– De cuando conocí a un “hombre normal” –
Perdí la cuenta de en cuántas conversaciones con mis amigas solteras hablamos de los “hombres normales” como mito urbano, una fantasía, algo irreal, que no existe.
La verdad es que en tiempos de Tinder, con tanta oferta (¿variedad?), esa creencia ha crecido exponencialmente y, casi podría asegurar que, ya forma parte del inconsciente colectivo femenino.
¿Pero qué entendemos por un “hombre normal”?
Pues, alguien estable emocionalmente, que no tiene compromisos (ni tampoco huye de ellos), que tiene buen carácter, es independiente, con buena conversación, se ducha regularmente, usa desodorante y se cepilla los dientes ¿Les suena?
A primera vista no parecen ser atributos muy complicados de conseguir en alguien, pero si te desenvuelves en la jungla de las citas, sabes que sí lo es.
Una vez dicho esto, hoy quiero contarles la historia de cuando conocí a un hombre normal. Sí, yo misma me topé cara a cara con este raro espécimen que, hasta ese momento, parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.
Todo empezó, como ya deben suponer, con un “match” y un mensaje.
Yo había tenido una cita MUY mala días antes y me sentía agotada de estar deshojando margaritas en Tinder, por lo que me había planteado unas vacaciones de la app.
Así que dudé, me tomé un tiempo para pensar y finalmente decidí entrar en el juego por la razón por la que casi siempre lo hago: aburrimiento.
Las cosas con el “hombre normal” comenzaron bien
La conversación con el chico en cuestión empezó sorpresivamente bien, sin demasiados clichés propios de las primeras charlas, y con una sustancia bastante inusual en estos casos.
Hablamos mucho y largo durante un par de días antes de decidir “quedar” (tener una cita formal). No quise dilatar demasiado el encuentro, porque tengo clarísimo que por más interesante que sea la conversa por chat, si no hay chispazo, la cosa no va a ninguna parte.
Llegó el día y asistí (casi) puntual a la cita, y al verlo agradecí que no hubiese sorpresas, tenía frente a mí al de las fotos, un chico con cara de bueno, con los ojos bonitos, una nariz desesperantemente perfecta y recién duchado. Empezamos bien.
Aquella tarde se me pasó volando, tuvimos una conversación distendida, fluida y, de momentos, profunda.
Hubo gin-tonics que se convirtieron en cena y hasta un repertorio de “canciones de amor” de un grupo pequeñito que tocaba en vivo. En serio, como de película.
No quería cantar victoria tan pronto, pero todo parecía indicar que estaba frente a la criatura mitológica en cuestión, ¿Estaba soñando? Quizá, sí.
Una cita se convirtió en otra, y en otra, y en otra
Pasaban los días y todo iba bien, tan bien que me parecía sospechoso, ya saben la creencia absurda que solemos tener de esperar que aparezca el “eso” malo, cuando todo está yendo genial.
Sin embargo, viéndolo ahora en perspectiva, creo que estaba un poco asustada de no saber manejar la situación y terminar haciendo algo que mandara todo al carajo.
Después de todo, uno no se cruza con un chico normal todos los días.
Tranquilas, eso nunca pasó.
Ahora bien, sí que en todo esto hubo un “pero” (sí, bendito pero). Se me olvidó comentarles que aunque mi chico era normal, sus circunstancias eran excepcionales: estaba en Madrid solo de paso y en breve debía volver a su casa… literalmente al otro lado del mundo. BINGO.
Desde el principio y muy conscientemente tomé la decisión de embarcarme en esa aventura con fecha de caducidad, había encontrado un hombre normal y estaba dispuesta a aprovecharlo hasta el final.
No puedo negar que aunque sabía dónde me estaba metiendo, fue difícil no involucrarme más de lo que había planificado, no es mentira que la ilusión siempre busca la manera de instalarse aunque no haya sido invitada.
Mi salto al vacío con el “hombre normal”
Lo cierto es que me entregué por completo a la experiencia, fueron días bonitos y divertidos de un romance intenso entre dos adultos, pero al final pasó lo que tenía que pasar: llegó el momento de su partida.
La despedida fue triste, hubo muchas palabras bonitas y nos prometimos cosas que sabíamos que no íbamos a cumplir. Lloré por él y también él por mí.
Aunque ensayé en mi cabeza mil veces las frases para dejar cerrado el capítulo, en el momento no fui capaz de hacerlo… y él tampoco.
Pasaron los días y muy pronto la distancia hizo lo suyo, se diluyeron las voluntades, los mensajes se espaciaron y las conversaciones se fueron vaciando.
Al principio fue difícil la (necesaria) desconexión, al menos para mí, porque muchas veces saber el final del cuento no te exonera del pesar, pero ahora estoy bien y no me arrepiento de nada, todo lo contrario.
Lo importante de todo esto y lo que me motivó a escribir esto, es poder contarles que soy la prueba fehaciente de que el mito urbano no es tal, y que las cosas pasan cuando menos te lo esperas.
Yo puedo asegurarles, mujeres, que los chicos normales sí existen y están ahí afuera esperando por ustedes.