Ser mujer en Venezuela y no morir en el intento

Ser mujer en Venezuela es un acto de valentía que no comprenden mucho otras mujeres latinoamericanas.

Les voy a decir por qué…

Primero, por aquello de la falta de solidaridad eterna entre el mismo género, pero además, porque solo naciendo y viviendo aquí se entiende a cabalidad el problema, en este país tan extremo, líder en analfabetismo, embarazos precoces, violencia de género y discriminación aspectista (aquella discriminación que tiene como base la apariencia de la persona, sobre todo las de tallas grandes).

Sin embargo, irónicamente mi país es “bendito” y destacado porque tiene no sé cuántas coronas en belleza… Pero ese es otro cuento.

No es un secreto para nadie el proceso político que desde hace 18 años se vive en Venezuela, cosa que ha complicado considerablemente vivir aquí.

¡Nos ha afectado en todo!

A la mujer venezolana le toca ser de todo: mujer, mamá, coach, esposa, ama de casa, administradora del hogar, trabajadora, amante, maestra, chef y un largo etcétera.

Dependiendo del estado civil, la vida de una mujer en Venezuela podría significar una tragedia distinta.

Si eres soltera ¡Uff! ¿Por dónde empezar?

Hablar de futuro se ha convertido en un chiste amargo, de esos que mejor no se cuentan. Independizarse económicamente es imposible, con una hiperinflación histórica en la economía contemporánea, en franco y ridículo progreso, donde por mes –siendo profesional- se ganan USD $11 mensuales y si te alcanza para comprarte un chocolate, no te alcanza para pagar el pasaje del autobús, literal. Comprar carro en un país donde además está paralizada la industria automotriz, es imposible también; y ni hablar de tener apartamento propio o alquilar uno (es un sueño, nada más).

Los casos de hijos casándose y arrimados con los padres y abuelos, porque no tienen alternativa, son mucho más comunes y ya se ve en todas las esferas económicas.

Tener hijos es casi una osadía y una tarea de valientes. Sin sistema sanitario, seguridad, pañales, medicinas y toda la cadena de cosas que necesita un bebé, criar a un niño en estas condiciones es titánico.

Y si juntamos lo mencionado al principio con esto: ¡Bingo! El famoso chiste de “Vas a terminar sola criando gatos”, se convierte en una horrenda realidad. (Aunque tampoco hay herramientas para cuidar mascotas, así que el dicho no tienen sentido).

No hay adjetivo que pueda ser lo suficientemente descriptivo, ilustrativo y amplio para explicar la franca tristeza y desesperanza que nos arropa a las solteras en Venezuela.

Vale decir que más de 3 millones de mujeres son madres solteras.

Para quienes nos leen fuera de nuestras fronteras, entiendan un poco mejor el horror que puede representar ser mujer en Venezuela, me tomé la molestia de recoger las experiencias de varias mujeres de mi país. Y éstas fueron sus respuestas:

Rosa (Casada con un hijo)

Como hija, madre y mujer en esta época que me toca vivir, me siento angustiada al ver a mi padre enfermo sin poder conseguirle sus medicinas. Como madre, a veces quiero llorar por no tener cubiertas las necesidades básicas de mi familia, esto significa sentarse cada noche a pensar qué inventas para cocinar al día siguiente. Significa vivir con un nudo en la garganta al dejar a mi hijo en la universidad y casi no poder respirar hasta que regresa a casa. Significa ver cómo va desmejorando tu calidad de vida y que ya ni puedes disfrutar de un rato para ti, para respirar, para vivir.”

@vikuna_matata

Como madre es un completo malabarismo tratar de que los chicos no se enfrenten con la cruda realidad”.

Claudia (Recién casada con una hija)

Para mí, vivir en este país es sinónimo de una lucha constante: Como abogada, luchando por hacer lo correcto y lo mejor posible para la gente; como funcionaria pública, tratando de dar un buen servicio aún en momentos difíciles; como madre y esposa, tratando de sacar adelante a mi familia, aún cuando el país está en crisis y tratando de enseñarle a mi hija valores, aún cuando la sociedad está tan descompuesta. Como venezolana, con el dolor de ver a mi familia dividida por razones políticas y sabiendo la realidad de los presos políticos debido a la situación de mi hermano. Vivir en este país es una constante oscilación entre la lucha y la desesperanza, entre la frustración y el optimismo. Pero vivir en Venezuela como mujer es quizá lo más difícil de todo, porque estamos sometidas a más presiones por cuestiones de imagen y también por el machismo imperante”.

María (Divorciada con un hijo)

“Fácil no es nada; pero con el sistema de gobierno que tenemos desde hace tanto tiempo, menos (a menos que tengas palanca para poder tener un buen cargo), y lo digo con base porque fui funcionaria pública y me botaron “por ser espía de la CIA”, causa que obviamente no era cierta. Ya por ahí, como profesional ha sido cuesta arriba, por otro lado soy divorciada y madre soltera; poder tener un patrimonio es tan difícil, es casi un trabajo imposible. Alquilar o comprar un inmueble, tener un carro o hasta un celular ¡Qué horror que un teléfono sea tan inalcanzable! Ha sido duro pasar largas jornadas haciendo colas (filas) interminables para conseguir fórmula o pañales, y luego de varias horas, te dicen que se acabó el producto. Esto genera una impotencia grandísima, ahora a mí me toca el tema de los colegios y guarderías y al ir averiguando las tarifas, entre otras cosas que mi hijo necesita, dices: ¿Cómo carajo hago vida en mi país?

Beatriz Camacho (Casada, con un hijo)

“Bañarnos con agua caliente es un lujo. En mi casa, casi nunca hay agua y ésta llega a horas diferentes, entonces si me levanto a las 2:00 am y hay agua, aprovecho para lavar ropa. Mi vida se basa en encontrar comida para mi casa y pañales y leche para mi hijo. A la mujer venezolana se le va el 99% del tiempo en conseguir productos para comer o productos de higiene personal, buscar medicamentos o pagar servicios. Aquí es demasiado difícil todo, sacar dinero del cajero es complicadísimo, los bancos dan poquita cantidad de dinero y ese dinero no te alcanza, me he quedado encerrada en el estacionamiento por falta de efectivo. El único calificativo que le puedo dar a todo esto es que la calidad de vida de la mujer venezolana de clase media es deplorable. No hay capacidad de comprarte un par de zapatos nuevos y la plata solo da para comer. Si tienes hijos, debes permanecer encerrada, porque la calle es muy insegura”.

……….

Tener una vida normal, hablar de trivialidades como cualquier mujer en cualquier parte del mundo, es algo que si me preguntan, no conozco desde hace 18 años; mis conversaciones y mi realidad son, salvando las diferencias, las mismas que pudiera tener una mujer en un país en guerra: tristezas, tragedias y problemas sin acabar. Puedo conversar con pasmosa tranquilidad de las dos veces que me secuestraron, de los amigos que la delincuencia me ha arrebatado, y temas igual de escabrosos que nadie, en ninguna parte debería tener como rutina; pero esa es mi vida, la de una venezolana que trata de sobrevivir entre tantas cosas…

En mi caso, me encantaría hablar de mi pasión que es la moda, de todo lo que he estudiado y aprendido de la materia. Me gustaría tener conversaciones de esas que tienen tantas otras mujeres de mi edad. Tener mis hijos, mi marido, celebrarlo en una portada de revista, que es lo que hubiera ocurrido en mi situación, en circunstancias normales. Intercambiar mensajes con mis amigas de las nuevas tendencias del fashion o de si vieron lo estupendo que le quedó a fulana el vestido en tal premiación (En este momento, no hay cabida para eso).

Miren, yo me levanto, me quiero bañar y no hay agua; como no logro bañarme, uso algunas toallas húmedas; me maquillo (eso sí, racionando el maquillaje, porque maquillaje no hay y si hay, es incomprable). Llego a mi oficina y por cuarto día no hay Internet, no se puede trabajar, cuarto día perdido, no puedo hacer nada; voy a buscar en farmacias y supermercados cosas que estén faltando en casa, tampoco las consigo; paso horas haciendo filas y no consigo nada. Cuando llego a mi casa, agradezco que pude llegar y que no me robaron y agradezco que mis padres llegan vivos y no los robaron ni los secuestraron. La conversación de mesa es sobre la gente que han matado y lo cuesta arriba que se ha hecho sobrevivir;  nuestra nevera está vacía y estamos presos en nuestro propio hogar y la única distracción es mirar en las redes sociales cómo la cotidianidad nos destroza. Ese es un día normal para mí.

Mientras estoy redactando este artículo, estoy pensando cómo hacer para conseguir toallas sanitarias, a la par que leo a tres amigas que buscan con urgencia medicinas para sus familiares, mientras en el fondo tengo a mis padres, hablando bajito para que no me deprima más, sobre donde conseguir pan. Conocidos en redes sociales con desespero, están armando fundaciones para evitar que más niños sigan muriendo de desnutrición y yo estoy viendo cómo ayudar.

Nos han robado la paz, la tranquilidad, la democracia y la posibilidad de tener un futuro en este país. ¿Cómo hacer vida? ¿Cómo casarte? ¿Cómo aspirar a la independencia si aquí no se puede hacer nada? Porque aquí, hasta la cobija nos la robaron…

Foto principal: Rafael Hernández / @sincepto

Fotos internas: Jennifer Barreto-Leyva y Patricia Moreán Pérez

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