Perder a mi bebé cambió mi vida

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Perder un bebé es una situación desgarradora para quien la vive y su familia. En este artículo, Cindy (@soycindyp) nos habla de su experiencia, qué la ayudó a sobrellevar su duelo y cuáles fueron los pilares para ella durante este proceso. Si estás pasando por una situación similar, no estás sola.


7 de marzo de 2021: eran las 11 de la noche y tenía un dolor intenso en mi abdomen bajo, ya entraba a mi semana 15 de embarazo.

Fui al baño, oriné y, al limpiarme, encontré una especie de tubito pequeño que para mí no era normal y nos hizo ir a la clínica inmediatamente.

En la clínica, Edwin, mi esposo, me agarraba la mano y en silencio esperábamos el llamado. Veía en su cara cómo sufría con la incertidumbre, hasta que llegó el momento y me llamaron para hacerme una ecografía. Yo fui sola, él esperó afuera.

El doctor tardaba más de lo normal, pero yo estaba en modo automático; mentiría si les digo que me sentía nerviosa.

Luego, el médico me lo confirmó: su corazoncito no latía. Gabriel ya no estaba aferrado a mí, se había desprendido. 

En ese momento no dije ni hice nada, solo salí, mire a los ojos a mi esposo y él me dijo que había escuchado todo.

Nos abrazamos y el silencio seguía entre los dos; caminamos sin decir nada, asimilando lo que estaba sucediendo.

Nuestro mundo se paralizó. Nunca, nunca en mi vida he estado tan triste, se me desgarró el alma.


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Y todo perdió sentido en un segundo

Lo que vino después fueron procedimientos y medicamentos que hicieron de esta, una situación mucho más difícil de lo que me imaginé. Fueron horas de exámenes y visitas al doctor, como si nunca iba a terminar aquella pesadilla.

Después de dos días volvimos a casa sin Gabriel, con un vacío muy grande. La noche de nuestra llegada fue muy larga.

Al siguiente día me miré al espejo y vi mi cómo mi panza se iba reduciendo; después, caí en cuenta que en las noches no eruptaba, ni vomitaba; ya no sentía nauseas y la pierna me dejó de doler.

Fue en ese momento cuando lloré sin consuelo, porque de repente, todo era como si nada hubiese pasado, ya no había señales de Gabriel.  

Edwin me abrazó y me eché en sus brazos como si no existiera más nada en este mundo. Lloré seis horas seguidas sin parar. Ahora tendría que vivir con este dolor y esta desilusión, pues fueron 12 años de espera, probando de todo, haciéndome exámenes y hasta un Invitro.

Y con todo eso comenzó mi proceso de duelo

Lo primero que hicimos fue ir a una psicóloga especialista, a quien le comenté que quería pintarme las uñas, que sentía que me había abandonado.

Le pregunté si esto era malo y añadí que pintarme las uñas era algo que yo hacía recurrentemente, que me encantaba y siempre me las pintaba de colores.  

Ella me respondió que esto no era malo. Así que fui a pintarme mis uñas y sentí una chispa de emoción, porque conecté conmigo de nuevo.

Sé que puede parecer superficial esto que te estoy contando, pero ahí fue cuando me di cuenta de que conectarme con lo que soy me ayudaría a seguir adelante.


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Cómo empecé a reconstruirme

Yo soy una persona que todo el tiempo está mirando su corazón, me gusta limpiarlo de resentimientos, de la angustia, de los problemas de mi pasado, etc.

Por eso, siempre he sido muy alegre, divertida y creativa; pero en ese momento la tristeza me consumía y era tan duro para mí estar triste, que me daba más tristeza todavía.  

Así que me tocaba decidir qué tan bajo quería llegar, me había costado tanto sacudirme de mis fantasmas, que ahora me era imposible pensar en seguir cayendo. 

Y me cuestioné, me lo cuestioné todo: mi trabajo, mi matrimonio, mi relación con mis padres, mis hermanas, con mis amigos, mis viajes y si estaba ganando el dinero que quería ganar, hasta si de verdad quería una casa como la que tengo.

Todo perdió sentido y al mismo tiempo puso en perspectiva mi vida. Encontré que estaba resignada en diferentes escenarios. Así que tomé lo que tenía para seguir y lo que tenía era mi gente. 

Mi esposo. No había nadie que supiera por lo que estoy pasando sino él.

Él también perdió a su bebé, también estaba ilusionado y sufría. Así que esas noches en las que no podíamos dormir, hablamos y hablamos como cuando recién nos conocimos. Hablamos de lo que sentimos y también hicimos pactos.

Uno de ellos era cuidarnos, si yo veo algo en él, debo decírselo y él prometió escucharlo. Igual yo.  

Le pedí también que no fuera fuerte para mí y comenzó una nueva etapa de nuestra relación. Con el tiempo, Edwin me dijo: haber perdido al bebé no es algo que nos defina, no solo somos una pareja que perdió a su bebé, porque si hacemos un “TBT” de nuestra vida juntos, nos daremos cuenta de que hemos pasado por quiebras, separación, angustias, reconciliación, viajes etc. Somos una pareja que ha hecho su propio camino.

Dios. No perdí la fe, quería que quedara claro desde el momento uno.

Porque yo creo en Dios y en sus promesas, jamás le refuté, ni le pregunté por qué me había pasado esto. Solo quería que me mostrara la forma de superarlo.

Oré, le pedí que recibiera el alma de mi bebé e hicimos una misa y una despedida en nuestra intimidad con una vela.

Es lo que para nosotros en relación con nuestra religión nos daba paz. Desde el invitro nos dimos cuenta de que solo él puede soplar vida. Abandonarme en él ha acelerado mi sanación, porque el tiempo tarda mucho en hacerlo.

Aquí quiero decirte que si tú perdiste la fe, está bien; si tú sí refutase a Dios, está bien. Todas tenemos procesos diferentes. 

Mi mamá y mi suegra. Las dos casualmente estaban en Bogotá, ciudad donde vivo.

Ellas viajaron desde Barranquilla y estaban por diferentes motivos, así que cuando perdimos a Gabriel se quedaron para atendernos.

Les confieso que yo no quería salir del cuarto, odiaba que me miraran con pesar.

Pero las escuché hablar sobre mi desayuno, y tal vez como nunca, formaron un equipo. Entonces pensé que son las mejores abuelas que Gabriel puede tener y que ojalá algún día yo sea el 20% de lo que ellas son.

Así que comencé a recibir el amor de madre de ambas. Me seguí cuestionando esta vez qué tipo de mamá van a tener los hijos que vendrán.

Mis seguidores. Sí, en mi corazón sentí la necesidad de compartirlo y lo hice. Siempre me he mostrado auténtica, pero esta vez me mostré vulnerable.

Y muchas mujeres comenzaron a escribirme, porque algunas habían perdido tres o cuatro bebés, o se habían hecho tres o cuatro invitros.

Me contaron cómo se habían quedado calladas y duraron mucho tiempo en la tristeza; sus historias me conmovieron hasta el fondo de mi corazón. Sus mensajes de cómo, paso a paso, fueron avanzando con el dolor fueron muy fuertes.

A algunas les sucedió esto después que a mí y me hablaron. Entonces, me di cuenta de que somos muchas pasando por esto.

Así que comencé a investigar y conocí la fundación JIC que muestra unas cifras alarmantes: 

Cerca de 2 millones de bebés nacen muertos cada año, uno cada 16 segundos, según la UNICEF.  

18 de cada mil nacidos vivos mueren antes de alcanzar los 28 días.

¿Cuántas de nosotras estamos pasando por esto?

¡Muchas!

Esta vez no me cuestioné, sino que tomé acción y una de ellas fue escribir este artículo para decirles que no están solas, creen una red de apoyo a su alrededor y busquen ayuda.

Sí llega ese día en que te paras y sigues adelante; sé que el dolor no se irá, pero te motivará, te sacudirá y te empujará a tener la vida que quieres tener, no solo para ti, sino para tu familia y tus próximos hijos, si así lo quieres.

De lo que estoy segura ahora es de que nuestro pequeño cumplió un propósito: enseñarnos a amar incondicionalmente, con un amor infinito que jamás habíamos sentido, que cambió nuestro mundo, lo sacudió de muchas maneras, nos unió como familia y nos dio esperanza, no solo a nosotros, sino a muchas personas.

A Gabriel. Siempre serás parte de esta familia, eres nuestro ángel en el cielo, nuestro cielo. Papá y mamá te aman. Hoy tenemos días de sol, tal vez los que vienen tendrán lágrimas y dolor. Aún así, nos abrazaremos más, nos amaremos más y oraremas mucho más. 

Photo by Lux Graves on Unsplash


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