Empecé esta aventura “trágica” de dejar a mi novio hace casi un año. Decidimos, casi a ciegas, que no importaban los kilómetros porque, eventualmente, lograríamos estar juntos.
Los dos acordamos cumplir nuestros retos profesionales, aunque fuera en países distintos, y nos convencimos de que eso no haría mella en nuestra relación, que no nos amamos menos por querer alcanzar nuestros sueños personales apartados de nuestra pareja.
Ojalá pudiera poner un GIF acá de las caras que ponía la gente cuando les contábamos que en 2016 estaríamos apartados.
Creo que solamente mi mamá se dignó a darme palabras de aliento en vez de “Uy, qué rudo, ¿no? Bueno, capaz a ustedes sí les funciona”. Gran consuelo, muchas gracias, gente que conozco. Pero miren, sí nos funciona. Es horrible, doloroso, frustrante, pero funciona, porque nosotros también lo hacemos funcionar.
No tengo una receta para el éxito porque todavía nos queda parte de este camino tortuoso para celebrar la victoria, y porque cada relación es un mundo.
Puedo decirles que internet ha sido parte fundamental, pero no lo ha sido todo porque él no tuvo internet los primeros 4 meses y no nos podíamos ver por FaceTime. Puedo decirles que el carácter de los dos es primordial, pero si uno solo es tan sereno y paciente como lo es él, el otro tiene el camino más fácil porque debe apreciar y valorar lo maravilloso que es el primero.
Puedo también hablarles de lo importante que es ser firme y optimista cuando el otro está a punto de quebrarse o, cuando, definitivamente, se quiebra; tal y como me pasó a mí la última vez que nos vimos.
No somos millonarios y, pueden preguntarme cómo, pero igual se los iba a contar, hemos logrado vernos 3 veces y vamos a la cuarta durante un mismo año.
Hemos ahorrado cada centavo, buscado cuantas ofertas aparecen, movido las agendas, hablado con todo el mundo: jefes, profesores, amigos, desconocidos, para que nos echen una mano con lo que nos haga falta: cuidarme a mi perra, darnos días libres atravesados, reposición de horas perdidas.
La suerte ha sido parte de nuestra cruzada, sí, pero la hemos buscado. No hemos esperado a que nos caiga del cielo. Porque si algo me ha enseñado este año tan duro fuera, es que las oportunidades hay que perseguirlas. Hay que cavar, sacarlas con la punta de los dedos, pulirlas y hacer lo mejor de ellas.
Sin los besos de reconciliación ha tocado hablar más de la cuenta, respirar más profundo, atender la llamada que normalmente no contestarías por orgullo, describir a las personas nuevas con un poco más de precisión, decir “te amo” de mil y un formas distintas, escanear las cartas, comprar por internet, contar hasta “3” para darle play a una película en dos computadoras, llorar en la terminal de 2 aeropuertos y pensar locamente en renunciar a todo para quedarte y volver.
Alimentamos la cordura con la esperanza que trae el próximo boleto de avión, del “falta menos que cuando empezamos” y de nuestra constancia amándonos y hablando de ello.
No es fácil, no es recomendable y, mucho menos, ideal. Pero aquí estoy con estas líneas para decirles que sí se puede. Que no podemos esperar ser la excepción de la regla, pero podemos trabajar duro para sacarnos de la media. Que si está en su poder –porque, definitivamente hay cosas que se salen de nuestras manos- se puede vivir, sin perder la cabeza, ni a tu pareja, en una relación a distancia. Solamente hay que tener una meta y hacer mucho. Muchísimo.
¿Les apetece un update 3 años después? En las maravillosas palabras de Elton John: “I’m still standing” (next to him).
Hicimos, y seguimos haciendo, ese “muchísimo” del que hablaba en el párrafo anterior. Eso incluye una mudanza (él), un compromiso, una boda, un solo trabajo durante un año (uno solito), un alquiler que pagar todos los meses, un espíritu inquebrantable ante el desempleo (él, otra vez), otro espíritu agotado y en completa admiración por su pareja (yo, obviamente).
Incluye dos años sin poder tomar vacaciones, un hogar construido a punta de mucho cariño, paciencia y respeto. Ese “muchísimo” ha sido la aventura más gratificante de mi vida, el proyecto más importante en el que me he involucrado y el reto diario que tengo de resiliencia, paciencia, autoevaluación y humildad.
Podría decirles que me casé con el hombre perfecto. En mis ojos es así. Es el Jack Pearson de la vida real. Pero quedarme solo en esa línea es como inflar un globo y no hacerle un nudo. Elegir a una pareja “perfecta” desde el inicio es, claramente, imposible. Elegir es una tarea de todos los días, en especial en los días duros. Algunos ejemplos para poner en práctica esa elección:
- Perdonar los errores, sabiendo que han sido solo eso: errores; y no parte de una personalidad tóxica.
- Hacer mucha introspección, porque hay que ser fuerte, sí, pero también humilde.
- Sentir mucho más que apego. Sentir admiración por su personalidad, respeto por sus ideales y comportamiento; empatía, confianza.
- Huirle al conformismo en cualquier aspecto de tu vida.
- Cultivar tanto lo conjunto, como lo individual.
- Y para mí, el ejercicio que ha sido decisivo durante todos estos años: “Si me preguntan hoy si me veo el resto de mi vida con esta persona, sintiendo lo que siento hoy, ¿Eso significa felicidad?” y que la respuesta siga siendo “Sí”.
Sin atajos, sin evasiones; entre lo crudamente jodido, y los sentimientos más puros y bonitos. Así hemos ido sorteando la vida, agarrados de la mano estos últimos seis años y medio.
Sin creernos invencibles, ni mucho menos eternos, espero que este texto sirva tanto de aliento, como de llamado a la acción. Espero, desde el fondo de mi corazón, que puedan encontrar una compañía que los haga sentir llenos de vida y, sobre todo, espero que todos (me incluyo, claramente) tengamos, la mayor parte del tiempo, la inteligencia y la sensatez para mantenerlo o dejarlo ir, en pro de nuestra salud emocional.
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