CAPÍTULO V: HE PENSADO EN ÉL SÓLO UN POQUITO

Resumen del capítulo anterior: A pesar de haber pasado un rato fantástico junto a Príncipe Encantador, Mariángeles no duda en marcharse a casa cuando Verónica se lo pide. Rodrigo quiere volver a verla pero ella se mantiene firme en su decisión de no dejar entrar a nadie más en su vida, así que le responde con una negativa.

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La semana había comenzado tranquila en la peluquería. El calor del verano y los baños frecuentes en la playa eran dos motivos por los que nuestras clientas habituales se arreglaban menos el pelo, y optaban más por un corte atrevido que por el “lavar y marcar” semanal.

Las horas más tranquilas eran las de la tarde, en la que apenas teníamos tres o cuatro clientas. Mi jefa, “la Bruja Mala del Oeste”, casi nunca aparecía en los turnos de la tarde y mi compañera y yo trabajábamos más distendidas y con mejor humor.

Apenas había pensado en Rodrigo desde que nos despedimos el sábado anterior. Claro, eso si el concepto de apenas para vosotras es el mismo que el mío: al despertarme, después de desayunar, durante la pausa de media mañana, a la hora de comer, con el café de media tarde y sólo un último pensamiento muy rapidito antes de irme a la cama.

Aun así, yo seguía considerándolo todo un logro, porque me mantenía en mi modo “no hombres” a pesar de que mi corazón insistiera en ponerme la zancadilla. Suponía que poco a poco se me iría pasando, ¿no decían que el roce hace el cariño?, si seguíamos sin vernos pronto saldría de mi mente.

Estaba terminando de lavarle el pelo a la que sería la última clienta de la tarde, mientras escuchaba a mi compañera contarme una increíble historia acerca de fenómenos paranormales. Justina, que así se llamaba ella, debía andar cerca de los cincuenta años y era una friki de todo lo que tuviera que ver con extraterrestres, psicofonías, ovnis o espíritus regresados del ultramundo.

En ese instante, escuché la campanita de la puerta, que no quedaba visible desde el lavacabezas. Justina protestó, a esas horas de la tarde, aceptar una nueva clienta supondría tener que echar horas extras que no nos pagaban y acudió de mal humor a ver de qué se trataba.

Con las manos llenas de champú enredadas en el pelo de aquella señora, la escuché decirle a alguien, con descarado alivio en su voz, que lo sentía mucho pero que aquélla era una peluquería exclusiva de señoras. Me eché a reír por lo bajini. Seguramente algún hombre despistado querría un arreglito de barba. Entonces escuché una voz vagamente familiar que le respondió con una pregunta:

–Oh no, no he venido para mí. ¿Mariángeles trabaja aquí?

No podía ser, no podía ser. Me quedé de una pieza, inmóvil, esperando a que mi compañera hiciera su aparición desde detrás del murete que hacía las veces de recepción al negocio y que permitía que las clientas tuvieran su intimidad y no fueran vistas desde el exterior con la cabeza llena de rulos o de papel aluminio.

Cuando Justina dobló la pequeña esquinita, por la burlona sonrisa que traía en la cara, supe que sí podía ser. Sólo podía ser él. Se acercó a mí y me dijo en voz baja:

–Qué calladito te lo tenías, niña.

Yo le puse cara de no saber a qué se refería y de un codazo me quitó de mi puesto, tomando el relevo en el lavado de cabeza a mi clienta.

–Anda, un tal Rodrigo pregunta por ti. Ya acabo yo la faena. Vete ya, total, quedan quince minutos para cerrar, echaré un poco la persiana para que no entre nadie más.

–No, no –intenté resistirme– no hace falta, me quedo yo.

Justina se puso brabucona, y me hizo entender con un simple gesto de su mano que no había nada más que hablar. Me sequé las manos antes de salir a ver a Rodrigo, con un nudo en el estómago, nerviosa, ilusionada, intrigada y enfadada al mismo tiempo.

Tendría que reprenderle por haberse presentado así en mi trabajo, le advertí que era mejor que no nos volviéramos a ver. Doblé la esquina hacia la recepción, dispuesta a dejarle claro que entre nosotros no iba a haber nada, pero mi determinación se me debió haber escurrido por el lavacabezas junto con el champú, porque cuando lo vi allí con sus vaqueros desgastados, sus zapatillas de deporte y una camiseta de Bon Jovi, se me dibujó una sonrisa tonta en la cara.

Abrí la boca dispuesta a decirle un “¡Qué haces aquí!” acompañado de rayos, centellas, sapos y culebras, pero os aseguro que el “¿Qué haces aquí?” que salió de mi boca iba acompañado de flautas, violines, corazones y algodón de azúcar.

¿Qué diablos me estaba pasando?

¿Para qué se habrá presentado Rodrigo en la peluquería donde trabaja Mariángeles? ¿Cómo reaccionará ella? ¿Seguirá manteniendo el modo “no hombres” on? ¿O decidirá claudicar y aceptar conocer un poco más a Príncipe Encantador? Lo averiguaremos en el siguiente capítulo.

No dejes de leer el capítulo anterior aquí

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