Hace dos años, no sabía de qué trataba el #MeToo. El primer post que leí fue el de una amiga, pero este era bastante críptico, aunque lo descifré porque sabía de los abusos que había sufrido.
Sabía también que no era algo que había hablado abiertamente, por lo que me sorprendí al leerlo; luego, leí el de otra y luego otra, y luego otra. Me sentí francamente abrumada. Sentí pena, lástima por ellas, pero mientras más las leía, más similitudes encontraba con cosas que me habían pasado a mí.
Hasta que me di cuenta de que yo también había sufrido lo mismo. De esa forma entendí dónde estaba mi falla: se nos ha hecho tan usual, que lo dejamos pasar.
Entre el torbellino de emociones que sentí al admitirme a mí misma que YO TAMBIÉN había sido asaltada sexualmente, me enfoqué en hacer algo positivo al respecto, como lo estaban haciendo las valientes de mis amigas.
Me uní tratando de recordar cuántas veces me había sucedido y en cuáles ocasiones. Había, incluso, bloqueado una de las más agresivas (cuando decidieron apretarme el trasero mientras caminaba por una discoteca), y me sentí asqueada cuando me percaté de que dos profesores me habían irrespetado.
Fue esclarecedor, y me sentí hasta tonta, al comprender que el asalto sexual viene de todas las formas y colores. Desde un grito en la calle, hasta un acto sexual no consensuado.
Dentro de los mensajes en mi estatus de Facebook me topé con una opinión alarmante, pero fue esa la que hizo que todo sobre esta campaña encajara. Fue interesante, porque entendí que no era la única que tenía un problema para ver que un comentario fuera de lugar sobre tu aspecto, es una forma de agresión. Lo que pasa es que está tan normalizado, que no nos damos cuenta.
También me llevó a corregirle que el hablar del problema no es hacernos las víctimas.
Y es así como he llegado a las siguientes conclusiones sobre el escándalo Weinstein, la magnífica idea de Alyssa Milano de revivir esta campaña y hacernos compartir nuestra historia.
Y sobre mi amigo de Facebook (quien no estaba solo en la opinión que tenía –me gustaría pensar en pasado, luego del debate-):
- La línea entre el piropo y la babosada no es para nada delgada. Si un hombre desea hacer un cumplido, puede hacerlo. Si desea ser un agresor verbal, es a conciencia. Y si no me creen, quisiera verlos intentar hacerle un cumplido a su mamá, a ver si les sale de forma irrespetuosa.
- Que el problema es de respeto. Desde el que grita, al que toca, al que viola. Y se debe condenar cualquiera de esas acciones.
- Es hora de despertar y dejar de asumir que las cosas son como son y nada podrá cambiarlas. Y para eso hay que darle visibilidad al problema.
Sí, está mal que:
- Nos griten de forma indecente en la calle
- Que crucemos la acera cuando vemos un grupo de hombres que nos mira de forma agresiva para evitarlos
- Que decidamos no ponernos cierta ropa por miedo a que nos miren lascivamente,
- Que digamos NO pero que insistan y se acerquen forzosamente,
- Que la única razón por la que te dejen en paz es porque estás con otro hombre y no porque así lo pediste tú,
- Que te ridiculicen en público porque alguna parte de tu cuerpo resalta sobre las demás,
- Que te toquen sin permiso,
- Que te hagan bajar la cabeza para evitar los ojos y la frase ofensiva,
- Que te provoquen tensión en el cuerpo mientras caminas,
- Que tengas que moverte con las manos cubriéndote el pecho o el trasero en una discoteca,
- Que no te inviten a bailar sino que se te peguen por detrás.
ABSOLUTAMENTE TODO ESTÁ MAL.
NO SOMOS VÍCTIMAS. SOMOS VALIENTES, POR DESAFIAR EL STATUS QUO, POR INTENTAR CAMBIAR EL RUMBO DE LAS COSAS, POR BUSCAR DEVOLVERLE EL CAUCE AL RESPETO (NO POR SER MUJERES, SINO POR SER HUMANAS).
Así que #MeToo, pero desde ese momento, hace dos años, no lo he dejado pasar más.
Creo que después de este tiempo, poniendo en perspectiva todo el movimiento, siento que los cambios han comenzado a suceder –al menos en mi entorno-.
Siento a las mujeres un poco más fortalecidas, unidas y más claras de los objetivos. Siento a los detractores más odiosos y cada vez menos racionales.
Siento que cada vez se invisibiliza menos el tema.
Siento que hace dos años se inició un cambio y que es cuestión de tiempo, de paciencia, de raciocinio y de empatía, que logremos equilibrar la balanza.
Pero también siento que tenemos que tener en mente esto: se consiguen más abejas con miel que con vinagre. Esto aplica para toda causa por la que luchemos, pero en esta, sobre todo, no solo necesitamos aliados, necesitamos que quienes piensan distinto, comiencen a ver el mundo desde nuestros ojos.
Viendo Minhunter el otro día tuve que poner pausa a una escena en la que mostraban las fotos del caso de una chica a la que le habían mutilado sus órganos sexuales. Yo estaba totalmente pasmada. Pausé para mirar a mi esposo y decirle:
“Qué curioso, que sé que en este momento tú estás totalmente escandalizado por lo que le hicieron a esa mujer, pero no es posible, a pesar de toda la empatía que sientas por mí y por cualquier chica, que tú entiendas al 100% lo que yo acabo de sentir en mi cuerpo pensando en lo que le hicieron. Lo sentí en mis pechos, en mis piernas, en mis pies”.
Ahí está nuestro reto: en tratar de hacer entender a quien no lo ve, no lo siente o no lo entiende, cómo es estar en nuestros zapatos; y que eso, simplemente, no es una forma de vivir, y nos negamos a hacerlo así.