Antes de empezar quiero aclarar que no soy pediatra ni especialista en el tema, solo soy una mamá con un bebé alérgico a la proteína de leche de vaca y quiero compartir mi experiencia.
Hace siete meses tuve un bebé hermoso y sano. Comía bien, no lloraba y con tres semanas de nacido había noches en las que dormía seis horas seguidas. Me sentía la mamá más afortunada del mundo.
Un día al cambiarle el pañal, noté que su caca estaba muy mocosa y verde. Al cumplir un mes todos sus pañales tenían la misma apariencia y el bebé estaba teniendo muchos dolores estomacales.
Comencé a investigar en Doctor Google y había mil teorías: desde que se tragaba sus propios mocos, pasando por un tumor en el intestino delgado y por supuesto mencionando una reacción alérgica a los alimentos que yo comía. Hasta ese momento había tenido éxito con la lactancia exclusiva lo que era de vital importancia para mí.
Como la situación no mejoraba, acudimos al pediatra y nos dijo que lo más probable era que tuviese gastroenteritis y que sanaría solo. Dos días después comenzó a tener hilos de sangre en su caca y allí entré en pánico.
Fue nuestra primera visita a urgencias. Le hicieron análisis y el diagnóstico fue una posible alergia a la proteína de leche de vaca que pasaba a través de mi leche.
Esta alergia ocurre cuando el sistema inmunitario del cuerpo “confunde” la proteína de leche de vaca con una amenaza y la ataca como si fuera una enfermedad.
Los síntomas pueden variar, en el caso de mi bebé comenzó con la mucosidad y sangre en las heces, muchos cólicos y una piel extremadamente sensible, también conocida como piel atópica.
Entre 2% y 5% de los bebés sufren de esta condición, sobre todo cuando se les da leche de fórmula. El caso de mi hijo era menos habitual porque solo había recibido leche materna.
La primera medida fue eliminar todos los productos lácteos de mi dieta y empezar a usar en el bebé productos para pieles atópicas (que son carísimos, valga la acotación).
Pasó la semana de prueba y no había ninguna mejoría, así que decidieron retirar también todo aquello que contuviese trazas de leche, huevo y soja.
¿La verdad? Me quería morir desde mi egoísmo de adicta al queso, a los dulces, la pizza, al café con leche espumosa y en general, a toda la comida.
Haz un experimento y agarra cualquier producto que te guste de un estante del supermercado: todo lo sabroso lleva esos ingredientes. Pero también es cierto eso de que por un hijo se hace cualquier sacrificio y así me fui paseando de herbolario en herbolario probando bizcochos tiesos como piedras, galletas espantosas y por supuesto todo al triple del precio de lo que cuesta la comida “normal”.
A pesar de todo ese sacrificio, mi bebé no mejoraba. Vimos tres pediatras especialistas en sistema digestivo, y todos coincidían en que al no haber mejoría debía suspender la lactancia y darle lo que se conoce como fórmula hidrolizada. Esa fórmula, aparte de oler y saber espantoso, es costosísima. Alrededor de 30€ el bote de 400gr.
No puedes imaginar la sensación de frustración que tenía y el miedo ante la ruina económica que se nos venía encima. Antes de rendirme, se me ocurrió revisar todos los medicamentos que estaba tomando y ¡eureka!, las pastillas anticonceptivas contenían lactosa. Fue suspenderlas y ver inmediatamente una mejoría.
Han pasado seis meses desde entonces y puedo afirmar que:
- Todo el mundo es experto en alergias y te darán su opinión acerca de lo mal que estás haciendo las cosas. Te dirán que por qué no pruebas cosas sin lactosa, que su hermanito se curó con un atol de arroz, que debes hacer terapia de choque y darle leche entera del supermercado en un biberón todas las noches, que lo estás convirtiendo en un niño débil al privarlo de los alimentos que le hacen daño, que eres una tonta cabezota por insistir con la lactancia materna, que por comer una galletita no le va a pasar nada. Y así… la clave es respirar y seguir adelante con tu sentido común, haciendo lo que a ti y a tu bebé les haga sentir bien.
- Los derivados lácteos de oveja, cabra y demás animalitos comestibles también le dan alergia a los niños con esta condición. No te pongas a inventar. Puedes probar la leche de almendras, de avena y de arroz.
- No te obsesiones con el peso de tu bebé, si haces las cosas según te las indica el pediatra, todo irá bien.
- Vas a perder un montón de peso. Es lo positivo del asunto. No sólo me quité los 12 kg que aumenté en el embarazo, sino que ahora uso dos tallas menos que antes. También comenzarás a ser más creativa en la cocina, comerás más sano, descubrirás que el hummus es tu mejor amigo y un montón de recetas veganas ricas..
- La gente comerá pizza delante de ti y se relamerán con cada bocado. Te invitarán a cenar chupe de pollo y habrá esa deliciosa tarta tres leches, flan y quesillo. No lo hacen por maldad, aunque a ti te parezca que la crueldad es su bandera.
- Te vas a sentir culpable. Un día decidí probar un pedacito de pizza (¿se nota que tengo una loca pasión por la pizza?), y a las cuatro horas mi pobre niño se estaba retorciendo y llorando sin parar lleno de rosetones. Por suerte sus reacciones no son graves y lo superó a los pocos días.
- Cuidado si te toca dejar las pastillas anticonceptivas y no quieres que tus hijos se lleven unos meses de diferencia.
- Gracias a las leyes que obligan a las empresas alimentarias a colocar los alérgenos se te hará más fácil la aventura. Siempre lee las etiquetas aunque pases horas en el supermercado.
- No va a durar para siempre. El pronóstico de mi bebé es bueno. Ya tolera que coma soja y huevos y las pruebas de alergia salieron negativas, así que lo más probable es que antes de los dos años ya esté superado el tema.
- Si no aguantas la dieta, hay países que subvencionan la fórmula hidrolizada. Si quieres seguir dando el pecho lucha y no dejes que nadie te diga que lo abandones.
- Uno se acostumbra a todo, en serio. Por ver a mi hijo sano comería alpiste el resto de mi vida de ser necesario.
Y sobre todo, mucho ánimo y sentido común. Nadie tiene en este tema la verdad absoluta y, créeme, poco a poco que se te afina la intuición.
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