Durante un año, tuve una compañera de viaje llamada depresión. Por muchos meses la ignoré pensando que se iría, pero hay cosas que por más que ignoremos, es necesario enfrentarlas para superarlas.
A los siete meses de mi primer embarazo, mi ginecólogo sospechó que había un problema en el corazón de mi bebé, por lo que los últimos meses de gestación tuve mucha ansiedad, muchos exámenes, controles y ecografías.
Yo poco podía hacer más que aferrarme a mi fe, pensando que todo estaría bien, así los médicos dijeran lo contrario.
El gran día llegó y, gracias a Dios, nuestra hija, a pesar de su bajo peso, estaba perfecta, todo resultó ser un “falso positivo”. Durante el parto me lastimaron un nervio, por lo que mi recuperación fue dolorosa y lenta.
Hasta el momento, todo lo que viví distaba mucho de lo que creía que sería el nacimiento de mi bebé.
Desde que supe que la bebé había nacido con bajo peso, comencé una carrera contra el tiempo para lograr que creciera; pero, por más que me esforcé, no obtuve los resultados esperados. Mis días empezaron a ser muy confusos.
Después de nueve meses de sentir a la bebé tan mía, tan parte de mí, de hablarle todos los días, cantarle y hacerle todo lo que leía que era bueno para los bebés, empecé a sentirla como una extraña. Me sentía insegura con todo. Estaba agotada y me sentía muy sola porque vivíamos en una ciudad lejos de mi familia y amigos, y mi esposo trabajaba mucho.
Yo no me sentía bien, estaba triste y con ganas de llorar la mayor parte del tiempo; pero no quería aceptarlo, siempre traté de hacerme la fuerte.
A los dos meses de nacida, mi hija comenzó a llorar mucho de día y de noche. Esto para mí fue devastador. ¿Los bebés lloran? ¡Sí! los bebés lloran y a veces pueden llorar muuuuucho. Esto me empujó aún más en ese hueco de frustración y tristeza en el que ya me encontraba.
Nunca hablé con nadie de cómo me sentía realmente, leí y supe de casos de mamás deprimidas, pero pensaba que eso les pasaba a los otros, a mí no. “¿Yo deprimida? No, solo estoy cansada, son muchas cosas nuevas”, pensaba. Pero lo cierto es que al final del día, yo pensaba que era un monstruo porque no sentía que ser mamá era lo más maravilloso que me había pasado en la vida, como todos dicen.
Cuando mi hija tenía seis meses, nos fuimos a vivir a otro país, y los meses previos a la mudanza fueron muy intensos, estaba tan ocupada en ese entonces, que no tenía mucho tiempo para oír mi voz interna que me gritaba que yo necesitaba ayuda porque no estaba bien.
Pero esa misma voz también me decía que en ese momento había muchas cosas más importantes que atender, y que después me podría ocupar de mí. Yo estaba con el corazón arrugado por tener que dejar mi familia, y recuerdo que pensaba constantemente: “Aún no sé ser mamá y ahora voy a estar lejos de la mía. Auxiliooo.”
Durante los tres primeros meses en nuestro nuevo lugar, mi hija lloraba la mayor parte del tiempo y yo junto con ella. Mi pensamiento recurrente era: “Ya mi hija tiene nueve meses y yo sigo triste, cada día más triste. Me siento sola. ¿Qué pasó con mi vida? ¿En qué momento se me perdió el camino? Mi esposo siempre tratando de darme calor, pero no me caliento. Nada me sirve. Nada me llena. Nada me motiva.”
Cuando mi bebé cumplió 11 meses, mi mamá vino a visitarnos y al fin abrí mi corazón. Hablé, lloré y me desahogué. Siempre he sido muy creyente, pero en ese entonces no tenía ánimo para nada, ni para creer en Dios. Hablar y llorar me sirvieron para liberarme de eso que tenía adentro y gracias a Dios, a mi esposo y a mi mamá, logré salir de ese hueco.
Me tardé un año largo, pero salí.
Ahora, al mirar hacia atrás, puedo entender por lo que pasé: tuve depresión postparto y, como no supe/pude manejarla, y además, empeoró con todos los cambios que vienen con emigrar.
¿Será que la historia hubiera sido diferente si desde el comienzo hubiera tratado esa depresión? No lo sé y nunca lo sabré. Viví lo que tenía que vivir. En estos días he pensado mucho en cuántas mamás están pasando solas por lo mismo, cuántas por miedo a ser juzgadas, por desconocimiento o por estar muy ocupadas, no oyen a su voz interna, así como lo hice yo.
Lo que me ayudó a salir de la depresión post parto fue HABLAR.
Durante el tiempo que estuve enferma no hablé nada con nadie, porque no quería aceptar lo que sentía. Me guardé todo. El hablar con mi mamá me ayudó a liberarme, a entenderme y a ser más compasiva conmigo misma. No fui a terapia en ese momento, pero empecé a escribir y así nació mi blog, que ha sido mi “terapia”
Nota de Asuntos de Mujeres: ¡Ojo! Te recomendamos buscar ayuda psicológica e ir a terapia. Esto es fundamental para el tratamiento de la depresión.
Cosas puntales que hice para salir de la depresión:
- Hablar.
- Aceptar lo que sentía.
- Informarme y entender que la depresión postparto es una realidad y me pasó a mí.
- Escribir sobre mis sentimientos y mis procesos (eso todavía me ayuda hoy).
- También me ayudó mucho aferrarme a mi fe y orar.
La depresión postparto es una realidad que siempre creemos que no nos va tocar, pero la verdad es que sí puede tocarnos.
Aunque pensemos que somos muy fuertes, hay que tomar en cuenta los cambios hormonales que nos afectan cuando damos a luz, y el cansancio que nos arrasa durante los primeros meses.
A veces esa depresión puede ocultarse en mal genio, ira, descontento con la vida o con la maternidad. La depresión no es solo sentarse a llorar. La depresión puede hacer mucho daño, no solo a quien la tiene sino a los que están alrededor.
Si hay alguna mamá que lee esto y no se siente bien, te recomiendo que hables, que busques la ayuda de un profesional, de amigas y de grupos de apoyo. No tienes que pasar por eso sola. No es un pecado sentirte como te sientes y no es de cobardes buscar ayuda.
¡Mamá, no estás sola! Escúchate más. No te dejes a un lado. Recuerda que si nosotras estamos bien, nuestro entorno lo estará también.
“La Depresión NO es debilidad, significa que has tratado de ser fuerte por mucho tiempo”.