Desde niña siempre fui “la más flaca” de la casa. Quizás en mi infancia no entendía por qué mi peso era tema de conversación recurrente entre mis padres, al sentarnos a cenar y posteriormente, con más integrantes de la familia.
Recuerdo que mientras jugaba, algunos familiares me analizaban con sus miradas para luego abordar a mi madre y preguntarle: ¿Qué le pasa a la niña? ¿Está enferma? ¡Está muy flaca! ¡Debes llevarla al médico!
Esas preguntas y sugerencias fueron recurrentes, crecí escuchándolas siempre, por lo que se convirtieron en algo “normal” hasta cierto punto de mi vida.
Debo decir que siempre he sido delgada, sana y normal. Quizás resulte extraño que una mujer flaca escriba sobre su peso, por lo general tiende a ser más juzgada la figura con sobrepeso; pero créanme que desde la delgadez también se puede ser señalada, lastimada, sufrir de bullying y de baja autoestima.
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Obviamente todo se magnificó entrada la adolescencia. Mientras los cuerpos de mis amigas se hacían más grandes y agarraban forma de “mujer”, el mío seguía siendo como de una niña de 8 años.
Hoy confieso que muero de risa al escribir esto, pero la verdad es que los complejos e inseguridades por mi delgadez me acompañaron hasta ya entrada la adultez.
Hoy reconozco que perdí muchos momentos valiosos a causa de mis complejos. Por mucho tiempo usé ropa más grande a mi talla real, vestía solo pantalones, blusas de mangas largas -sin importar el calor que hiciera- y un suéter era siempre mi mejor amigo.
Hacía cualquier cosa antes de descubrir mis delgados y esqueléticos brazos. La feminidad y yo nos conocimos un poco tarde.
Afortunadamente no sufrí ningún tipo de trastorno alimenticio, aunque las vitaminas, estimulantes de apetito y merengadas siempre estuvieron al lado de mis comidas por mucho tiempo, por lo que mi peso sí se vio afectado en varias oportunidades ocasionando algunos daños en mi cuerpo.
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Confieso con la mano en el corazón que detestaba a cada persona que hacía un comentario sobre mi peso. En mi cabeza solo pensaba: ¿Es que acaso no hay otras cosas que preguntar? ¿Tan mal me veo? ¿No hay otros temas de conversación?
Y creo que fue en ese momento cuando hice “click” con el tema y pude ver cómo el asunto me estaba afectando.
Y me di cuenta que el verdadero problema eran ellos y sus opiniones sobre mi peso. Ellos, al no comprender la diversidad de la vida. Ellos, al pensar que las personas somos objetos manufacturados que venimos en serie. Ellos, al creer que “todo” se define con un adjetivo calificativo: gordo, flaco, alto, bajo, feo o bonito.
Comprendí además que lo que me definía como mujer era mi esencia, mi feminidad -que al descubrirla, nos convertimos en las mejores amigas- mis posiciones, la defensa de mis ideas y el placer que debía sentir por la vida. Entendí que cuando te empoderas de todos tus sentidos no hay comentario que pueda afectarte.
Cuando descubrí todo esto, sentí que alguien cortó la cadena de mi grillete, liberándome de un gran peso que siempre llevaba a cuestas por el tema de mi delgadez. Ahora soy una mujer plena, que ama cada parte de su cuerpo, con curvas o sin ellas; porque son esos detalles, esas peculiaridades que tenemos cada una de nosotras lo que nos hace perfectamente imperfectas.
Así que si hay algo de tu cuerpo que te hace sentir incómoda, trabajo para cambiarlo, pero hazlo solo por ti, no por lo que digan los demás ni por complacer a terceras personas.
Recuerda que el ancho de tu cintura jamás será directamente proporcional a todo lo que tienes en tu interior.
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Foto: Pixabay.