Quiero pedirles perdón a todas las madres que leen este artículo

Quizá sea eso que llaman ¨ madurez¨ – estoy más cerca de 40 que de 30- pero últimamente he sentido una necesidad enorme de decirle a cada madre que conozco, y a las que no también, que perdonen la ligereza verbal que he solido padecer incontrolablemente, y en más de una ocasión, ante la maternidad (también entran acá mis pensamientos).

No tengo hijos aún, así que eso me convierte en solo una espectadora que se ¨imagina¨ el agotador rol de ser mamá, sin ni siquiera haber comprado el ticket de entrada.

En muchas, pero muchas ocasiones, pensé y hasta dije frases clásicas como: ¨si fuera hijo mío, haría…¨ ¨si fuera yo no le daría lo que pide¨  ¨creo que no deberías perder la paciencia con la niña¨  ¨por qué toda tu vida debe girar en función de tu hijo¨, sin detenerme a ver que ahí, en ese rol de madre que la sociedad espera que sea perfecta, continúa una mujer como yo, humana, agotada y hasta insegura.

El día que me senté a pensar en la carga que le endosaba a mi hermana, a mis amigas y hasta a mi propia madre por el hecho de tener hijos me sentí fatal. En mi mente solo existía un personaje ficticio, de esos que solo encuentras en películas de Hollywood o en alguna serie romántica. Creía que ellas -las madres- pasaban a otro rango de la cotidianidad, donde lo prohibitivo debía ser una regla imperante en su día a día para criar hijos de bien y que ¨sacrificio¨ y ¨abnegación¨ debían ser sus segundos nombres.

Solemos cometer serias ligerezas ante los escenarios que imaginamos -esos que creemos saber porque leímos un libro- a la realidad que vive cada persona en carne propia. Y con la mano en el corazón debemos admitir que esto lo hacemos más de lo que nos podemos dar cuenta con cualquier tema que vemos como espectadores.

En el caso específico de la maternidad hoy quiero reivindicarme con cada una de las que son madres y han sufrido la pesadilla de tener a la amiga ¨experta en resolución de conflictos maternos¨ (léase en tono sarcástico) sin ni siquiera tener un perrito de mascota a su cuidado. Y para aclarar el punto, no se trata de que solo se pueda opinar si se tiene o no hijos, no, se trata simplemente de mantener la empatía por encima de todas las cosas libre de juicios y etiquetas.

Es necesario parar las luchas entre nosotras mismas en cualquier ámbito. En mi caso lo hice con las mujeres que son madres y la verdad fue liberador.

Comprendí que al igual que le llevo una sopa de pollo a mi amiga que sufre una depresión severa porque terminó con su novio, lo podía hacer con la que ahora es madre y que ni tiempo le ha dado de quitarse la pijama; entendí que antes de imponer mi criterio ante lo que yo creo que es ¨lo correcto¨ debo solo hacer una pregunta: ¿cómo puedo ayudarte?; accedí a cargar a cada bebé o pañalera de cuanta madre vea atiborrada en la fila de un supermercado -siempre que ella así lo permita- para que ésta pueda sacar el monedero de su cartera sin que le dé una contractura muscular; a recordar en llevar pañuelos y toallitas húmedas siempre en mi cartera: lo primero para la madre que de tanto cansancio físico y mental seguramente llorará mientras sostiene una conversación y lo segundo para limpiar todo lo que amerite ser limpiado con el bebé; supe que antes de preguntarle a mi amiga ¿Cómo está el bebé? primero debía preguntarle cómo estaba ella e implanté un protocolo de visitas a la hora de conocer un recién nacido: debo llevarle un detalle al bebé y otro a la madre.

Y por sobre todas las cosas he fijado un mensaje mental con todas aquellas mujeres o amigas cercanas que tienen hijos: ¨LAS MADRES TIENEN INMUNIDAD¨. Esto me lo repito cada vez que escribo o llamo a alguna de ellas y me contesta a los tres días.

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