La maternidad suele ser un tema complicado seas o no madre.
Mucho se dice sobre las presiones a las que son sometidas las mujeres que se convierten en madres: cuestionamientos, cargas y soportar las recomendaciones y expectativas de terceras personas -por mencionar tan solo algo-.
Pero… ¿Qué ocurre en el caso de las que aún no han dado vida a otro ser humano? ¿Qué clase de comentarios deben soportar?
Esta reflexión no trata de generar una competencia entre Madres Vs No madres, para nada; pero en estos días, cuando entendí que soy la única de mi grupo de amigas que aún no se estrena en la maternidad, caí en cuenta de todos los consejos que “debo” escuchar -porque no me queda otra opción- y hasta en las preguntas incómodas que me niego a contestar.
Yo escucho con profunda empatía desde esa amiga que me confiesa lo mucho que sufre cuando sus pezones sangran y se quiebran por amamantar -cosa que me hace temblar de miedo-, hasta aquella que me asegura que la sonrisa de su hijo es la energía que necesita para rendir en su trabajo -esto me activa el suiche de querer tener un bebé ahora mismo en mis brazos-. Defiendo a las madres a capa y espada y siempre digo que tienen inmunidad, pero
¿Qué sucede cuando ya estás “entradita en edad” -según algunos- y aún no has dado a luz?
Lo vivo en carne propia, tristemente por mi propio grupo de amigas y por el resto de los mortales. Pareciera que luego de los 30 toda mujer debe permitir, con sonrisa de concursante de certamen de belleza, que le digan que tiene que apurarse para ser mamá. Lo peor es cuando comienzan los análisis para obtener una respuesta precisa del por qué aún no: “¿Qué sucede, es que acaso no quieres tener hijos?”, “¿Hay algo malo en ti? yo conozco un médico muy bueno especialista en fertilidad”, “Seguro tu esposo es el que no quiere tener hijos, pero tú debes tenerlo así sea sola”.
De verdad no pierdo mi capacidad de asombro.
A veces llego a casa, luego de reunirme con mis amigas madres en intentos fallidos de tomarnos un café o de algún baby shower, totalmente abrumada. No concibo cómo muchas -por mencionar tan solo un ejemplo- me confiesan que si vuelven a nacer no serían madres de nuevo, pero me aconsejan que por nada del mundo puedo perderme esta experiencia. Otras, las más arriesgadas, me dicen “por mi bien” que debo tener a alguien que cuide de mí durante mi vejez, por lo que al parecer el candidato designado -sin consulta democrática- es un hijo.
Si lográramos hacer conexión entre nuestros pensamientos y el respeto por el estilo de vida de los demás, el mundo, sin duda, sería un lugar más agradable. Más aún recapacitar en que no hay una licencia abierta para cuestionar a una mujer que aún no ha dado eso que llaman “el milagro de la vida”.
Si fuera así, me encantaría que le preguntarán a algunos hombres en las reuniones familiares: “¿Oye por qué eres un padre tan irresponsable?”. ¿Cuándo te darás cuenta de que debes participar activamente, y no como el vecino que de vez en cuando ayuda, en la crianza de tus hijos?”.
Con la mano en el corazón me niego a contestar esa pregunta tan íntima y personal, solo por complacer la curiosidad de otra persona. Sencillamente guardo silencio o respondo con otra pregunta; lamentablemente he conocido mujeres que se han hecho añicos con “¿Y tu cuando piensas ser mamá?” porque sus entrañas soportan el dolor de una pérdida o el impacto de agónicos tratamientos de fertilidad. Así que con resignación deben responder “muy pronto”.
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Foto: Gratisography.