Desde que nacemos, los seres humanos estamos en contacto con los ciclos, incluyendo sus comienzos y sus finales. Algunos ejemplos son los ciclos de vida como la gestación, las etapas de infancia, adolescencia, adultez, vejez y muerte; o también los ciclos naturales como las fases lunares, las estaciones del año, la salida y el ocultamiento del sol, la sucesión de los días y las noches, entre muchos otros ciclos vitales.
Basta detenernos un momento para observar que la vida es cíclica, que está en la naturaleza abrir y cerrar, y que las cosas inician y acaban.
Cuando llegamos a la vida, vamos experimentando estos ciclos naturales. Comenzamos con la gestación, que dura nueve meses y nada más, -a veces menos-, pero no puede durar más, es naturaleza perfecta. Durante la niñez, estos ciclos nos parecen normales porque lo son y los aceptamos con naturalidad porque tenemos esa capacidad innata de fluir con la vida y con lo que ella nos presenta, reconociendo siempre su sabiduría.
A medida que vamos creciendo, esto cambia y vamos queriendo marcarle a la vida el cómo, el cuándo y el dónde. Incluso, si fuéramos honestas, creo que nos encantaría tener el poder de que las cosas nunca acabaran o de marcar el tiempo nosotras mismas, para determinar cuándo queremos que sea el final.
Cuando creemos aceptar la naturaleza del tiempo, de los finales y la sabiduría de la vida misma, comenzamos a cuestionarla, a pelearnos con ella y entonces aparecen la decepción ante la vida y la resistencia a los finales.
Tenemos que recordar, cuantas veces sea necesario, que la vida tiene su inicio y su fin, que nada de lo que experimentemos en ella dura para siempre, que las cosas –se acaben o se cierren–, son naturales, orgánicas y, como en todo organismo, se da el nacer y el morir.
Recordar y aceptar esto, nos ayuda a vivir más ligeras y felices, sin expectativas, permitiéndonos vivir en el ahora y no en el futuro ni en el pasado.
Estas fechas son momentos propicios para revisar qué cosas en nuestra vida se están acabando y cuáles se tienen que ir para dar espacio a que lleguen otras nuevas. Estas son épocas para darnos la oportunidad de ir hacia adentro y reconocer qué cosas no nos hemos permitido cerrar y qué ciclos mantenemos abiertos pese a que sabemos que ya es tiempo de dejarlos ir.
Siempre he creído que no existe mejor manera de cerrar algo, o de permitir que se vaya con libertad, que agradeciendo. El agradecimiento nos permite rescatar las lecciones de lo pasado, para seguir caminado firmes a lo que la vida tiene para nosotras.
Te recomiendo un ejercicio
- Elabora una lista de todos esos ciclos que quieres cerrar o que se cierran de manera natural.
- Al lado de cada uno, escribe qué agradeces y por qué lo agradeces.
- Al terminar, tómate un tiempo para sentir qué nuevas cosas están por llegar, permítete confiar en el proceso de la vida y fluir para andar más ligera.
Te deseo mucha sabiduría para reconocer todo aquello que ya no tiene espacio en tu vida
¡Y felices fiestas!
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Fotos: Unsplash.