Me llamo Cristina, tengo 35 años y tengo unos hermosos mellizos de un año.
Mis últimos dos años han estado acompañados de amor, felicidad, frustración, tristeza, hormonas (sí, malditas hormonas), y un sinnúmero de emociones que ni sabía que podía sentir.
El tiempo en el que decidimos tener un hijo, estuvo lleno de incertidumbre: ¿sí podemos? ¿y si no?, ¿Estamos preparados? ¿sí hemos disfrutado nuestra relación lo suficiente? y miles de razones que cada vez más nos cuestionaban.
Estoy plenamente convencida de que mientras más cabeza se le pone a esa gran decisión de ser padres, menos son las posibilidades de querer dar ese paso.
Buscamos quedar en embarazo más o menos un año. Este año puso a prueba nuestra paciencia, tolerancia, intimidad y nuestra relación de pareja (y ahora que somos papás, sí que se ha puesto a prueba). Cuando logramos quedar en embarazo, todo fue extraño y muy lejano de ser como un comercial de televisión.
En el momento en el que me di cuenta de mi embarazo, estaba sola (no tenía ni la menor idea de que dos seres vivos se estaban formando dentro de mí); cuando vi las tan anheladas dos rayas, en vez de sentir una inmensa alegría, sentí un miedo profundo. Miedo a cambiar, miedo a renunciar a cosas conocidas, miedo a ser mamá, miedo al embarazo, miedo al parto, en general, muchísimo miedo.
Al contarle a mi esposo, hubo una combinación entre pánico y alegría, más que todo pánico jajaja.
Después de digerir semejante información, empezó el miedo. El miedo que se engendra cuando se engendra. Uno piensa en todo lo que se viene físicamente, pero más miedoso aún, es pensar en lo que empieza a pasar con nuestras emociones.
Temer por la salud de los bebés, por tu salud, por la economía, por el esposo, por el matrimonio, por la casa en la que no vamos a caber, por el colegio doble que tendremos que pagar, por la alimentada doble, por absolutamente TODO.
Mi embarazo gemelar transcurrió medianamente bien, para lo que se puede esperar de este tipo de embarazos. Igualmente tuve complicaciones y fueron unas complicaciones casi mortales para mis niños.
El caso es, que para ser un embarazo doble, llegó a un término que pocos apostaban. 35+3 semanas. Los bebés se alcanzaron a cocinar en mi panza y tuvieron que estar solamente nueve días en cuidados neonatales.
Mi esposo y yo empezamos a recorrer un camino difícil, no solo por estrenarnos como papás, si no también por todos los retos que fueron apareciendo con los mellizos: los niños no succionaban bien, estaban bajos de peso, el trajín de los días y las noches.
Poco a poco, nos dimos cuenta de que éramos seres humanos comunes y que necesitábamos la ayuda extra que todos nos ofrecían.
Hoy, un año y algo después del nacimiento de mis niños que amo con el alma, me doy cuenta de que si una mujer cree que por convertirse en mamá, solo es mamá, puede llegar a desencadenar una locura.
He estado aproximadamente un año y medio dedicada principalmente a mi familia, y en este tiempo descubrí que es posible extrañarse a uno mismo.
Siempre he defendido el pensamiento de que se es mujer antes que ser mamá, y hoy por hoy, lo sigo defendiendo.
Gracias a este pensamiento, emprendí con mi hermana un proyecto lleno de ideas y creatividad. Gracias a este pensamiento, tuve el valor de renunciar al trabajo estable que tuve durante siete años.
Reaprendí a creer en mis capacidades, mis talentos, en mi intuición, en mi poder femenino, volví a sentir amor y compasión por mí, entendí que soy humana, que no tengo todo solucionado y que muchas veces, necesito ayuda de los demás.
Descubrí nuevas formas de hacer las cosas, empecé a mirar desde varías perspectivas y volví a entender que todos somos diferentes.
Pero lo más importante de este camino, el mayor aprendizaje que he sacado de esta experiencia, es que antes de tener a mis niños y antes de casarme, ha habido dentro de mí, una mujer, fuerte, decidida, dulce y autónoma, que antes de ser mamá, ha sido hija, hermana, amiga, esposa, amante y muchos más roles y adjetivos que solamente mamá.
Me animé a escribir esto, porque se necesita mucha valentía para ser mamá, pero se necesita muchísimo más valor, para ser mamá y admitir que nos extrañamos a nosotras mismas y que queremos recuperar nuestra esencia.
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Foto: Unsplash.