Resumen del capítulo anterior: Mariángeles conoce a Príncipe Encantador, y por más que se esfuerza en mantenerse alejada de él, las circunstancias se empeñan en hacerlos coincidir repetidamente. En un momento de la noche, Fede les pide ayuda para comenzar con los juegos que tiene organizados para su fiesta y ella no puede negarse.
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Sobre la cama de Fede, que era un desbarajuste de colores, papeles, lápices y otros utensilios, mi amigo comenzó a explicarnos los diferentes juegos que había organizado. Todos del tipo adivinanzas de personajes, películas, animales y mil cosas, a través de preguntas que el resto tenía que hacer. Mi amigo nos dejó allí, con la excusa de traernos una nueva copa de margarita a cada uno mientras nosotros nos encargábamos de darle sentido a aquel montón de chismes de colores.
Los siguientes cuarenta minutos me los pasé a su lado, asegurándonos de que cada invitado recibiera su cartulina de color con su nombre y su imperdible para colocársela en un lugar bien visible. Tengo que reconocer que me divertí muchísimo con él. Rodrigo era de Nicaragua, llevaba tan sólo tres años en España, donde llegó con el deseo de conocer Europa. Me contó que había viajado ya a Londres, París, Amsterdam, Roma, Viena, Estocolmo y Berlín pero que todavía tenía ganas de conocer un poco más de Italia y de la propia España.
¡Vaya con el principito, había viajado más en tres años que yo en toda mi vida! La única vez que había salido de España había sido para ir a Portugal, a la boda de mi tía Amalia, y porque se casó con un portugués.
Cuando tuvimos a todos los invitados perfectamente agrupados por colores, Fede pidió un poco de atención y pasó a explicar las normas del primero de sus juegos. Por supuesto, el premio para el equipo ganador era una guirnalda de flores, y para el equipo perdedor, una ronda de chupitos.
Rodrigo y yo ya no nos separamos en toda la noche. Aquella colaboración en la organización nos había proporcionado la justificación para pasar las horas juntos y yo, escudándome en ella, no ofrecí oposición. Cuatro juegos más tarde, los invitados que quedaban estaban cada vez más achispados. Verónica había descubierto que el hipster no le gustaba tanto como para seguir compartiendo el resto de la noche con él y se acercó, colocándose a mi lado.
–Oye, si quieres quedarte aquí esta noche puedo volver sola a casa –me dijo con la lengua pastosa.
–¿Qué? Ni hablar. Volvemos juntas.
–Creo que he bebido demasiados margaritas.
Me fijé detenidamente en el aspecto de mi amiga: era verdaderamente lamentable. Casi no podía mantener los párpados abiertos y ciertamente, el momento estrella de la noche había sido el de los juegos. Ahora, parecía haber llegado el turno del amor y las parejitas que se prodigaban en arrumacos y cariños, contagiando a todos los demás.
Me pareció un buen momento para la retirada. Nos acercamos a despedirnos de Fede, quien intentó por todos los medios convencernos de que nos quedásemos a pasar la noche, con la tentadora idea de hacer del día siguiente un domingo de playa con remate de paella casera, que tan bien se le daba preparar.
–No podemos, corazón –le dije, tomando las riendas en aquella negociación que siempre se volvía difícil.
–¿Por qué no? Pero si mañana es domingo –insistía Fede, siempre pidiendo cinco minutos más al que llegaba con la noticia de una retirada.
–Tenemos cosas que hacer. En otra ocasión.
–¿Sabes que Rodrigo se queda?
Aún no me había contado de qué conocía a aquel muchacho ni desde cuándo. Pero eso había sido un golpe bajo y le respondí.
–Nos vamos ahora mismo, Fede. Y una cosa te voy a decir –levanté mi dedo amenazante contra su nariz–: mucho cuidado con darle mi teléfono o cualquier pista para que pueda localizarme. No quiero líos, ya te lo he dicho.
Fede fingió sentirse ofendido y aceptó finalmente que Verónica y yo nos pidiéramos un taxi que nos llevara a casa. Rodrigo debió de darse cuenta de los movimientos que anunciaban despedida, y se acercó para cerciorarse.
–Pues sí, nos vamos ya –le confirmé, sin soltar del brazo a mi amiga, temiendo que se quedara dormida apoyada contra cualquier pared.
El estado ausente de ella pareció animar al Príncipe, que me dijo, bajando la voz:
–Oye, lo he pasado bien esta noche. Me gustaría volver a verte pronto.
Vi sinceridad en su mirada, y en cualquier otro momento de mi vida estaría pegando saltos de alegría, pero estaba demasiado dolorida por dentro. Tenía más miedo que ganas de volver a ilusionarme, así que me mantuve firme en mis trece, y le respondí sin dejar lugar a dudas:
–Lo siento, Rodrigo. No es un buen momento para mí. Eres fantástico y yo también me he divertido mucho, pero es mejor que lo dejemos aquí. Créeme.
A él pareció sorprenderle mi respuesta, no creo que se esperara un rechazo. Pero sólo dijo, “está bien”, nos dimos dos besos y salí con Verónica agarrada a mi cintura escaleras abajo, hacia la parada de taxi, con un nudo en la garganta que esperaba que por la mañana ya no estuviera allí.
¿Significará esto que entre Mariángeles y Rodrigo no puede realmente haber nada? ¿Se arrepentirá ella de la decisión tomada y de dejar que el daño que le han hecho otras parejas no la deje encontrar un nuevo amor? No te pierdas el siguiente capítulo.
Si te perdiste el capítulo III, aquí te lo dejamos.