Resumen del capítulo anterior: Después de dudarlo mucho, Mariángeles acaba cediendo al deseo, y pasa su primera noche de amor con Rodrigo.
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Entreabrí los ojos aturdida por el cansancio, por un momento me encontré desubicada, hasta que la silueta de Rodrigo empezó a perfilarse con nitidez dentro de mi habitación. Estaba de espaldas, de pie y se vestía a toda prisa.
Me incorporé sobre la cama, ¿qué hora sería?, y el sonido de las sábanas hizo que se girara hacia mí y me sonriera.
Dios, este chico era un Adonis, el dios Apolo bajado del Olimpo, con su preciosa melena rubia desaliñada y su cuerpo escultural. ¿De verdad había pasado la noche con él? Se inclinó sobre la cama y me dio un beso cariñoso en los labios:
–Buenos días, bella durmiente, ha sonado el despertador pero nos hemos vuelto a dormir –yo recibí encantada esa muestra de cariño, dejándome querer–. No sé tú, pero yo llego tardísimo a trabajar.
Me accioné como un resorte.
–¿Qué hora es?
–Casi las ocho y media. Llego tarde sí o sí.
Ah, bueno, yo tenía aún un poco de margen. La pelu no abría hasta las diez.
–¿Quieres que te prepare un café?
–No tengo tiempo, de verdad. Lo tomaré en la oficina –me respondió mientras abría la puerta de la habitación.
Se sorprendió al ver el sujetador colgado del picaporte, pero no preguntó nada. Entró un momento en el baño y el olorcito de café recién preparado me guió a la cocina. Allí estaba Verónica, bastante más tapadita de lo habitual, señal de que nuestro código había funcionado. Me dedicó una sonrisa burlesca:
–Bueno, bueno, ¿quién es el afortunado que ha hecho que abras las piernas?
–No seas burra –le dije, propinándole un manotazo en el brazo–. Ahora lo verás.
No pude evitar disfrutar el momento. Me serví una taza de café bien cargado y escuché los pasos de Rodrigo por el pasillo. Cuando entró en la cocina, vi a mi amiga abrir los ojos como platos. Mi chico, ya repeinado y con su imagen adecentada para borrar los rastros de la noche de sexo loco que habíamos disfrutado, la saludó cordialmente.
Bebió un sorbo largo de mi taza de café y luego se despidió con un beso en los labios y un “te llamo luego” susurrado al oído con besito en el pelo incluido. ¡Dios! ¡Cómo me gustaban los besitos en la cabeza! Me hacían sentirme protegida, como cuando era pequeña.
Inmediatamente al cerrar la puerta tras de sí, Verónica y yo nos miramos y comenzamos a gritar y a reírnos como locas. Estoy segura de que Rodrigo lo escuchó, pero poco nos importaba. Mi amiga me acribilló a preguntas, intenté zafarme de las más comprometidas, pero a ella no iba a resultar fácil dejarla al margen. Así que le hice un resumen rápido del día anterior hasta llegar a la habitación…
–… y luego, ya sabes –rematé.
–Ok, ok, acepto que no me cuentes los detalles, pero dime sólo una cosa: ¿es bueno en la cama?
Por toda respuesta le devolví una sonrisa de oreja a oreja.
–Maldita suertuda –dijo volviéndose hacia su cuarto–. Ni en el mejor de tus sueños hubieras fantaseado con alguien así.
Me eché a reír, pero tenía razón. Por el momento era perfecto: no sólo bello por fuera, sino que parecía serlo también por dentro. Crucé los dedos en mi interior, pidiendo al destino que por una vez, las cosas no se torcieran.
Eché el día de trabajo con un humor excelente que a Justina tampoco le pasó desapercibido, pero no me dio demasiada lata: era viernes, y los viernes se notaba que las clientas querían arreglarse para el fin de semana, así que el trabajo nos mantenía bien ocupadas, y yo agradecí poder disfrutar de su recuerdo para mí solita sin tener que contarlo a nadie más. A mediodía, mi Príncipe me envió un beso y me preguntó si querría cenar con él. Por supuesto, le dije que sí, una vez traspasada la frontera, quería disfrutar al máximo del sentimiento único de estar absolutamente colgada de alguien, así que acordamos que pasaría a recogerme a las nueve.
Esta vez, elegí muy concienzudamente mi ropa interior, nada de algodón, gracias, mejor encaje negro a raudales, uno de mis vestidos más exuberantes y rematado con una dosis de maquillaje seductor. Quería demostrarle todo lo mona que podía llegar a ponerme y funcionó. Cuando Rodrigo me vio salir del portal, me dirigió una mirada de asombro de esas que te catapultan hacia las nubes. Me pasó el casco y me dejé llevar. En aquel momento, me habría ofrecido a él en bandeja.
¿Dónde habrá pensado llevar Rodrigo a Mariángeles? ¿Cómo de romántica será esa cena? ¿Se estaba entregando demasiado Mariángeles o hacía bien en disfrutar al fin de una relación no tóxica? Todo esto y más, la siguiente semana.
CAPÍTULO XII: UNA HABITACIÓN CON VISTAS Y UNA AUTÉNTICA TENTACIÓN
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