¿Alguna vez te han penetrado sin condón, sin tu consentimiento? A Gaba Agudo (@tevefilia) sí. En este artículo, ella te cuenta su experiencia y reflexiona sobre este fenómeno llamado Stealthing.
Fue tras una temporada sin salir con nadie que lo conocí y hubo chispazos inmediatamente.
Tenía 42 años, una sonrisa perfecta y escribía canciones y poemas. En un poco más de una semana de esas conversaciones que no quieres que se acaben y en las que sientes que lo conoces de toda la vida, habíamos tachado un montón de casillas en el checklist de la pareja que ambos esperábamos conseguir.
Así que tras una salida, nos fuimos a la cama y esa noche el sexo fue más que perfecto.
Nos quedamos a dormir juntos y nos despertamos con ánimos de seguir enrollados en la cama y follar todo lo que no habíamos follado por no habernos conocido antes. Todo fue estar en las nubes.
Hasta que… me penetró sin condón, sin decírmelo.
Cuando me di cuenta y le reclamé, él, muy cariñoso y seductor, intentó minimizar la importancia de su error y la respuesta final fue algo como: “Pero a ti te gustó, no lo niegues”.
En medio de mi momento de placer y lo fascinada que estaba con él, logró que me sintiera tremendamente culpable por no haberlo notado y por estar gozando el momento. Como si aquello hubiera sido responsabilidad de los dos y no solo de él.
Me quedé con la obvia preocupación de: ¿Y si me contagió algo? Y entonces pensé: “No, tampoco es que el tipo es un loco, si no estuviera sano no lo hubiera hecho”.
Lo hablamos días después, le conté lo molesta que estaba, se sintió avergonzado, me pidió disculpas y disipó mis dudas acerca de su salud. Y sí, seguimos saliendo.
Pero ese mal sabor se quedó conmigo y aún después de que la relación terminó, me seguía incomodando la idea de que yo fuera corresponsable de eso.
Habíamos acordado de manera manifiesta usar condón antes de irnos a pasar la noche juntos, porque obviamente, apenas nos estábamos conociendo.
¡Qué bien se siente regalar! ¿Verdad? A nosotras nos encanta.
Solo con ver la cara de felicidad de esa persona al recibir nuestro regalo, todo vale la pena, y más cuando sabes que es algo que realmente necesitaba.
Piensa por un segundo en esa hermana, tía, amiga o hija que está intentando llevar a cabo un proyecto digital en redes sociales, pero que le cuesta horrores escribir sus textos y está aterrada.
Que se frustra porque no sabe cómo plasmar las ideas que tiene en la hoja en blanco.
Tiene tantas cosas que hacer, que no tiene tiempo de organizar su mente para sentarse a escribir ¡Pero sabes que ama escribir!
Piensa en las veces que te dice ¡Es que no sé por dónde empezar!
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Pasa ¡ Y mucho!
Hasta que un día leí una publicación que hablaba sobre el “stealthing” y entendí que no era la única a la que le había pasado algo como eso.
La práctica de retirarse el condón o dañarlo y penetrar a la otra persona sin su consentimiento expreso, tiene un nombre y está tipificado como una forma de asalto sexual y por ende como delito en algunos países.
Compartí la publicación en mi cuenta de Instagram y la reacción de algunos amigos no se hizo esperar. Algunos no podían creer que eso se hacía y otros, lo consideraron una locura.
Uno me dijo: “Pero eso es de muchachitos, de tipos brutos o de delincuentes”. Lo que él no sabía es que a mí me había pasado con un tipo maduro, letrado y encantador.
Otro seguidor comentó: “¿Cómo así que las mujeres no se dan cuenta? ¡Eso es imposible! Eso es que se hacen las locas y después reclaman, como siempre”.
También recordé que por esa época una conocida, adolescente aún, me había contado que se contagió con una verruga de VPH después de tener sus primeras relaciones sexuales.
Usaban condones, pero me confesó avergonzada que era posible que su novio se hubiese quitado el condón en algún momento o que hubiera habido contacto genital previo a la penetración sin protegerse; que no lo tenía claro en su cabeza.
Y es que hay una realidad: es muy común que los hombres latinoamericanos le “saquen el cuerpo” a la idea de usar condón.
Las mujeres de mi edad hemos escuchado toda suerte de excusas antes del encuentro o durante él: Es que no traje porque no sabía que veníamos ‘a esto’, es que no se siente igual, es que ‘este no me queda’, es que ‘yo te tengo confianza’, es que no es necesario porque tú tomas pastillas, es que no importa porque tú tienes la regla… y más cosas como esas.
Es tan común, que en Venezuela hay una expresión popular que dice “sólo la puntica”, y se refiere a cuando un hombre intenta convencer a su pareja de penetrarla ‘solo un poquito’ o sin protección.
Y a manera de chiste, lo usamos para referirnos a cuando nos meten en un asunto que no queremos, y cedemos aún contra nuestra voluntad aunque sepamos, en el fondo, que acabaremos en un lío mucho mayor del que nos vendieron.
Sobre el placer y el consentimiento
Conversando con otro amigo, me dijo: “Si en un momento de calor, él propone quitárselo y ella ‘se deja’, el hombre no tiene la culpa, ella aceptó”. Lo pensé y le lancé esta pregunta: “Y ¿por qué si ambos han acordado usar preservativo antes de llegar a la cama, el hombre intenta romper el acuerdo en medio del calor de la situación cuando ambos están excitados y ninguno de los dos está pensando bien?”.
Se quedó mudo por segundos y me confesó que no lo había visto de esa manera.
Es que (¡oooohhhhh gran revelación!) las mujeres también nos excitamos durante el sexo al punto de no pensar o ver bien, y estamos en nuestro absoluto derecho de estar así, entregadas al placer y al disfrute confiando en que el compañero de turno sea tan adulto como nosotras y no nos ponga en riesgos de último momento.
Me di cuenta en esas conversaciones de que el viejo adagio de que “el hombre propone y la mujer dispone”, lejos de ser un gesto de caballerosidad, nos ha hecho creer que ellos pueden proponer cualquier locura, pero sobre nosotras recae la responsabilidad de contenerlos o dejarlos hacer. Y eso, en el sexo es una creencia sumamente peligrosa.
Y así, hay muchos decires de nuestra sociedad como “hombre no piensa”, “los hombres piensan con el pene”, o “los hombres siempre serán hombres” que -además de ser sumamente despectivos y ofensivos con el sexo masculino- los infantilizan y a nosotras nos convierten en supervisoras de que cumplan con lo básico.
Tan básico que se lo enseñaron en la escuela y en casa cuando aún eran unos pubertos: usar condón, usarlo bien y usarlo siempre.
No, las mujeres no tendríamos por qué estar en una constante lucha con excusas o con estrategias, stealthing, o como se llame, que no los hacen más astutos ni más machos, sino unos abusadores, solo eso.
Y como esta experiencia me enseñó que hay cosas que no sabes que suceden o que no te importan hasta que te suceden a ti, cierro con el testimonio de uno de mis amigos me contó que también se había encontrado con la situación contraria: la mujer que ya desnudos le dijo que no quería protegerse y trató de convencerlo, de seducirlo y hasta de ridiculizarlo por querer usar condón con ella.
Sentí su indignación como la mía; es un abuso venga de quien venga. Las decisiones relativas a la protección de ambos se discuten y se toman fuera de la cama, con la cabeza fresca -no en el fragor del momento- y se respetan, hasta el final, para que las dos partes puedan disfrutar sin culpas, sin decepciones y sin riesgo.
De eso se trata el consentimiento.
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Foto por Reproductive Health Supplies Coalition en Unsplash