Un niño se aleja de su grupo de amigos quienes se burlan de él por su extraña piel. La cajera que te atiende en el supermercado tiene manchas blancas en sus manos, justo como las que le observaste al señor que leía el periódico mientras esperaba el metro.
Estas son situaciones que pacientes de vitiligo viven día a día: las miradas curiosas y los comentarios indeseados de personas mal informadas.
La aparición de una enfermedad en la piel afecta enormemente y en diversas formas al individuo, no solo en su salud mental y emocional, sino en todos los aspectos de su vida: la forma en la que viste, en cómo se proyecta al mundo, en cómo se percibe frente a un espejo, en su alimentación y en sus relaciones personales.
Considerando que las personas de nuestro entorno juzgan por lo que ven, la piel es un elemento de gran importancia por ser nuestro órgano externo.
La palabra vitiligo viene del latín vitium que significa mancha o defecto. Según la enciclopedia médica Medline plus, el vitiligo es “una enfermedad cutánea en la cual hay una pérdida del color (pigmento) café de áreas de piel, ocasionando parches blancos e irregulares que se sienten como piel normal.”
La causa de su aparición no es clara todavía, pero algunas investigaciones han detectado una compleja interacción de factores genéticos y elementos del sistema inmunológico. El vitiligo no tiene cura, pero sí hay tratamientos que disminuyen el tamaño de las manchas.
Éstos suelen ser de larga duración y muchas veces no son tan eficaces, generando la sensación de que las manchas nunca desaparecerán (una de las cosas que más afectan a los pacientes).
Hace muchas décadas atrás, las personas con vitiligo atravesaron peores abusos que los pacientes actuales, pues la enfermedad era considerada un tipo de lepra contagiosa. Prueba de esto se encuentra en escritos antiguos que se referían al vitiligo como SvetaKusht (lepra blanca).
Actualmente, hay personas que aún creen que esta enfermedad se contagia por el tacto, lo cual no es cierto; pero sin duda, genera rechazo hacia los pacientes con esta condición.
Yo fui diagnosticada a corta edad. Los puntitos blancos aparecieron para acompañarme durante toda mi vida, así que luego de pasar por una etapa de odio hacia ellos, aprendí a quererlos.
Me cansé de sentirme insegura, de no poder usar la ropa que quería por miedo a miradas curiosas y de decir excusas cuando me invitaban a la playa o a la piscina. Llegó un momento en que me di cuenta de que vivir escondiéndome todo el tiempo no valía la pena.
Pasé por múltiples tratamientos, como la mayoría de las personas que padecen vitiligo, hasta encontrar uno que me funcionara y se ajustara a mis necesidades. Es importante resaltar que si sienten que su tratamiento actual no está funcionando, hay múltiples opciones para intentar. Solo es cuestión de comentárselo a su dermatólogo y pedirle información.
Aceptar la enfermedad fue también aceptar que esas manchas no me definían como persona, sino que de alguna forma me hacían diferente y especial. Así que las abracé y dejé que cambiaran mi forma de pensar: aprendí a darme cuenta de que los defectos, al igual que las virtudes, nos hacen quienes somos.
Estamos rodeados de estereotipos que cambian a través de los años, y aún no nos damos cuenta de que cada quién es hermoso a su manera. No seremos felices si lo único que nos importa son los comentarios que los demás hacen sobre nosotros. Lo importante es lo que seamos capaces de sentir con lo que tenemos, sea bueno o malo.
El concepto de belleza es muy abstracto. No son solo formas, medidas o colores. Ni siquiera es tangible. Viene en un sinfín de formas que debemos aprender a reconocer. Aceptarse como uno es y trabajarse en mejorar, es parte de los que nos genera verdadero bienestar.