Una relación amorosa para ellos es igual a lanzar gas ninja y desaparecer

relación

¡Qué díficil es encontrar una relación en la que ambos quieren lo mismo! Sobre todo, después de un divorcio. En este artículo, nuestra colaboradora nos cuenta su experiencia.


Esta ecuación que todos en algún momento hemos aplicado sin remordimiento, es la base sobre la que iniciaré esta reflexión. Hablaré desde la experiencia, pero en esta oportunidad no desde el lado de la que desaparece en microsegundos, sino desde el legítimo banquillo en el que nos sentamos las que queremos una relación normal, saludable, así, sin más.

“Creo que ya no soy capaz de enamorar a nadie” con esta frase lapidaria, que aún rebota en mi cabeza, se desahogaba una amiga por whatsapp hablando de su más reciente ruptura. Para poner en contexto explico su situación… Y la mía: ambas estamos al final de los 30, estamos divorciadas, somos económica y emocionalmente independientes, tenemos la cabeza bien amoblada y mantenemos un estado civil actual “indeterminado”… o “es complicado”… o “sin pareja en versión neosoltera“; en fin, como le quieran llamar.

El tema es que tras el divorcio y de vuelta al ruedo con estas características, nos ha resultado “un poco” complicado establecer una relación saludable y satisfactoria -que no perfecta- con alguien. Y no es que no hay opciones, hombres hay, pero con intereses aparentemente poco compatibles con los de nosotras.

El común denominador masculino, si es mayor de 35, es el de un hombre económicamente estable, independiente, soltero y con cierta resistencia al compromiso. Todo empieza bien. Hay atracción, puntos en común, formas similares de entender la vida y la familia en estos tiempos, PERO (siempre hay un pero…) esta generación masculina, tal parece que mal entiende el concepto de relación o simplemente lo asume de forma diferente.

Atendiendo a mi experiencia personal, enumero los tipos de relaciones que actualmente ellos consideran:

1.- Amigos con licencias, esas que tácitamente se negocian entre ambos.
2.- Amigos con licencias, salidas eventuales y desayuno en su casa (o en la mía)
3.- Relación estable, con un tiempo razonable saliendo y compartiendo casi todo; en la que planean vivir juntos, hacer la compra y armar los muebles de Ikea en pareja el fin de semana… ¡STOP! (A este punto NO se llega, pase el tiempo que pase, intercambiando conversaciones, ideas, discusiones, domingos de peli y manta o fines de semana en pijama).


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No hay puntos medios en estos tiempos, no se vive ese proceso gradual de convivencia en el que conocerse evoluciona a la par del compromiso. No, no existe correlación. El terror los mantiene anclados en la fase 1 y 2, conociéndose eternamente, pues consideran que ir UN poco más allá es formalizar.

Nada más lejos de la realidad. Es aquí donde se llega al desencuentro y, en consecuencia, a la ruptura. Y es que en ningún momento atender a un proceso natural de convivencia e intercambio, de relacionarse con el entorno del otro y compartir algo más que una cena, unas copas y el desayuno, implica un deseo irrefrenable de matrimonio o de llevarse a vivir juntos.

Buscando una explicación a este comportamiento, algunos expertos aseguran que cuando una de las partes asoma la idea de dar un paso más y el otro siente que se va a producir un cambio que puede desestabilizar su “zona de seguridad”, pone el freno y entra en pánico porque ve comprometida su libertad y sus espacios. Si a esto se le suma la sensación de “perder algo” con la unión, en lugar de ganarlo, pues ya se está claramente frente al temido concepto de “miedo al compromiso” tan popular en estos tiempos.

Entonces, no es que no somos capaces de enamorar a alguien, es que estamos frente a una generación que no controla los puntos medios.

Que tiene pánico absoluto a todo lo que medianamente parezca, huela, suene a compromiso. Estamos en un punto del camino en el que los intereses no encuentran coincidencias y pareciera que con el tiempo se alejan cada vez más. No hay puntos de encuentro.

Se mal entiende libertad con comodidad y la independencia la asumen como una forma de vida que solo es posible experimentar plenamente en solitario. Estamos en momentos diferentes, nos movemos por intereses diferentes y atendemos a necesidades personales y emocionales aparentemente antagónicas. A mi juicio, son sólo eso, aparentemente antagónicas.

Creo que los estereotipos que definen la relación perfecta y las responsabilidades que según “alguien” deben tener el hombre y la mujer, han generado tanto escozor, que han desarrollado ese deseo de huir -presas del terror- cuando el intercambio evoluciona. En ese momento se paralizan y se anclan a la “relación libre, desapegada, sin nombre ni compromiso”.

Llegados a este punto y sin ánimo de generar polémica, aclaro: no busco generalizar, ni delegar responsabilidades, ni forzar situaciones que puedan conducir a la infelicidad. No pretendo satanizar al género masculino y mucho menos defender posturas feministas; para nada. De hecho, debo reconocer que nosotras también hemos caído en este círculo del miedo, buscando proteger nuestro espacio y libertad, a veces de formas irracionales.

Hoy hablo desde mi experiencia e insisto, no pretendo con ello asumir esto como la única realidad; sin embargo, creo que se está convirtiendo en una tendencia, producto del arraigado estereotipo y de la idea socialmente preconcebida como “ideal”. Esto inevitablemente ha generado rechazo como reacción natural.

Creo que estamos en una generación en la que compromiso, responsabilidad, necesidades y deberes responden a conceptos diferentes. Las formas de relacionarse deben necesariamente evolucionar, pero para ello hay mucho prejuicio que aniquilar y mucha piel muerta que limpiar.

Y ustedes ¿qué opinan? ¿Se han visto en esta situación?

Fdo.: Una divorciada “neosoltera”, que respeta y protege su espacio, que desconfía del “para toda la vida” y que va apropiándose de la felicidad en el camino. Fiel creyente del estado civil honesto y vivido intensamente. Soltera algunas veces y en pareja otro tanto.

Fotos: Pixabay y Gratisography.


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