No sé por qué estamos empeñados en hacer clasificaciones tipo Malas Madres o Buenas Madres. En realidad creo que deberíamos hablar de Media Madre, Cuarto de Madre y Madre Entera
Hay madres de profesión, todos conocemos, esas pertenecen al sub género: Madre Entera.
Se trata de las que ya eran mamás antes de tener sus propios hijos. Tienen conciencia meridiana de su papel y lo que deben hacer para llevarlo adelante.
Otras no éramos así antes y ya no nos acomodamos después.
Este grupo con el que me identifico somos más Medias o Cuartos de Madre. No tenemos la maternidad como condición innata, aunque no por eso le dejamos de poner empeño.
No ser una Madre Entera puede sonar mal, pero si lo analizas resulta lo mismo que con el cuarto de libra con queso, no es ni mejor ni peor que el McDLT, es así y ya. En McDonald’s es un tema del peso de la carne y en la maternidad es cuestión de dedicación.
Me defino así porque dentro del universo de ser humano que soy, solo una partecita se la consagro a la maternidad. Que sola no me nace, no me brota, digamos que no me es natural.
La entrega maternal no es solo cuestión de tiempo, porque, aunque soy un Cuarto de Madre los niños me quitan un porcentaje de tiempo útil bastante considerable. ¡Ay coño! Me quitan no, perdón: se-los-de-di-co.
Esta dedicación incluye tiempo bueno y malo.
Ese tiempo “del malo” es, por ejemplo, lavarles la ropa. Es tiempo dedicado a ellos, aunque no lo noten, porque hay que señalar que yo pasé de meter dos lavadoras el fin de semana en mis tiempos mozos a que ahora, como no meta a lavar cada día, la ropa sucia pasa de ser del tamaño de la Torre del Oro, al rascacielos de la Chrysler en un pestañeo.
También hay que hacerles comida, ponerle parches a los pantalones rotos, marcar la ropa para que se pierda igual, buscar qué harán en verano, regañarles si hacen algo mal, hablarles de cosas serias como que si se asoman por la ventana se pueden morir y no tienen vidas extras como en la Play, enseñarles a hacer pis dentro de la taza del inodoro, y otras baratijas varias que por mí, la verdad, no haría.
Peeeero yo soy su mamá, es verdad que solo a ratos, pero soy. Así que me tocan estas tareas que se conocen como “críar”
Luego está el tiempo “del bueno” que va de jugar con ellos, contarles historias de cuando eran chiquitos, cantar reguetón a dos voces y soportar que me toque ser siempre Nicky Jam. Fastidiarlos diciendo que la cena es tortilla de mocos, asustarlos cada vez que están distraídos para que griten y corran despavoridos, hago un inciso en este punto para decir que esto en particular no puedo evitarlo, ¿vale? Ya he tratado. No puedo. Fin.
También está mirar capítulos de Transformers. Esto lo podría pasar para al tiempo del malo porque sufro un poco con las peripecias de Optimus Prime y compañía. Pero bueh!, que no suene a queja sentarse a mirar la tele con ellos.
Esa es grosso modo la Cuarto de Madre que soy. Al otro 75% de mí le gustan diversos asuntos que no tienen nada que ver con ellos ni con la infancia en general.
Me encanta estar sola o rodeada de adultos. De hecho, siempre he creído que el equilibrio en los eventos familiares va de la mano del porcentaje niños-adultos que haya. Y esto vale hasta para las piñatas, que para mí no son otra cosa que una reunión de adultos, con excusa para hablar entre nosotros y que otro pague el entretenimiento infantil. Y beber, y comer… cosas fritas y con chocolate… que están ahí “para los niños” ajá.
Lo pago yo dos veces al año, ojo.
Disfruto incluso trabajar, aunque muy a mi pesar. La verdad me encantaría tener un pelín más de mentalidad de ama de casa, porque esta vida que llevo es un poco una estafa de mujer moderna.
Pero la verdad es que aunque no trabajara, no me quedaría quieta buscando los materiales de desecho para la próxima manualidad que la profe vio en Pinterest. No me nace, no me sale bien nunca.
Tengo amigas que son Madre Entera, full time o 7×24 que se dice ahora en plan moderno. A mí una buena parte del día se me olvida el asunto infantil.
Estas Mamás Enteras son dignas de mi admiración y además confieso que yo las veo bien contentas, encantadas con su rol.
Una de ellas, buena amiga mía, estuvo un día contándome cómo se le complicó la vida horriblemente buscando unos calcetines rojos para el festival de navidad de su hija.
La escuché atónita comprobando que es más fácil sacarse la visa para emigrar a Canadá que buscar los requerimientos colegiales.
Ese año me había tocado a mí aportar al festival una corbata dorada ¡apenas!.
El día anterior fui al chino, que allí hay de todo. Busqué, no había dorada, oooobvio, compré una amarilla y me olvidé del asunto. Mi niño estuvo distinto pero precioso, con el agregado de que llego siempre tarde al festival y veo mal, la diferencia de colores me ayudó de manera definitiva a identificar a mi hormiguita bailando a lo lejos.
Ella en cambio, que es una Madre Entera como dije, buscó los calcetines adecuados: Rojo Pantone 185, talla medio, algodón peinado y sin adornos ni símbolos de Nike en un ladito.
Mientras escuchaba su periplo, me cuestionaba a mí misma sobre qué haría yo, en mi natural condición de Cuarto de Madre, si me hubiera tocado los calcetines rojos ese año.
Al rato me di cuenta de que habría hecho lo mismo que con la corbata, en la primera tienda, lo más parecido a lo que piden y a otra cosa mariposa.
Ella no es mejor mamá que yo, aunque su hija no parezca un mamarracho como el mío en el festival de navidad.
Podemos decir que es más profesional en su papel de madre que yo, eso sí, pero seguro que mis hijos no se irían con ella ni los de ella conmigo.
Bueno…
Esto último seguro, en cuanto a los míos tendría que preguntarles, pero creo que no…
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