Serías más bonita si…

Completa la siguiente oración: Serías más bonita si…

De seguro, si hacemos memoria, todas en algún momento hemos tenido que escuchar esta frase. Muy probablemente a temprana edad, de boca de algún familiar que ¨sin mala intención¨ se acercó para recordar que ¨serías más bonita si dejaras de llorar¨ o de aquel novio que ¨por tu bien¨ te indicó que ¨serías más bonita si no rieras tan alto¨.

No quiero que este escrito suene a que no podemos recibir alguna sugerencia -no me gusta utilizar la palabra consejo- que nazca bajo el sentimiento genuino de estima que alguien puede sentir por nosotras. De lo que va realmente todo esto es sobre la importancia de las palabras y cómo la preocupación de terceros pueden hacer profundos daños en el autoestima de cada persona.

En mi caso podría escribir una larga lista de sugerencias que escuché desde que tengo uso de razón, pero la que quiero compartir en este escrito fue la que TUVE (lo escribo en mayúsculas porque jamás pedí una opinión sobre el tema) que oír cuando trabajaba como periodista por parte del que era mi jefe en ese momento: ¨Betty serías más bonita si te hicieras las lolas¨ – hacerse las lolas es una expresión muy utilizada en Venezuela para referirse a la colocación de implantes de silicona en los senos o lo que se conoce también como mamoplastia de aumento-.

Recuerdo que su incontinencia verbal la sufrió delante de todo el equipo de trabajo que me acompañaba luego de cubrir una pauta: camarógrafo, fotógrafo, asistente y el señor que manejaba el carro que nos transportaba -todos hombres-. Nadie se atrevió a secundar el comentario sino a esperar mi respuesta.

Lo primero que sentí fue lástima por él. Me hablaba un hombre lleno de complejos físicos que sencillamente quería contagiarlos -como una pandemia- a todo ser que estuviera a su lado. Insultarlo jamás pasó por mi cabeza a pesar que el comentario rompe los esquemas del respeto y profesionalismo. Mi respuesta se centró en aclarar que me encontraba perfectamente en armonía con cada parte de mi cuerpo y que contaba con algo poderosísimo que jamás se puede conseguir en un quirófano: cerebro.

Nunca más se dirigió a mi por algo que no fuera de trabajo. Sin embargo veía desde mi escritorio cómo iba quebrando la seguridad del resto de las mujeres que trabajaban en el departamento de prensa, escudándose bajo la preocupación que sentía de decirles qué cosas debían mejorar para que lucieran más ¨bonitas¨.

Ahora me detengo a pensar en cuál es el empeño de la sociedad en encajar todo hacia ¨lo bonito¨ como único atributo mágico e inequívoco para ser feliz. Muchos repiten frases icónicas como ¨el poder de las palabras¨ pero creo que pocos piensan en la onda expansiva que pueden provocar las sílabas pronunciadas en conjuntos a la ligera.

Cada vez que escucho a una madre decirle a su hija que si no come se va a poner fea o a un padre argumentar que el fútbol no es para las niñas bonitas, mi corazón se detiene. Siento que están alimentando un pozo profundo de inseguridades y complejos a mediano plazo.

Ni hablar entonces de cómo crecen buscando siempre obtener la aceptación del entorno y que todo en la vida cobra sentido cuando alguien les dice ¨que bonita estás¨.

Es por ello que, desde hace algún tiempo, me comprometí conmigo misma a trabajar mi seguridad y autoestima, siendo gentil con cada aspecto de mi físico y personalidad, a aceptarme como soy y de haber algo que quiero cambiar a trabajar con disciplina. De la misma manera cuido cada frase que puedo dedicarle a los que me rodean, porque muchas veces lo que para alguien podría ser motivador para otro puede resultar aterrador.

Hagamos el ejercicio entonces de observar qué palabras le dedicamos a nuestros seres queridos y cómo éstas pueden funcionar -para bien o para mal- con el pasar de los años. Y ante cualquier  ¨serías más bonita si…”

Concentrémonos en pensar que el mundo sería más bonito sin tantos opinadores de oficio.

Foto: Pixabay.

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