Nací y crecí en el seno de una familia “normal”, e imaginaba mi vida como cualquier mujer, podríamos llamar estándar: marido, casa, perro y dos hijos para no bajar la media de natalidad preestablecida por la sociedad.
Conseguí la casa, el marido, el perro y me divorcié. Años después conocí al hombre que consideré el padre perfecto para mis hijos y con 35 años me lancé a la aventura de la maternidad, siendo una mujer que desde bien pequeña decía que no tendría niños sino perros.
La aventura de mi maternidad
Mi hija nació sana después de un embarazo sin problemas, pero que viví bajo un intenso estrés emocional que me preñó a la par que el alma de mi hija.
Con mi test positivo llegó un profundo enfado con el mundo y todo lo que me rodeaba. Podría darte más de un motivo externo, ahora sé que todo nacía de mi interior. Y que la maternidad es una oportunidad que te da la vida para sanar tu historia hasta ese momento.
Dicen que es el instante más bonito de tu vida como mujer. Lo que no nos dijeron es que no todas las mujeres lo viven de la misma manera y es perfecto igualmente.
Mi abdomen crecía y cuanto más abultado era, más desconexión sentía con ese ser que me habitaba. Eso alimentaba más mi nerviosismo y mi culpa. ¿Cómo no podía estar enamorada de mi bebé? (Como muchas mujeres dicen que están)
A los dos días de nacer mi pequeña, me encontré sola en casa con una niña sobre mis rodillas por la que no sentía nada…
Los cólicos de mi hija desde el primer día hasta los cuatro meses eran la muestra de mi llanto contenido. No solo por lo que estaba viviendo, sino por la soledad que sentía en cada instante de mi vida. El padre (mayormente ausente) cuando estaba, me reprochaba lo poco que la niña le dejaba descansar después de una larga jornada laboral, y esto no arreglaba las cosas. Las empeoraba.
Y ahí estaba yo, sola, deprimida, perdida y sintiéndome en el agujero más oscuro y hondo que había vivido en mi vida.
Los primeros años de mi maternidad estuvieron marcados por la culpa. Esa que sale en la intimidad de tu sucio y caótico hogar. Cuando gritas a tu bebé, cuando lo sientes como un lastre y el único pensamiento recurrente que llega a tu cabeza es estamparlo contra la pared, cuando le niegas el pecho y le das un biberón “porque no se lo merece”… Cuando detestas a la mujer en la que te has convertido.
¡Esa no soy yo! Yo era feliz, alegre, risueña y soñaba con una vida de amor y plenitud. ¡Tú, bebé, eres el culpable de todo esto!
El camino de la transformación en mi maternidad
Recuerdo cómo lloraba noche tras noche sin parar, mientras acunaba a mi bebé en los eternos llantos nocturnos.
Hubo un punto del camino, en el cual el dolor era tan intenso, que comencé a trabajar a través el auto-conocimiento (no se muy bien cómo llegué ahí) y el tiempo que no estaba amantando y llorando por las esquinas, los dedicaba a ver videos de crecimiento personal y a leer libros gratuitos de internet.
Ahí comencé a decir gracias en silencio mientras lloraba sin saber por qué…
¿Qué voy a hacer con mi vida? Me preguntaba una y otra vez…
Mi autoestima, perfectamente asentada en mi físico se hundió con los treinta kilos que cogí durante el embarazo.
Pero la vida me tenía reservada un enorme regalo, que aunque su envoltorio pareciera el más oscuro que mis ojos jamás hayan visto, escondía un interior luminoso con sueños aún más grandes de lo que jamás hubiera imaginado: rescatar a esa niña herida de mi interior, esa que mecía un bebé cada noche mientras lloraba, para que la sanara y SER LA MUJER QUE ESTABA DESTINADA A SER.
Así que elegí el camino más largo, el de la heroína. Elegí caminar en muchos tramos sola, porque era ahí donde entendería que tengo una luz propia y soy tremendamente valiosa.
Elegí poner en línea mis miedos, mis inseguridades y todos los “no puedo” para tirarme al vacío por primera vez en mi vida en un acto de total y absoluta responsabilidad.
Y como en esas historias de heroínas, descubrí los regalos que los dioses me habían otorgado como mis preciados dones. Esos que todos, absolutamente todos poseemos. La maternidad me bajó al inframundo de mi dolor para que me rescatara a mí misma y así poder acompañar a otras mujeres a que lo hicieran también.
Acompañar a otras mujeres en su maternidad
Tal vez ahora mi cuerpo presente cicatrices, algo que no habría sucedido si me hubiera quedado en el fondo de ese abismo junto con mi carrito de diseño y la máscara waterproff, escondiendo mi dolor.
Pero si ahora estiro la mano, siento que estoy un poquito más cerca del cielo y el regalo extra es acompañar a esas mujeres en su viaje de oscuridad a rescatar sus preciados dones y el coraje que todas guardamos dentro.
Solo podemos compartir las batallas ganadas, y el secreto que me traje de esa parte de mi vida es que jamás navegamos mares que no podamos surcar y salir victoriosas.
El regalo de esas cicatrices es tocar mi piel y escuchar el sonido de mi propia historia. Una que aún no ha terminado, que me ha regalado sueños cumplidos increíbles y habla de poder personal y amor propio.
Esta es mi historia, la de una mujer que en su faceta de madre descubrió sus más oscuras sombras y ahora camina feliz de la mano de su única hija sonriente ya que ambas saben que cuando tu alma anhela algo, ese sueño es posible.
Mi maternidad estuvo marcada por la soledad, el dolor y el duelo de una niña que nunca engendraría y que en el camino entendí que mantenía “viva” para evitar mirar así a mi hija ya nacida que clamaba por el amor de una madre que marcaría su futuro con el ejemplo de sus pasos. Cuando dejé de mirar a esa niña, comencé a sanar…
Sané y mi hija fue mi gran maestra. Pero tuve que mirar de frente esa culpa, tuve que darle voz a mi víctima, tuve que abrazar a mi niña interior que era la que se sentía sola y enfadada con el mundo. Tuve que bajar al inframundo y rescatarme de mis propios demonios.
Descubrí que mi camino no es diferente al de muchas. En ese mundo subterráneo hay muchas mujeres librando sus batallas y a todas las sentí valientes y poderosas. Mi (nuestro) trabajo tan solo es acercarme a ellas y susurrarlas: TÚ PUEDES. YO CREO EN TI.
Porque el camino del empoderamiento comienza por el auto-conocimiento. Cuando descubres quién eres, la única opción que te queda es amarte y brillar.
Y entendí que la maternidad nos pide una madurez emocional, que si no la tenemos, nos posiciona en el camino de los niños grandes (padres) criando niños pequeños…
Un día soñé una escuela de madres. Una que enseñara el camino de la plenitud y acompañara a esas doncellas a transformarse para que sus madres internas nacieran rescatándonos a nosotras mismas.
El primer paso es entender que nada está mal en nosotras, ni en el modo en el cual vivimos los acontecimientos. Son nuestras creencias, nuestras expectativas de lo que debía pasar, lo único que debemos soltar. Junto con esa culpa por no ser “todo lo perfectas que se podía esperar de nosotras”.
El día que me atreví a mostrar el oscuro regalo que me trajo la maternidad, comencé a sanar.
Suelta todo lo que te dañe, las creencias, las expectativas, la perfección e incluso la “obligación” de tener que ser mamá. Y rodéate de mujeres auténticas que sean capaces de mostrarse reales, tal y como son.
La maternidad es un camino hacia la maestría interior, pero para eso debemos atrevernos a liberar toda esa sombra que contiene el proceso en sí.
Y tener muy claro, que tan solo es un rol que encarnamos de manera explícita un periodo de nuestra vida si así lo deseamos. Aunque nos maternemos continuamente a nosotras mismas en cada acto de autocuidado.
Ahora mi hija tiene seis años y tenemos una relación maravillosa. La amo profundamente, porque el amor lo cura todo.
Algún día cuando tenga la edad suficiente para entenderlo, le contaré “nuestra historia” sin miedos ni culpas. Para que se libere, para que sepa la realidad que algunas mujeres vivimos.
Y para darle las gracias de nuevo, por el regalo más grande que me hizo, que fue rescatar a su mamá de la tristeza en la que vivía.
Con infinito amor, Inma.