Resumen del capítulo anterior: Rodrigo va a buscar a Mariángeles a su casa, decidido a no dejarla escapar, y ella acaba sucumbiendo a sus insistencias de seguir viéndose.
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Después de habernos quitado la tensión con un poco de sexo salvaje, no podía preguntarle otra vez “y ahora qué hacemos”. Estaba claro lo que íbamos a hacer. Sólo había que planear cómo íbamos a pasar el resto del tiempo que nos quedara juntos.
–¿Para cuándo tienes el pasaje? –le pregunté tumbada de lado junto a él, en mi cama.
–Para dentro de dos semanas, el martes –él jugueteaba con un mechón de mi pelo–. Pero los últimos cinco días no tengo que trabajar. Son los días que me quedaban de vacaciones este año.
–Mira, una buena noticia dentro de lo malo que tenemos encima.
Sonrió con tristeza; pero entonces, se le iluminó de pronto la cara.
–¿Podrías pedirte tú algunos días en el trabajo?
Hice memoria.
–Algunos me quedan, sí.
–¿Quieres que nos vayamos a algún sitio juntos? ¿París? ¿O tal vez, algún rinconcito de Italia?
Rodrigo me acariciaba los brazos con sus dedos, tranquilamente, mientras me hablaba. Entonces yo lo vi claro. Sí, quería hacer un viaje con él, pero no era a ninguno de esos sitios.
–¿Vendrías conmigo a Sevilla?
Él se quedó sorprendido.
–¿Y eso? –parecía descolocado.
–Quiero que mi gente te conozca. Si van a tener que escucharme hablar de ti durante mucho tiempo, quiero que puedan ponerte cara, y que puedan decir que ellos también te conocieron.
Se quedó mirándome unos segundos sin reaccionar, pero sabía que le había tocado el corazoncito y me atrajo muy lentamente hasta él, besándome con verdadera ternura hasta que acabamos haciendo de nuevo el amor sobre las sábanas revueltas.
No tenía ni idea de si había sido una buena ocurrencia proponerle ese viaje, pero realmente sentía que aquel hombre iba a pasar a ser parte importante de mi vida, aunque tuviera que separarme de él en menos de quince días. Y quería presentarle a los míos. Lo tenía meridianamente claro.
Pasamos el resto de la semana viéndonos todas las tardes después del trabajo, y podría decirse que yo casi me mudé a su piso. Rodrigo vivía solo en un bonito ático con unas preciosas vistas sobre el puerto deportivo. Me recogía en la peluquería a la hora de cerrar y nos encerrábamos en aquel espacio, disfrutando de las que serían nuestras primeras y últimas noches entre cenas románticas, películas en el sofá o atardeceres en las tumbonas de su terraza con una mantita por encima.
Alguna vez me preguntó si quería conocer a sus amigos, pero yo había decidido que no quería tener que recordar su presencia en esta ciudad más que entre cuatro paredes. Quería evitar a toda costa que las calles me hablaran de él cuando ya no estuviera. Igual era una estupidez, pero estaba segura de que el hecho de compartir más momentos públicos me habría torturado con su recuerdo una vez que se hubiera marchado.
Por tanto, con la misma lógica aplastante, había decidido que tampoco quería conocer a nadie que dos o tres meses más tarde me saludara por la calle y me recordara su ausencia.
A Fede le conté mi decisión por teléfono. Se alegró de que hubiera decidido disfrutar del presente y me pidió que le prometiera pasar a verlo una vez que todo hubiera vuelto a la normalidad. Pobre amigo mío. Sabía que le tocaría aguantar llorera y que hasta podía que le echara la culpa por haber decidido vivir esos quince últimos días con él. Y aun así estaba dispuesto a aguantar el chaparrón. ¡Para qué estaban los amigos, si no!
A Verónica la noticia le pilló totalmente de sorpresa. Volvió a casa aquel domingo por la tarde, y se alegró de encontrar allí a Rodrigo conmigo. Lo que no esperaba es que durante la cena que compartimos los tres, le contáramos lo que estaba por venir. La pobre pasaba su mirada de Rodrigo a mí y de mí a Rodrigo sin querer creérselo del todo.
Hubo un momento en el que casi le suplicó a mi Príncipe que no se fuera, que no podía irse, que aquello era un error. Pero mi mirada sosegada y mi casi imperceptible movimiento de cabeza la hicieron convencerse de que la decisión ya estaba tomada.
Sin embargo, jamás me hubiera imaginado que me resultaría tan sumamente fácil apartar de mi cabeza el hecho de nuestra inminente separación y que sería hasta capaz de disfrutar de ratos divertidos, ajena por completo a nuestra fecha de caducidad.
¿Y ahora qué? ¿Cómo van a pasar esas dos semanas? ¿Será ella capaz de mantener esa actitud de saber disfrutar del tiempo que les queda o está condenada a sufrir de antemano? ¿Y Rodrigo? ¿Se mantendrá firme en su decisión de marcharse o será capaz de dejarlo todo por amor? ¡Tendremos que seguir leyendo!
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Foto: Unsplash.