Hace unas semanas vi en un programa de televisión cómo una socióloga –cuyo nombre no recuerdo- afirmaba contundentemente que la verdadera rivalidad de géneros no es entre hombres y mujeres, sino entre mujeres y… mujeres.
De entrada, aquella frase me pareció absurda y pretenciosa, pero no puedo negar que me hizo pensar.
Hace tiempo, la archiconocida cantante Selena Gómez, fue fotografiada sonriente en la playa, luego de haber sido sometida a un trasplante de riñón (hasta ahí todo normal, bien por Selena); pero la lluvia de críticas no se hicieron esperar, cientos de miles de personas la insultaron hasta que no se podía más.
Para mí, la vergüenza máxima fue cuando leí un montón de comentarios de hombres pidiéndole a las mujeres que dejaran de insultarse y avergonzarse las unas a las otras.
En ese momento volvieron a resonar en mi cabeza las palabras de aquella socióloga, y supe que esto no era una casualidad, que algo anda muy mal y hay que darle visibilidad.
Para empezar, decidí hacer una pequeña encuesta entre mis amigas. La pregunta era sencilla y directa: ‘¿Sienten que se llevan mejor con los hombres que con las mujeres? ¿Por qué?’
Debo confesar que el resultado me alarmó: 100% me aseguró que, efectivamente, se llevan mejor con los hombres que con las mujeres, ¿las razones?, siempre las mismas, las mujeres somos (y estas son respuestas textuales): Envidiosas, chismosas, más frívolas, menos transparentes, menos honestas y, mi respuesta favorita, escrita por una mujer que se refiere a las mujeres como ‘ellas’ y no ‘nosotras’: ‘las mujeres (a diferencia de los hombres) se relacionan con silencios que significan, con una disociación absoluta entre significado y significante (…) se pagan y se quedan con el vuelto y la propina’ (*PLOP*).
Porque, claro, cuando decimos todas esas cosas sobre las mujeres, nos referimos a ‘las demás’, nunca a nosotras misma o a nuestras amigas o familiares. ¿Y quiénes son las demás?, pues, no lo tenemos muy claro, tal vez el resto de las mujeres del mundo, pero siempre la mayoría, y ahí lo tuve claro: Que las mujeres seamos las malas de la película, es una creencia aprendida, uno de esos chips que parece que nos instalaran cuando nacemos y que aceptamos sin dudar.
¿Nos enseñaron a ser rivales?
En su libro Malas: rivalidad y complicidad entre las mujeres , la escritora (y ex ministra de cultura en España), Carmen Alborch, asegura que siempre hemos vivido en “un sistema patriarcal que subordina a las mujeres, las divide y las enfrenta entre sí”, y echamos la vista atrás, desde que el mundo es mundo, la figura de la mujer ha sido demonizada, empezando por Eva, claro, que por su terquedad condenó a tooooda la humanidad a vivir afuera del Paraíso… ¡Imagínense!
También asegura acertadamente Alborch, que a las mujeres “nos hicieron creer que éramos enemigas por naturaleza, de la misma manera que quisieron que creyéramos en nuestra inferioridad natural”.
Y, adivinen qué… ¡Nos lo creímos! Y, por supuesto, actuamos en consonancia y dándolo todo.
Entender esto ha sido muy revelador para mí, sobre todo, porque con plena consciencia puedo decir ¡Basta!
LA SORORIDAD
El término ‘sororidad’ que ya he mencionado en artículos anteriores, proviene del latín ‘Sor’, que significa ‘hermana’ y se refiere a crear vínculos entre mujeres, a ser solidarias.
Me gusta citar a la académica, antropóloga y feminista mexicana Marcela Lagarde que define a la sororidad como:
“Una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión”
Aplicar conscientemente la sororidad es deshacerse de todas las tonterías aprendidas que han trascendido por generaciones, y que no tienen razón lógica de ser. Es despojarse de la mezquindad y la violencia que nos han impuesto por años y que realmente no son intrínsecas de ningún ser humano: Las mujeres no somos rivales, ni nacemos odiándonos las unas a las otras.
Y no, sororidad no significa encubrir o pasar por alto las faltas de otras mujeres solo porque sean mujeres, significa corregir sin burla o saña, dar la mano a quien se equivoca y seguir adelante.
LA PREGUNTA DEL MILLÓN: ¿CÓMO LO LOGRAMOS?
- Creo que el primer paso es tomar consciencia de la situación, entender que es una farsa social eso de que la peor amiga de la mujer es la mujer (como dijera en el siglo XIX el filósofo alemán Arthur Schopenhauer).
- Luego, empezar el cambio por nosotras mismas, partiendo de cómo nos relacionamos con otras mujeres.
- Cambiar nuestros paradigmas, confiar, brindar apoyo, reconocer los logros y las virtudes de las demás.
- Criar a nuestros hijos de manera diferente y propagar el mensaje.
Confío con todo mi corazón que tener un mundo diferente sí es posible, pero tenemos que empezar a construirlo nosotras mismas.
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