Resumen del capítulo anterior: Rodrigo le confiesa a Mariángeles durante la cena, que en un par de semanas se marcha de vuelta a su país (Nicaragua) y ella no sabe si seguir con él o si dejar la relación en ese instante.
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Le había lanzado la pelota a su tejado, pidiéndole que fuera él quien sugiriera qué debíamos hacer. Esperaba su respuesta en mitad de la acera, él mirándome con una honda pesadumbre y yo reteniendo las ganas de llorar en la garganta, sin atreverme a pronunciar una palabra más.
–¿Cómo voy a saberlo? ¡Maldita sea mi suerte! No puedo quedarme. Tengo el pasaje comprado, he renunciado al trabajo, he avisado a mi casero de que dejo el piso… en dos semanas, no tendré nada aquí.
Se pasó la mano por el pelo, agobiado, y aunque lo dijo en voz muy baja creyendo que yo no lo escucharía, hasta mis oídos llegó con nitidez:
–Y justo ahora conozco a la mujer perfecta.
Me ablandó el corazón. Pero tenía muchísimo miedo, así que hice lo único que podía hacer en ese momento.
–Me voy a casa, Rodrigo.
Él me miró perplejo y me suplicó.
–No, por favor. No hagas eso. No quiero separarme de ti.
Le devolví una mirada de venga ya, no me vengas con eso.
–Cuando estemos separados por kilómetros de océano, no tendremos más remedio. Pero quiero pasar contigo cada segundo que pueda hasta que llegue ese momento.
Dios, cómo me gustaría verlo con tanta claridad como él.
–Tengo que pensarlo.
Le di un casto beso en la mejilla, aguantando el tipo como pude, y me di la vuelta. Cogí el metro y me dejé llevar a casa con el corazón a más de mil. Llamé a Vero, pero había salido con una compañera de la academia donde llevaba intentando aprender inglés media vida. Me preguntó si todo iba bien, pero no quise preocuparla y le mentí.
Maldita sea, necesitaba hablar con alguien. Marqué el número de Fede y me soltó nada más descolgar.
–Te juro que no he vuelto a hablar con él desde que le di tu teléfono.
Se me escapó una risita pero mi voz sonó tristona.
–Hola amor.
–¿Qué te pasa, querida mía?
–¿Que estás haciendo? ¿Estás de marcha?
–¿De marcha? Acabando mi turno en el hotel y me voy para casa. Estoy molido. ¿Y tú qué tienes, reina?
–Es largo. Pero tiene que ver con tu amigo el insistente.
–Ay Dios, no me digas más. ¿Voy para tu casa cuando salga?
–No hijo, estás reventado, déjalo.
–Mi amor, los amigos están para las emergencias del corazón. Y ése no entiende de horarios ni de momentos inconvenientes. ¿Dónde estás?
–En el tren, de camino a casa.
–Pues entonces, pasa de largo de tu estación y vente para la mía. Preparamos pan tumaca, nos zampamos una tarrina enterita de helado de chocolate y me cuentas qué ha pasado.
Sonreí, reconfortada por la sensación única que producía el sentirte querida por tus amigos, pero con la tristeza infinita en el alma de tener que recurrir a él con este papelón en vez de estar contándole que me había vuelto a enamorar.
Cuando llegué a Sitges, Fede me estaba esperando con la mesa puesta. Nos dimos un abrazo muy largo y muy fuerte y me dediqué a detallarle entre rodajas de espetec y mortadela todo lo que había ocurrido con Príncipe Encantador desde el día de su cumple. Al llegar al episodio de aquella misma noche, le pegué un sorbo a mi Coca-Cola, dando por finalizado el relato y me quedé mirándolo, esperando su veredicto.
–¿A ti qué te pide el cuerpo? –me preguntó muy serio.
–Lo que me pide no lo puedo hacer, porque me pide seguir con él pero ¿qué relación puedo empezar si sé que sólo va a durar dos semanas más?
Fede meditó la respuesta.
–Tal y como yo lo veo tienes dos alternativas: una, la fácil: dejarlo aquí y olvidarte de que nunca existió.
–¿Ésa es la fácil?
–Sí, mi amor. Tardarías un poco pero lo olvidarías. Nadie se ha muerto de amor por nadie, que yo sepa.
–¿Qué me dices de Romeo y Julieta? –le pregunté quitándole un poco de hierro al asunto.
–Julieta no estaba muerta, sino drogada, y al tonto de Romeo lo mató el veneno, no el amor. ¿Quieres escuchar la opción dos?
–Claro.
–Dos: puedes acelerar el tiempo y vivir en dos semanas lo que en condiciones normales te llevaría seis meses. Que se va a marchar está claro, pero a ver, que no se va a Marte en un viaje de no retorno. Se va a Nicaragua, de donde ya vino una vez, por cierto. Y si resulta que no vuelve nunca más, al menos tendrás una bonita historia que contar a tus nietos, dentro de muchos años.
Suspiré.
–Vaya dos mierdas de opciones.
Nos echamos a reír.
–Querida –insistió mi amigo–. Yo creo que la vida está para vivirla. No te aconsejaría esto si viera que el tío es un aprovechado, pero no lo es. Es un buenazo que se ha colado por tus huesos. Yo que tú, desplegaría mis armas de mujer y lo dejaría con tal necesidad de mí, que tan pronto pisara tierra americana, tuviera ganas de volverse aunque fuera a nado.
–No quiero necesitarlo si no voy a poder tenerlo.
Entonces, sin entender de dónde sacaba la inspiración, mi amigo soltó una de esas frases para el recuerdo.
–Las grandes historias de amor no son las que duran toda una vida, sino las que hacen que toda una vida merezca la pena.
¿Servirá esta conversación con Fede para que Mariángeles se decida a vivir intensamente el tiempo que le quede junto a su Príncipe? ¿O actuará con la cautela que le es característica, dejando que el fuego se apague aquí? La semana que viene lo sabremos.
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