “aquellas” -ustedes saben de lo que hablo- eran tratadas como pelotas ajenas a cualquier cuerpo que siente y padece.

Pues bien, con esto en mi cabeza por mucho tiempo, llegaba la hora de enfrentarme a este “examen” que en mi caso, es un estudio de rutina y control recomendado por mi ginecóloga. Debo decir que me hice el estudio pocos días antes de escribir esto, y ahora tengo 37 años. Así que, como verán, retrasé dos años aquella recomendación.

EL MOMENTO DEL EXAMEN

Hago el salto hacia ese día. Con mi turno en mano y esperando a ser llamada por mi nombre, leo un libro en la sala de espera. Escucho el “Pereira, Sonia” y con terror, entro al cuarto donde está la máquina para la evaluación. Paso a quitarme la camisa y el corpiño y me acerco a la máquina donde me espera la señora que amablemente se encargará del asunto.

Primer movimiento: toma mi mama izquierda y la manipula con total naturalidad y destreza. Una vez posicionada viene el ruido, la máquina comienza a moverse y a cerrar ambos extremos para apretar lo suficiente y tomar las respectivas muestras, radiografías o como técnicamente sean llamadas. Cuando es el turno de la mama derecha sentí un alivio indescriptible, en mí había una angustia y una predisposición por el dolor, ese del que tanto había escuchado. 

Cuando todo terminó, dije: “¿Listo? pensé que esto era mucho más doloroso” mientras la señora manipulaba la segunda mama para ser evaluada. A lo que ella respondió: “Cada caso es distinto. Incómodo sí puede ser, pero doloroso no creo; sólo es un leve apretón”.

Lo cierto es que no hubo dolor, al menos no fuerte e insoportable que me hiciera llorar o desear no haber cumplido nunca los 35. Ese día pensé, incluso, que no podía ir a trabajar, imagínense lo que estaba en mi cabeza. Quizá, la experiencia de mi madre fue muy dolorosa, porque sé que no le gustó; pero también sé que estaba llena de nervios por el momento y los resultados (eso influye, sin duda).

El punto por el que escribo y comparto esto, es porque algo que puede ser muy simple y sencillo como una mamografía, es mitificado de una manera tal que nos lleva “por el camino de la amargura y preocupación” por días, meses y años. Se trata de las expectativas que nos hacemos sobre todas las cosas que nos rodean.

Es importante sacarnos de nuestro sistema esa predisposición al dolor y a la catástrofe. Yo aprendí que la medicina avanza igual que la tecnología, y seguramente la primera vez de mi madre no se puede comparar con la mía, por lo tanto es razonable que mi experiencia fuese totalmente distinta.

La mamografía es un estudio necesario de prevención, al igual que la revisión y el tacto constante en nuestras mamas. Y nuestro doctores son los guías para conocer sobre su estado ¡Confiemos!

¡Ah! debo decir que después de esto sí me siento una mujer grande, “una tipa”, porque esto me dio la oportunidad de conocerme en otra etapa, me hizo sentirme responsable, mucho más, con mi cuerpo y lo que hago con él.

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Ilustración: Sonia Pereira

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