Yo acepté que soy todo lo que mis hijos necesitan en una mamá

Me hice madre a los 21 años y debo confesar que aunque siempre soñé con ser mamá, nunca pensé que iba a serlo a tan temprana edad.

Quedé embarazada de mi novio de hacía 5 años y fue entonces, cuando por primera vez fui consciente de que la vida puede cambiar de un momento a otro. En menos de 10 meses cambié lo textos universitarios por una pañalera, las conversaciones sobre música y presuntos viajes a realizar, por conversaciones acerca de cómo educar, cómo alimentar a un bebé y cómo organizar un vida familiar.

Dejé de ser solo yo, para empezar a ser familia.

En lo que he vivido como mi proceso en el Ser Mamá, fue para mí muy curioso no recordar haber vivido un episodio de esos que se mostraban en la televisión, donde mamá e hijo recién nacido se ven rozagantes; ella amamantando plácidamente, sin rastro de ojeras que reflejen noches sin dormir; tampoco hay rastros de la cara de desencuentro frecuente que sucede cuando no se sabe qué hacer para que tu hijo deje de llorar, o se le quite la fiebre, o se aprenda las tablas de multiplicación al derecho y al revés.

En lo que he vivido como mi proceso en el Ser mamá, me encontré un 18 de septiembre de 1999 con mi hija Paula en mis brazos, y ni siquiera una pizca de asomo de qué hacer.

Como mamá, me he sentido inexperta, cayendo frecuentemente en errores, he sentido inseguridades sobre mis maneras de proceder, sobre las creencias que he forzado en mis hijos, he sentido miedo -que he expresado a través de los gritos-, y que Paula los ha recibido con desconcierto. Sentí por muchos años que no podía equivocarme con ella y que ella tampoco tenía el derecho de equivocarse. Esto lo hacía todo más difícil.

Y ya sé: no se nace con un manual para ser mamá, siempre lo escuchamos, esa es la excusa; pero lo cierto es que esa excusa no resuelve en nada lo antes mencionado, porque cuando yo creía ya tener algo más o menos resuelto con la crianza de Paula, entonces ella cambiaba de etapa y era como estar tratando a un ser completamente diferente.

Esta ausencia del saber hacer se siente aún más, debido a los ideales que nos hemos impuesto en cuanto al Ser mamá. Lo real es que no hay un saber ser mamá, porque toda aquella que ya lo es, es precisamente la mamá necesaria para sus hijos. No hay mejor mamá para los hijos que su propia mamá.

La maternidad es uno de los roles mas idealizados, en otras palabras más difíciles de alcanzar al pie de la letra y que generan gran frustración en torno a algo tan natural e instintivo como Ser mamá. Todo tan condicionado y sobrepuesto para una sociedad acostumbrada a encarcelar sueños, castrar las diferencias y determinar qué está bien o mal.

¡Yo también idealicé la maternidad! y todas estas idealizaciones que me hice, me llevaron a olvidarme de mí por estar cumpliéndole a los demás. Aumenté 20 kilos, me volví irritable, de esas a las que no se le puede contrariar nada y que gozan de la última y única palabra; muchas de las tareas que yo hacía las sentían como cargas y me pesaban en el cuello, en la espalda y de vez en cuando traían consigo alguna bronquitis.

Este era el resultado de cumplirle a todos menos a mí. Mis hijos gozaban de una mamá libreteada, malhumorada, a la carrera y de prisa; una mamá del hacer y la tarea.

Un día amanecí, y simplemente no me aguantaba ni a mí misma. Estaba tan pesada en todas mis dimensiones, que me resultaba muy difícil cargar conmigo. Entonces, empecé a disponer espacios para mi bienestar y mi recreación. Comencé a estudiar disciplinas que siempre me habían llamado la atención y a las que nunca les había dado importancia. Me puse como primera opción para mí, me volví atenta a mis deseos, gustos y sentimientos. Comencé a vivir mi maternidad como uno de los roles que me complementan como mujer y no como el único.

Hoy a mis 41 años, me doy el permiso de vivirme a través de una maternidad menos condicionada por los demás y más fluida con lo que soy y con lo que tengo auténticamente para dar.

Hoy tengo la firme certeza de que Dios no se equivoca, y que me dio los hijos que soy capaz de ayudar a crecer y le dio a mis hijos la mamá que tiene la justa medida para que ellos avancen en la vida. Porque todo y cuanto ha sucedido y como ha sucedido, ha sido necesario para la vida tanto mía como madre, como la de mis hijos en calidad de hijos.

Yo, Angélica María Carrillo Santis, llevo 19 años aprendiendo a ser mamá, aprendiendo a aceptarme en lo que puedo dar y en lo que no puedo dar. Llevo 19 años aprendiendo a que ser mamá no es lo único que me define. Este es un rol muy importante para mí, pero como mujer, sé que tengo otros compromisos muy importantes hacia mí misma.

Paula lleva 19 años creciendo y viviendo con una mamá que ha representado, muy seguramente, ciertos retos para ella; una mamá que ha aprendido a querer con sus aciertos y desaciertos, una mamá que solo le ha podido dar lo que conoce, sabe y puede; una mamá real, en todas sus dimensiones.

Me llevó 19 años poder asentir con firmeza que yo soy todo lo que mis hijos, y solo mis hijos, necesitan en una mamá. ¿Y saben qué? Se siente muy bien, no se nieguen esta oportunidad.

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Foto: Pixabay.

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