Cada vez que me lo preguntan, me siento en un universo paralelo.
Como cuando en las fiestas, le preguntan incansablemente a tu novio: ¿Y el anillo pa’ cuándo? Esa pequeña pregunta se volvió un ácido gástrico ultra tóxico en estos últimos seis años. Pero, desde que puse un tacón en el altar, al día siguiente ya muchos esperaban que mi luna de miel tuviera como fruto un dulce capullo.
Muchos, me refiero a mi familia y a una sociedad que ama presionarte para llevarte al siguiente nivel de cada etapa, una sociedad que le gusta respirarte en la nuca para ver si cumples con el estereotipo perfecto del ciclo de la vida: naces, creces, te casas, te reproduces, te sigues reproduciendo, pides mil créditos, te reportan en una central de riesgos financieros y así, hasta que te mueres.
A medida que vas llegando a cada etapa, te hacen la pregunta inmediata del siguiente nivel. Por ejemplo: ¿El marido pa’ cuándo? y ¿El anillo pa’ cuándo? ¿El bebe pa’ cuándo? ¿El hermanito pa’ cuándo? ¿La casa pa’ cuándo? ¿La camioneta pa’ cuándo?
Y así sucesivamente, un check list que muy probablemente, ya tenemos súper identificado. En mi caso, llevo seis años en la pregunta que todo mi círculo social y el de mi esposo, se hacen y cuestionan -porque aún no tenemos hijos-.
Me encanta interpretar todos sus supuestos. Muchos creen que no podemos quedar embarazados, pues seis años juntos y “nada de nada”, y además, somos solo una pareja con dos perros que por falta de hijos, humanizamos a estos peludos.
Porque esa sí soy yo: una mujer que le da un lugar especial en el hogar a dos caninos que le cambiaron la vida, soy la mujer cuyo Instagram tiene fotos mejor elaboradas de sus perros que de ella misma, soy la mujer que es feliz cada Halloween comprándoles un disfraz, una mujer que muchos juzgan por querer a sus perros como un par de hijos y me miran como si lo mío fuera una frustración desahogada en un par de perros.
En estos seis años permití en algunas ocasiones, que me sacaran hasta lágrimas de tanta presión. No les voy a negar que ser mamá ha sido un “ideal” de vida, desde muy pequeña me decía a mí misma que sería mamá y que sería la mejor, ya que todas las mujeres de mi entorno familiar lo eran, y por lo tanto creía que a eso mismo tenía que proyectarme yo.
A mis 20 años decidí construir un proyecto de vida y me casé con un hombre que me ha ayudado a construir ese proyecto. No ha sido con camino nada fácil pero acá seguimos remando. Con mi esposo hemos considerado muchos factores que creíamos que serían claves al momento de querer ser papás, y cuando creíamos estar listos para tener hijos, la vida nos enseñó de frente que esas decisiones no están en tus manos y que por más que te prepares, realmente nunca vas a estar listo.
Un 24 de diciembre, la cigüeña nos dejó con el Niño Dios, un reglo que toda mi vida agradeceré: una prueba de embarazo con una pantalla digital que me decía en mayúscula EMBARAZADA. Ha sido una emoción que en años luz me imaginé sentir y creía tener todo bajo control, hasta que en el momento menos esperado tuve que despedirme de mi bebé.
Es difícil entender la despedida de una ilusión tan grande cuando en ese preciso instante, solo sientes que el corazón se encogió tanto, que ni te lo encuentras en el pecho. Ya casi voy a cumplir un año de la pérdida de Lucas, un año con montañas rusas de ida y vuelta y acá estoy entendiendo que el miedo paraliza y que por eso, hay que moverse y rápido.
Estoy sorprendida, porque luego de nuestra pérdida, muchos me preguntan aún ¿Y él bebe para cuándo? Al parecer, la sociedad se empeña en ver que mi familia no está completa si no hay un bebé en camino y siguen insistiendo en llevarme a ese ciclo de la vida que aparentemente es esencial para el desarrollo de la mujer y la familia.
Si no he vuelto a quedar en embarazo, es porque aún no quiero intentarlo con fecha y hora de calendario de ovulación.
Pues debo confesarles que después de muchas lágrimas, me armé de valor y agarré el toro por los cuernos; aprendí que puedo reinventar las ilusiones y reconstruirlas con mis propios criterios, que los conceptos estereotipados de la sociedad finalmente son de la sociedad, y yo soy quien decido si me afectan o no; con la frente en alto sigo construyendo la mujer determinante que quiero ser, fortaleciendo mi camino, enfrentando las situaciones difíciles y viviendo el aquí y el ahora.
No sé si la vida me permita concebir una criatura, eso finalmente lo decidirá el universo; de lo que sí estoy segura es de que no le quiero respirar en la nuca al universo para chantajearlo hasta que cumpla mi deseo. En esta oportunidad iré en contravía de los discursos de superación personal que dicen: “Deséalo tanto hasta que el universo te diga ten y deja de joder”.
Yo solo quiero vivir a plenitud lo que tengo hoy, siendo una mujer completa con hijos o sin hijos, disfrutando con convicción lo que el universo me entregue y estando segura de que me dará lo que necesito en el momento justo y necesario.
Quiero compartir este lapso de mi vida, con las mujeres que, por circunstancias de la vida quieren ser mamás y aún no han podido, con otras que han perdido embarazos como yo o a las que las amenazan cada año con que el tren está por dejarlas. Quiero decirles que el universo nos tiene en el momento, donde lo que tenemos es lo que necesitamos. Si no ha llegado esa etapa de vida, es porque simplemente es tiempo de disfrutar otras etapas que no las determina la sociedad, las determinamos nosotras mismas, cuando nos abrazamos tan fuerte que solo basta con mirarnos al espejo y ver en nuestra sonrisa que el alma está plena, que nuestra sabiduría nos permitirá entender el verdadero propósito de todo lo que tenemos hoy.
Solo basta con dejar fluir y que el universo nos regale lo que merecemos. Hoy con toda confianza, me tapo los oídos para no escuchar las opiniones que no determinan mi realidad y poder disfrutar con toda tranquilidad el momento de vida en el que hoy estoy.
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Fotos: Unsplash y Lina Mondragón.