Este texto fue escrito hace algún tiempo por Claudia Martelo y fue tomado de su blog www.soymamamillennial.com
Supe que mi hijo era distinto del molde convencional desde que era pequeño. Cuando yo insistía en las clases de fútbol, el trauma era grande.
Lloraba durante toda la clase y yo me escondía detrás de los árboles, pensando que era algo normal mientras se adaptaba. Pero así fue el resto de los días hasta que no quise torturarlo más.
Su increíble gusto por temas y aficiones “diferentes” se volvió más notorio mientras iba creciendo, y a medida que yo lo apoyaba incondicionalmente, siguiendo mi intuición de madre, con amor y aceptación.
Alguna vez, su profesora en el pre-escolar me dijo que sólo quería jugar con las niñas en el recreo. Yo comencé a entenderlo y a quererlo, pero traté de fomentarle actividades que implicaban roles “masculinos”.
Aunque compartía con todos, demostraba inclinación por otros intereses. No quería forzarlo, ni hacer algo que lo hiciera infeliz, a pesar de sentir la presión de una sociedad que te impone ciertos comportamientos específicos de género.
Pasando por una dura separación, que los psicólogos describirían como un difícil proceso en plena etapa edípica, (yo personalmente pienso que la homosexualidad es algo biológico), siguió adelante en su primaria y luego en el bachillerato y la universidad, distinguiéndose por su creatividad, compasión por los demás y por una gran calidad humana.
Adorado por sus hermanos, fue demostrando cualidades que hicieron que se ganara el cariño y respeto por parte de compañeros de clase, niños y niñas, profesores y hasta directivos del colegio, quienes ajenos o no a sus preferencias sexuales, nunca le quitaron el cariño.
Si alguna vez fue víctima de matoneo por parte de sus compañeros, familiares y hasta mío por mi ignorancia y debilidad, hoy le pido disculpas y doy gracias a que este duro proceso de convicción, aceptación, revelación y verdad, ya ha avanzado mucho y que me ha convertido en una persona mas humana.
Otros no habrán contado con la misma suerte, por eso quiero decirles a los padres, madres, hermanos, profesores, colegas, amigos y familiares que estén pasando por una situación similar, o aquellos que comparten espacios con personas con gustos diferentes de cualquier tipo, que los apoyen y defiendan para que se sientan valorados y aceptados.
Ha sido un proceso de siete años que he vivido en silencio. Aunque he tenido mucho miedo, nunca lo he demostrado. Leí, me documenté y me hice amiga de sus amigos para comprender todo de la mejor forma posible.
El camino no es fácil pero estaremos haciendo un mundo mejor.
AMAR SIN QUE TE IMPORTE NADA
El amor de madre es incondicional. Se sabe desde que tienes a tu bebé en el vientre. Lo adorarías en cualquier situación. Sin importarte nada. Este es el verdadero amor. El amor que acepta. El amor que sana.
No temas que tu hijo sea “diferente”.
¿Diferente para quien? ¿Para ti? ¿Para tu familia? ¿Para la sociedad?
Cuando tú hijo o hija tenga la seguridad de saber que él te importa más que todo lo demás, te confiará todo. Habrás honrado tu nombre de mamá. Habrás cumplido con las promesas que le hiciste cuando era bebé. Si llega ese momento, no los hagas sentir peor.
Ellos han enfrentado y luchado más que tú. Han sido discriminados, han estado confundidos. Sienten que te decepcionan por no “cumplir” con tus expectativas. Necesitaron mucho valor para contártelo.
Unas simples palabras salvarán vidas:
-Te amo sin importarme nada.
-No me has decepcionado.
-Gracias por confiar en mí.
-Me siento orgullosa por tu sinceridad.
No los regañes ni confundas más y nunca los saques de la casa. Ni se te ocurra dejar de hablarles. No importa a cuál religión pertenezcas. El amor está por encima de todo. ¿Les enseñaste a ser honestos? Demuéstrales que tú lo eres.
Tus palabras y reacciones pueden dañar tu relación con ellos de por vida. Defiéndelos frente a los amigos, familia y ante la gente. Lucha por su causa. No tienes que convertirte en una activista ni pegar carteles. Solo basta con amarlos y vivir la verdad con aceptación y amor. No hay nada más hermoso y valioso que aquello que sale del corazón. ¡Gánate el título de madre!
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