Estaba en una reunión con unos amigos celebrando el cumpleaños de una amiga y colega. Después de un rato de hablar de trabajo, de temas profundos y no tan profundos, de cómo era emigrar y contando historias casuales, llega una pareja con un bebé de solo 4 meses.
Inmediatamente toda la atención se centró en el recién nacido, ¡obvio!, era un bebé precioso y sonriente. Fue entonces cuando la conversación cambió de rumbo; empezamos a hablar del bebé, a hacer preguntas del embarazo, escuchar cómo es la vida de padres primerizos, cómo hace la mamá con el trabajo mientras está lactando, y por supuesto, no faltó la gran pregunta: “¿y ustedes para cuándo?”
Mi esposo y yo tenemos 8 años de casados, nos conocemos desde hace 13 años que empezamos a salir, y no tenemos planes de tener hijos. Mi cara cada vez que me hacen esa pregunta es la misma: un ceño fruncido y un “¿por qué otra vez?” (interior). La reacción de las personas es también siempre la misma: cara de asombro y un “¿por qué no quieres tener hijos”? que no se reservan.
¿Les pasa que cuando dicen que no quieren tener hijos las miran como si fueran un alienígena? O peor aún, unas pecadoras. La verdad, la maternidad no es un estilo de vida que quiera tener, al menos no por ahora. Soy una mujer muy enfocada en mi carrera y no es que no hayan madres con carreras exitosas, pero no quiero sortear mi vida entre mis hijos y mi trabajo. Tampoco tengo mucha tolerancia a los gritos o a las piñatas y no veo mi depa convertido en una sala de juegos. Ni hablar del embarazo y el parto, que cabe acotar que no es un cuento de hadas.
Pasar las tardes en el parque infantil en vez de en un elegante restaurante, quedarse en la piscina de niños mientras te mojan y lloran, no pegar un ojo en la noche mientras ves si tu bebé respira o esperando al adolescente que salió de fiesta; ver películas solo en español y en horario matiné, cocinar 5 veces al día (odio cocinar), usar todos tus ahorros para pagarle la universidad; sortear tu trabajo y los horarios para ver quién busca a los niños al colegio o en ocasiones tener que dejar tu trabajo.
Honestamente tengo mala memoria, soy mala cocinera, tengo que dormir más de ocho horas diarias y trabajo más de 12 horas diarias, incluyendo algunos fines de semana; estoy probando otros destinos y no sé dónde vaya a estar el próximo año, así que no quiero echar raíces todavía. Sin contar factores sociales y económicos que me hacen pensar que no debemos seguir reproduciéndonos, pero esa es otra historia.
“¿Cuándo fue la última vez que viste una película para adultos en el cine?” “¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales?” “¿Cuándo fue la última vez que saliste con tu esposo?” “¿Cuándo fue la última vez que te diste un baño largo y en paz?” O “¿Cuándo fue la última vez que pudiste dormir?” son preguntas comunes que escucho entre mis amigas o que leo en historias de redes de mujeres con hijos, y que definitivamente no quiero hacerme.
Tal vez si lees esto y eres madre, dirás que son cosas superficiales y que lo mejor que me puede pasar en la vida es ser madre. Tal vez sí, tal vez no. La felicidad es individual, no colectiva; es subjetiva y relativa para cada persona. Aunque parecen insignificantes, la suma de estas cosas “superficiales” se convierten en un estilo de vida que no quiero tener por ahora, y tal vez nunca quiera. Ser madre te cambia la vida, y no necesariamente para bien. A algunas les va bien, a otras no tanto; a unas las hace felices, a otras, no tanto.
El hecho es que en esa reunión, mientras tenía que justificar por qué no quiero tener hijos y defenderme para que no me juzguen por eso, pensaba en lo que no quería ser si me convirtiera en madre: no quiero traer una vida más a este mundo contaminado y sobrepoblado; no quiero tener un hijo para dejárselo todo el día a mis papás o a la niñera y no quiero tener un hijo para verlo una sola hora al día y sentirme culpable por eso todos los días; pero tampoco quiero dejar mi trabajo y sortearme entre una cosa y otra (ni modo).
No quiero juzgar a nadie desde mi posición y no quiero que nadie me juzgue desde la suya.
Espero que todas podamos ser lo que anhelamos: madres, esposas, solteras, novias; amas de casa, empleadas, emprendedoras… Debemos tener el derecho de elegir y decir lo que pensamos sin miedo a ser juzgadas o señaladas, sin miedo a ser excluidas por pensar diferente o querer cosas diferentes. Pero sobre todo, tenemos derecho a construir la vida que queremos para ser felices.