Nunca he sido una persona particularmente extrovertida, siempre he valorado mucho todos esos breves momentos en los que no tengo que hablar con nadie, ni arreglarme, ni invertir mis cinco sentidos en darle solución al problema de alguien.
Muchas personas me llamarían (me han llamado) egoísta, pero me gusta definirme como “independiente”.
Para darles un poco de contexto, voy a describir algunos aspectos de mi vida que demuestran que siempre he sido una “genuina” solitaria
Para empezar, fui la primera de tres hermanos y solo necesité cuatro cortos años para acostumbrarme a ser hija única.
De hecho, hace tiempo mis padres vinieron a visitarme en Madrid y mi mamá le dijo a mi novio: “no es que no la extrañemos, pero es que ella siempre ha estado tan apartada del resto de la familia, que poco a poco nos enseñó a estar sin ella”.
¡Ouch! Gracias mamá, vuelve pronto…
Apartando el drama, otras señales de que siempre he sido ‘the original loner’ son, por ejemplo, en mi adolescencia cuando mentía a mis amigas y decía que no podía ir a tal o cual fiesta porque no me dejaban, pero la verdad era que tenía muchísimas más ganas de quedarme en casa acostada viendo un maratón de Friends.
Con mi primer trabajo fui feliz, porque implicaba pasar horas frente a la computadora, escribiendo, rellenando Excels o haciendo carteleras para la universidad; el trabajo en equipo era mínimo.
Ya en mi edad adulta entendí que en el mundo, especialmente el laboral, hay que ser sociable o al menos saber fingir que lo eres.
Así que desde que empecé a trabajar seriamente fui afinando mis habilidades de ‘people person’. Sin embargo, quienes han sido más cercanos a mí saben que de vez en cuando necesitaba escaparme de la oficina y me sentaba en el estacionamiento destechado, solo para estar sola.
Paradójicamente, un novio que tuve era lo opuesto. Él era la persona más sociable del mundo, habla hasta con las estatuas y disfruta más su vida en la medida en que puede compartirla con otros.
Es por este detalle que, desde que vivimos juntos, he tenido que buscar formas alternativas de buscar momentos de estar sola:
Dar pequeños (y lentos) paseos hacia el supermercado, breves escapadas a tiendas de ropa después de salir del trabajo y largas (LARGAS) duchas mientras escucho mi música favorita, son mis mayores placeres.
Sé que hasta ahora estoy quedando como un pequeño cúmulo de egoísmo y que muchas estarán pensando que estoy deprimida al borde del suicidio o que en cualquier momento la gente que me rodea se va a hartar de mí.
Yo también me he planteado la posibilidad de ser irremediablemente “mala gente”, pero cientos de científicos se han encargado de estudiar a los que son como yo y han descubierto que nuestra personalidad no tiene nada que ver con ser bueno o malo, sino que nuestro cerebro es diferente… ¡Ya está!
Además, para fortuna de la comunidad de los solos, estos estudios también han descubierto que los momentos de soledad son la base del pensamiento creativo, la innovación y el buen liderazgo.
Por mi parte, pienso que lo más importante es aceptarnos y ayudar a nuestros seres queridos para que puedan entendernos. Sentarte a hablar con tu familia, tus amigos o tu pareja sobre lo que sientes y lo que necesitas es esencial para una buena convivencia.
Y SI ERES UNA DE LAS MÍAS, RECUERDA SIEMPRE…
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