El embarazo siempre es general y particular.
El general incluye exámenes de sangre, ecografías, ácido fólico, pies hinchados, náuseas, desconocidos tocándote la barriga, caras de compasión, preguntas imprudentes del tipo ¿y cuánto tiempo llevan buscando? ¿a diario? ¿boca arriba?…
El particular se puede ubicar en el momento de la vida cuando el embarazo te sorprende -como a mí- o cuando lo planeaste, como le pasa a otro grupo de mujeres más organizadas que yo.
Sin embargo, ni a las muy planificadas les sale todo como lo tenían en mente. Mi embarazo no fue malo, lo correcto sería decir que quedé embarazada en una mala época.
Nunca encontraba el momento indicado, y hoy tengo conciencia de que ese momento NO EXISTE, es un mito.
Un bebé no encajaba en ninguna parte. Primero necesitaba un buen trabajo, después otro mejor, un postgrado y finalmente mi propio negocio.
Pero la naturaleza, que es sabia, cuando te distraes, te lanza la sorpresa como un dardo. En mi caso fue una mezcla de naturaleza sabia y karma.
Karma del malo…
Me enfrentaba a un fracaso empresarial estrepitoso con una panza a cuestas.
Entonces creí que estaba deprimida, lo que no me preocupaba ni me extrañaba demasiado. Pero con el embarazo me entró miedo porque había oído que si sufres depresión en el embarazo, en el post-parto te quedas de manicomio directo.
Previendo entonces que la situación empeorara, busqué una psicóloga.
Le conté mi película, donde lo sobresaliente era que mi primoroso Café, el negocio donde había invertido todo lo que tenía, más todo lo que me prestaron, se iba a pique sin remedio.
Aquello era sólo el núcleo de mis problemas, desde ahí salían proyectadas las consecuencias hasta el infinito y más allá. Me quedaba sin trabajo, sin dinero, con una deuda para temblar en plena Zona Euro, peleada con mi socia, con su marido, con el mío y hasta con alguno que pasaba inocente a tomarse un café.
Como guinda del pastel, estaba embarazada. ¡Coño! Es que no se podía creer! Me veía a mí misma como el Coyote.
La psicóloga me dijo serena: Para tu alivio, no creo que estés deprimida, tienes unos problemas bastante grandes; pero deprimida no estás.
Ahh bueno, qué consuelo… Ya podía llorar sin miedo a que me ataran con camisa de fuerza cuando diera a luz.
Mi principal dolor de cabeza era que a diario tenía que tomar decisiones varias: que si pago esto y debo aquello, que si en vez de jugo ofrezco agua, que cerramos la panadería y dejamos el bar, que si abrimos de noche, que si ponemos strippers.
Y agregando como novedad, que si me hago la amniocentesis, que si no.
Cuando creí que tocaba fondo, nos dicen que el bebé tiene una “peculiaridad”, (qué palabra tan ambigua, ¿no?). Mejor dicho, que creían que era una “peculiaridad”, pero que a ciencia cierta no saben si es un “problema”.
Yo no creo en el mal de ojo ni nada de eso, pero en serio creí que alguien me estaba jodiendo.
Imaginé que en cualquier momento vería unas cámaras de TV, un gentío saliendo de sus escondites y un presentador bien peinado diciendo: -¡Ajáaa!… ¡te lo creíiiisteeeee! ¡Que noooo, tonta, que no, que todo es una broma!… ¡En vivo y directo, trasmite para ustedes Canal 6!
Empezó el trabajo extra con la “peculiaridad”, ir, venir, escáner, doppler, examen, pastillas, para allá, para acá y todo, sin el stripper.
Más y más tareas para aquellos días aciagos, una agenda que iba desde la cita para pedir el refinanciamiento de la deuda hasta una sesión de yoga para bajar las pulsaciones del corazón y poder hacerle los estudios al bebé.
Lo mejor de todo era cuando me decían: Intenta no estresarte… -Muchas gracias, seguiré al pie de la letra tu recomendación. ¡Imbécil!
Los consejos obvios caían como hojas de otoño, por fortuna no todo era así y alguien a quien debo aprecio eterno, me dijo: El Ávila, (esa montaña que destaca a Caracas) mira al norte te guste a ti o no. De todas las cosas que te están agobiando, hay unas que no puedes controlar.
Era una verdad como un castillo y desde adentro, yo no lo podía ver.
Mi bebé tenía una “peculiaridad” y no lo podía cambiar. Mi café con leche no le gustaba a la gente de por allí y yo iba a ser mamá aunque creyera que no estaba hecha para eso. Estaba gastando una energía enorme intentando que el Ávila ¡viera para otro lado!
No te digo que te relajes y te dejes llevar por la marea. Mejorar mi actitud no hizo que las cosas dejaran de enmarañarse y complicarse interminablemente, pero lentamente empecé a descartar algunas preocupaciones que no estaban en mis manos, para dedicar energía a las que podía mejorar.
Entre otras cosas vendí Caipirinhas, en lugar de café con leche, (tampoco gustaron).
Y el Ávila siguió ahí, imponente, siempre mirando al norte.
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Foto: Pixabay.