Mi vida depende de un like

Sí, lo confieso… Caí en la trampa de las redes sociales; de hecho, debo decir, que para jugar con mi ánimo, posteo una foto en mi Instagram personal para que cada like y comentario me recuerden lo linda, inteligente o divertida que soy.

A decir verdad, esto me parece un poco triste.

Pensaba que no me sucedería, pero así funciona esto. Las redes sociales son mi lugar de trabajo, pero también el sitio donde nos exponemos mi hija, mis amigos, mi familia, mis paisajes, mis gustos y mis selfies ¿Por qué existen las selfies? No lo sé. me imagino que existen y sirven precisamente para subirle la autoestima a uno.

Las redes me gustan porque me mantengo conectada con la gente que quiero y esta gente me reconoce, se acuerda de mí o se imagina lo feliz que vivo.

Tampoco vivo una vida miserable, para ser honesta; ni voy a decir que lo que posteo es mentira. No lo es. Todo es verdad absoluta; pero siento que pierdo más tiempo pensando en la foto o el mensaje perfecto, del momento perfecto, de la palabra perfecta, del filtro perfecto que publicaré en mis redes y… se me olvida vivir esa foto, ese momento, esa palabra ¿A ustedes no les pasa?

Y si el post no funciona, cuestiono la foto, el mensaje, el color, mi apariencia y mi falta de estrategia (porque ahora todo es una estrategia), como si esto se tratara de un marketing de vida en el que la aprobación es fundamental y los “me gusta” definen qué tan bueno será tu día y tu ánimo.

Hablando de estrategia, me da una ira tremenda cuando me doy cuenta de que a la mayoría de la gente lo que le gusta es el chiste y el negro de WhatsApp, y cuando me pongo seria, cuando planteo temas que deberían importarnos a todos, cuando trabajo por generar contenidos de calidad, el resultado es un fiasco y la frustración se apodera de mí.

Algunas personas han llegado a preguntarme si tengo tengo problemas con mi esposo…

¿Problemas con mi esposo? ¿Por qué? ¿Porque no aparece en mi Instagram? Es raro que últimamente la báscula que mide cómo te va en la vida, es Facebook o Instagram. Si no aparecemos por ahí, no existimos y nuestra vida no tiene contenido.

Quisiera purgarme de semejante trajín, de mirar el teléfono a cada rato a ver cuántos me dijeron lo bonita que estaba o lo avispada que es mi hija.

Ojo, no es que después de este post cerraré mis redes y me meteré en una cueva a vivir de la caza y la recolección; pero lo que soy yo, necesito una dieta de esta vaina ya ¡Porque se me sale de las manos! ¡Porque me vuelvo autómata! ¡Porque no juego bien con mi hija o no le paro bolas a mi esposo cuando me habla! ¡Porque dejo de mirarme en el espejo para mirarme en una foto con filtro!

En vista de todo este agotamiento mental, de los likes que espero, de los que no llegan, de lo que funciona y no funciona en las redes, yo creo que lo primero que hay que hacer es tomar conciencia de cuánto usamos el p”·%% celular y cuánto dependemos de la mirada y aprobación de la gente.

No tengo muy claro cómo solucionar esta nueva manera de agobiarme, no creo que sea dejando de postear fotos; pero creo que hay que aprender a despegarse de eso, a soltar, a no esperar nada de nadie, sino mostrar lo que queremos mostrar y ya. Suena fácil, pero para la gente que trabaja en esto no lo es.

Seguiré estando, ¡Sí, señor! ese es mi trabajo; seguiré celebrando likes o compartiendo momentos en mi Instagram; pero cuando pierda el norte, cuando me vea “planificando una foto” o cuando me aparte de la vida real, trataré de aterrizar, de ser más consciente, de estar más presente, de despertar de ese mundo de fantasía, de empezar a gustarme yo sin necesidad de postear un selfie (que el selfie sea mi entretenimiento, pero no mi brújula).

Yo creo que ahí está la clave.

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Foto por: Adam Jang en Unsplash

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