Las mamás son ¡Máxima defensa!

Mi amiga Mercedes dice que quien quiera a sus hijos la tiene a ella de alfombra, que les agradecerá siempre y quien les haga algo malo, se las verá con ella. (Yo, por cierto y para que quede claro, le quiero bastante a sus tarajallos).

Siempre he admirado esa arrojo de las madres para defender a sus hijos, para protegerlos, para ir contra el mundo por ellos si hace falta y sin importar las consecuencias.

En estos días mi sobrino Matías de 3 años llegó del colegio con rasguños. Su madre nos lo comentó airada por el chat de las amigas. Le escribió a la escuela a través de la app y todas quedamos pendientes de la contestación. Todas furiosas, aunque sabemos que son cosas que pasan, que son niños, que se pegan, que les salen moretones, pero igual, se nos despertó un instinto de protección. ¿Cómo alguien le podía pegar a nuestro Mati que es tan dulce?

Paula, otra gran amiga, perdió los estribos y empujó a un niño porque no dejaba subir a su hija al tobogán. Nadie la vio. No hubo consecuencias y el pequeño se apartó. Otra leona defendiendo a su cría como en un documental de National Geographic.

Marynés también se alteró cuando su niña de cuatro años llegó llena de escupitajos en su camiseta después de jugar en un parque. “Quería estrangular al que se lo había hecho. Además el niño de burlaba desde la altura de un castillo. Era mayor que mi hija. Y yo solo quería que bajara para darle un tatequieto. Te vuelves un animal, pura víscera, puro instinto, te ciegas y no piensas”.

A mi madre siempre le critico en su cara que, en lugar de defenderme así como lo hacen todas las mamás, ella me hunde en el foso. Por ejemplo, si alguien dice que tengo un poco más de peso, ella refuta: “¿Un poquito nada más? Tiene como 20 kilos de más, pero como no hace dieta…”. Si alguno comenta que quizá debo arreglarme el pelo, ella dice: “Es que no conoce lo que es un baño de crema. Es terrible esta niña. Ni se lo seca, ni nada. Va así por la vida”.

Yo se lo comento y esa se ríe a carcajadas. “¡Tú si exageras, si tienes cosas, muchacha!”.

Hubo un día, sin embargo, que la vi defenderme con todas sus fuerzas, que le salió del alma, del estómago. Una anciana sin dientes y vestida con una camiseta con la cara de Chávez decía en televisión en las cercanías del Congreso de Venezuela: “¡Yo lo que quiero es que maten a todos los periodistas!”.

Yo me puse la mano en el pecho, sorprendida. Mi madre, en cambio, se levantó con fuerza de su asiento y empezó a hablarle energúmena a la tele: “¡Vieja percusia! ¿por qué no va a donde el Ratón Pérez a ver si saca unos reales y dejas a mi hija y a sus colegas en paz?”.

Mi mamá siguió gritando improperios y cuando se le acabaron y el canal fue a anuncios comerciales, me miró con los ojos muy abiertos. Me reí de lo absurdo de la situación. Me dijo: ¡Aquí nadie va a matar a nadie, ¿oíste?!

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Photo by Roger Burkhard on Unsplash

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