Si me lo hubieran contado hace unos años, sencillamente no lo habría creído.
De niña ¡me ENCANTABA ver novelas! En ese entonces soñaba con el momento en que yo – a eso de mis 20 años- me casaría de velo y corona con el protagonista de mi historia…
Pero resultó que pasaron los 20’s y llegaron los 30’s y aquel capítulo final en que la pareja se casa y es dichosa para siempre no llegaba. No fue sino hasta los 34 cuando finalmente mi galán apareció en escena.
Dos años más tarde se arrodilló con un anillo – ahí si como en las novelas- y lanzó “LA” pregunta, a la que emocionada respondí: “¡acepto!”. Hasta allí el plan de ser feliz, aunque con un poco de retraso, ¡iba viento en popa! Por fin lo que veía que le pasaba a todas las mujeres en la TV y a mi alrededor me pasaría a mí. El amor, el hogar, la familia, la vida juntos.
Fijamos fecha para casarnos en los próximos 3 meses y, cuando sólo faltaban días para el acto, nos dimos cuenta de que ésta no era la mejor decisión. Primero, pospusimos el matrimonio; luego lo cancelamos. El por qué es lo de menos. Más importante es decir que en aquel momento sentí que me quitaban el piso y el mundo se derrumbaba. Había planeado mi vida en función a pareja y de pronto sólo era yo.
En las semanas que siguieron lloré más que en toda mi vida. Pasé por todas las fases del duelo: negación, dolor, rabia y aceptación, fase bendita con la que llegaron lecciones de vida y transformación.
Aprendí a soltar, por ejemplo; y es que a veces nos aferramos con toda la fuerza de nuestro ser a personas y/o situaciones que en lugar de hacernos felices, nos consumen y hacen sufrir.
Con esto no quiero decir que hay que darse por vencido a la primera de cambio, sino que hay que reconocer cuando las cosas no mejoran o sanan ni siquiera con el mayor esfuerzo que le pongamos.
A veces sencillamente hay que aceptar que lo que creíamos que era lo mejor para nosotros, en realidad no lo era.
Otra cosa que aprendí es que la dependencia emocional tiene disfraces bonitos y efectivos para pasar desapercibida ante los seres humanos, y que ésta nunca construye relaciones sanas. Si les suenan familiares frases como: “la vida no tiene sentido sin ti” o “todo lo que hago, lo hago por ti”, es hora de revisar su relación. Sólo dos personas que se sientan completas y contentas como individuos serán capaces de amar bien y con libertad al otro.
¡Somos autosuficientes!
Aprendí además, que para ser felices es clave desarrollar la flexibilidad porque si hay algo inherente a la vida es el cambio. TODO cambia y, por más control freak que nos preciemos de ser, la verdad es que el control no es más que una ilusión. Por eso, hoy no me trazo planes rígidos; boceteo lo que me gustaría lograr o alcanzar, pero me permito borrar y reescribir el plan en el camino. El aquí y el ahora ¡vaya que liberan!
Y aunque pudiera seguir contándoles sobre más aprendizajes que me dejó esta experiencia, creo que lo que más me interesa compartir con ustedes, mis queridas congéneres, es que siempre que se estimen estarán bien. Allí está la clave. ¡Lo certifico!
Sin embargo no les mentiré: pasaron meses antes de sentir que sanaba por dentro y que estaba lista para seguir mi camino “pa’feliz”. Por fortuna, encontré varios aceleradores de bienestar que les comparto a continuación…
Mis tablas de salvación
Dado que en el momento de la ruptura sentía que la situación me desbordaba, busqué lo que tenía a mano para ayudarme a salir a flote. Así, comencé a ir de nuevo a misa y con ello sentí que le echaba combustible al espíritu para enfrentar los obstáculos con fe. Hice un retiro espiritual. Me abracé a mi familia y su calor de hogar. Retomé el yoga, práctica que siempre me ha hecho sentir equilibrada, aquí y ahora, serena y contenta. Llené mis ratos libres de buenas películas, música y teatro. Comencé nuevos libros.
Conversé y me desahogué con una psicóloga inteligente que me recordó que la única que decide mi destino soy yo y que no debo darle ese poder a otro. Comencé a rediseñar mi nuevo proyecto de vida – ahora solo a mi medida-. Me inscribí en un grupo de conversación de inglés con un grupo fantástico de sexagenarios, y por último, pero no menos importante, ¡me aferré a mis amigos!
Salir de la zona de miseria y autocompasión es crucial para superar cualquier bache en el camino. Cambiar de aires, compartir con los afectos, recrearse y pasarla bien son ingredientes que no deben faltar a la hora de cocinar la felicidad. Para alcanzarla, hay que empezar por quererse uno mismo como quisiéramos que los demás nos quisieran: bien y bonito.
Por alguna razón, cuando el corazón duele por un desamor, muchos sienten que el mundo se va a acabar, pero la verdad es que el área de la pareja es apenas una de muchas que nos hacen seres integrales. Todos tenemos un área espiritual, emocional, social, intelectual, etc. Entonces, si el área sentimental no es la que más brilla en algún momento, ¿por qué dejar que las demás se opaquen? ¡Por el contrario!, hacerle un cariñito a las demás áreas, más que una opción es un deber.
Recalculating!
Hay momentos en que a la vida le gusta el drama y nos sugiere (algunas veces con más gentileza que otras) tomar nuevos caminos. Como el GPS cuando nos equivocamos de ruta, la vida a veces nos dice fuerte y claro: “recalculating”. De allí la importancia de ser flexibles y aplicar la “resiliencia”, pues el control es un espejismo y por mucho que planeemos, nada nos asegura que esos planes coincidirán con los que la vida nos tiene preparados.
Así como cuando te van a poner una inyección y el doctor te dice para que duela menos: “ponte flojito, respira hondo”, así mismo hay que hacer en la vida ante los cambios fuertes. Algunos los podremos evitar o ajustar, otros no; y mientras nos aferremos a que las cosas se mantengan tal y como están, mayor será el sufrimiento porque hay cambios que – por más que les temamos- igual ocurrirán.
Si algunos de quienes están leyendo estas líneas han pasado por una situación de profundo dolor como la muerte de un ser querido, recibir un diagnóstico desfavorable, perder el empleo o sencillamente una ruptura amorosa, seguramente habrán oído frases como: “Dios sabe por qué hace las cosas”, “algo tendrás que aprender de esta experiencia”, “las cosas pasan por una razón”, y probablemente les hayan resultado terriblemente odiosas. Yo las oí todas. Los entiendo.
Sin embargo, el tiempo es la mejor “curita” que hay, es sólo cosa de ser pacientes y dejar que haga lo suyo. Si mientras él trabaja, nos agarramos de la fe y de la autoestima, más temprano que tarde lograremos desempañar los lentes con que hasta entonces veíamos todo nublado. Créanme.
En mi caso, la vida tenía otros planes para mí y me alegra haber abrazado el cambio. Después de vivir medio año creyendo que el mundo se acababa, decidí que era hora de resetearme y fluir. Empaqué mi vida en 2 maletas y me monté en un avión a hacer borrón y cuenta nueva.
A la fecha, tengo 8 meses de haber llegado a Chile, un país que nunca me planteé siquiera visitar, en donde no solo conseguí oportunidades para empezar a rediseñar mi vida, sino donde también descubrí cuán valiente y capaz soy (no sólo porque ya he “guapeado” en más de un temblor, sino porque he logrado valerme para todo por mí misma), y donde además conocí a quien es hoy mi partner de camino. Ahora sencillamente fluyo contenta con las oportunidades y me enfoco en el vaso medio lleno y en cómo terminar de llenarlo.
Así que vive. Deja que la vida te sorprenda. Fluye con ella. No te resistas, ni prolongues sufrimientos sin necesidad. Abraza los cambios. Agradece lo bueno. Nuestro pasaporte en este plano tiene fecha de vencimiento. Mientras estés aquí haz que valga. Sé feliz.
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