Laura Guarisco: “Uno tiene que ser de los lugares donde se encuentra”

Laura Guarisco

El día después de llegar a Panamá, mi esposo se fue a trabajar muy temprano y con total normalidad. Cuando me levanté, lo primero que hice fue asomarme por la ventana, desde donde se veía un mar inmenso e infinito y varios edificios gigantes, repartidos como las piezas de un juego de mesa.

La grandeza del paisaje me cautivó, estaba en ese lugar nuevo, ese hogar que iba a comenzar a explorar desde ese momento, un momento que marcaría un nuevo comienzo en mi vida.

Mi empleo en la radio, mis amigas y amigos, mi familia, mis calles, mi carrito amarillo. Mi vida entera se había quedado en Venezuela y solo quedaba tomar conciencia de mi duelo y reconstruir una vida afuera, con otras costumbres y cultura; con nuevas calles, con nuevas personas y nuevos retos.

Cuando me topé con “Nido”, la novela gráfica de la ilustradora venezolana Laura Guarisco, me sentí muy identificada con su protagonista. Él es, en ese libro, un pedacito de cada una de las personas que han salido de su país y se han enfrentado a muchos retos fuera de él.

Así es que hablar con @guarisquin (su nombre en Instagram), quien además de “Nido”, es autora de otros libros en los que ha abordado, con un estilo único, cercano y humorístico, la migración venezolana, la añoranza, la adaptación de un migrante en su lugar de destino, etc., fue una forma de acercarme de nuevo a Venezuela, de añorar con libertad y también de sentir gratitud por esta tierra que nos acogió como si hubiésemos nacido aquí.

Espero que disfrutes esta entrevista tanto como yo lo hice.

Laura, noto que hay una evolución del tema migración venezolana en tus libros. De hecho,  forma parte de tu discurso, y en tu nuevo libro “Nido” das un paso más, y transformaste la migración en una novela gráfica. Cuéntame más de esa evolución.

Bueno, cuando llegué a Medellín es cuando empecé a contar. Regularmente, contaba lo que me estaba pasando como venezolana migrante en Colombia, entonces empecé a montar historias supercortas en redes sociales, un poco intentando sacar lo que tenía en la cabeza y escupirlo de alguna forma al papel.

Yo siempre he trabajado el cómic como medio narrativo, o sea, es como la forma que yo encuentro para narrarme, para escribirme o para contarme a mí misma las historias.

Transformé el dibujo en mi oficio.

Empiezo a publicar en prensa porque mis amigos (de Colombia) querían saber qué estaba pasando en Venezuela. Todo el mundo quería saber qué estaba pasando y escucharlo en la voz de los venezolanos, y me salió una oportunidad de publicar en El Espectador.

Fue una primera publicación sobre qué se sentía ser una dibujante venezolana viviendo en Medellín. Luego, tuve otra oportunidad de publicar de nuevo, como cuatro páginas grandísimas, sobre qué estaba pasando en Venezuela en 2019, todo como si te lo estuviera contando tu mejor amigo y en formato cómic.

¿Y qué es lo que nos une en vez de qué es lo que nos separa? Yo sentía que me seguía quedando corta con todo lo que podía contar sobre ser venezolano migrante estando en Colombia y sobre qué pasaba cuando construyes una casa lejos de casa.

A finales de 2019, ya venía con eso en la cabeza, o sea, como haciéndo esas reflexiones, esas preguntas, queriendo contar más y me dije a mí misma: ¿que será entonces lo que quiero contar?

Me lancé a hacer un libro larguísimo, o sea, me atreví a hacer una novela gráfica, porque sentía que tenía mucho para contar. Como por casualidades de la vida, ese año en Fiesta del Libro, conocí al editor de Planeta, Cristian Muñoz y a Alessandra Sternfeld, quien termina siendo mi agente literaria.

La conocí porque fui a una charla de ella que iba a dar sobre qué hace una agencia literaria que representa historietistas.

Y al final de la charla me acerqué a ella para contarle que yo quería hacer un libro sobre Venezuela porque veía que resonaban esas historias, y para mi sorpresa, ella me respondió, “mándame el borrador porque me interesa”.

Y ese mismo día, le comenté a Cristian que yo tenía un libro sobre Venezuela que estaba pensando, y Cristian me dijo, “yo quiero trabajar contigo”. Entonces tuve un poquito de suerte o estuve en el lugar y en el momento indicados con la cabeza llena de ideas.

En 2020 comencé a trabajar en el libro y empecé a dibujar de principio a fin.


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Fue un libro pandémico.

Ahora que lo pienso, sí lo fue.

Cuando hablé con Cristian y Alessandra, me tomé en serio lo que iba a hacer. Esto era importante, así que renuncié a un trabajo que tenía como diseñadora gráfica en una empresa, o sea, el trabajo más estable del mundo, y dije, “tengo que trabajar ocho horas al día en este libro”.

No sé si cometí una locura, pero no me arrepiento. Renuncié a un montón de cosas y me tocó en pandemia hacer este libro.

¿Y las cosas salieron bien o se te enredó un poco la vida?

No, ¡menos mal!, mi esposo y yo trabajábamos y habíamos ahorrado, porque somos muy ahorradores. Menos mal que cuando llegó la pandemia teníamos esos ahorros, porque incluso, él tampoco pudo trabajar en pandemia porque trabaja con el área de turismo.

Imagínate, entonces estábamos los dos encerrados, no había trabajo, o sea, no teníamos un ingreso mensual, pero gracias a Dios ahorramos, si no, no habría podido hacer ni mi libro ni nada.

Las cosas salieron bien y valió la pena. Valió la pena porque esto es un trabajo grande.

Entiendo que recogiste historias de varios venezolanos para construir a Ángel, el protagonista de “Nido”. Cuéntame un poco sobre ese proceso.

Bueno, cuando estaba pensando en qué historia contar y cómo iba a ser este personaje, yo tenía claro que no quería ser la protagonista, porque ya en todo mi trabajo siempre yo he sido la protagonista de las historias.

Yo me narro a mí misma y lo hago un poco para entender qué es lo que me pasa; en este caso, sabía que no quería ser la protagonista y quería construir un personaje masculino por todo el tema de las protestas en Venezuela y porque muchos de mis amigos hombres tenían coincidencias en su historia. Todos habían pasado por algo similar.

Lo vi como un reto: ¿Por qué no contar un personaje que sea completamente externo a mí?, que quizá sí sea pedacitos de todos los amigos que he hecho en Medellín, todos los familiares que tengo. Decidí llamarlo Ángel Eduardo, porque así se llama un amigo, un superamigo mío del colegio.

También tenía muy claro que si iba a contar a este personaje, necesitaba que alrededor de él estuvieran personajes femeninos muy poderosos y que fuesen unas figuras de mucho peso en todas las decisiones que él empieza a tomar en el transcurso de la historia.

Entonces sí hay mucho del personaje propio mío en él.

¿Me puedes contar algo en lo que te parezcas a él?

Cuando llegué a Medellín me sentía muy nostálgica, porque yo me vine a Colombia sola, sin nadie que me acompañara. Me recibió mi familia en la costa, pero me sentía muy sola.

Entonces, quería volver a Venezuela en diciembre, pero en esa época se fueron un montón de aerolíneas y era difícil entrar al país por avión, así que evalúe la posibilidad de irme por tierra y cruzar la frontera.

Me fui en bus hasta Maicao, porque no es tan lejos desde Barranquilla, y luego agarré un avión desde Maracaibo hasta Caracas y crucé el puente a pie, porque en ese momento se podía cruzar a pie. ¡Yo era como tan ingenua!, que no sé por qué terminé en un carro pasando por La Trocha.

A mi personaje, cuando lo roban en la frontera, tiene un poco de mí ahí, de esa ingenuidad. Tienes toda tu plata metida en un bolsillo y está atravesando La Trocha.

En las conversaciones que tuviste para la construcción de tus personajes, ¿cuáles fueron los puntos en común que encontraste?

Las conversaciones fueron con mis amigos. Cuando llegué a Medellín, empecé a buscar desesperadamente amigos porque no tenía amigos en Medellín y, casualmente, los primeros amigos que hice eran personas que estudiaron en la misma facultad que yo en Venezuela. Sus papás eran colombianos, como los míos, y tenían la doble nacionalidad: colombiana y venezolana, que eso facilita un poco las cosas, pues no es lo mismo llegar con papeles a cualquier sitio que llegar sin papeles.

Pues, al principio todos eran arquitectos y cuando empecé a fusionarme con Medellín, a intentar hacer y sentirme parte, conocí a muchos colombianos y sus historias.

Me parecía increíble descubrir que ellos también venían de otras partes, pero desde Colombia, internamente, y muchos me contaron historias de amigos en común desplazados, algo que me llamó la atención, porque aquí también han vivido un poco lo que hemos vivido nosotros, pero internamente, como que ese dolor resonaba en mí y me hacía sentir que teníamos puntos en común.

Hablando de dolores, ¿has sido testigo o víctima de xenofobia en Colombia por ser venezolana?

Sí, sí, sí. Al principio, siento que cuando eres recién llegado, estás muy sensible, y es cierto que te afecta mucho lo que se dice.

Estás intentando entender qué es lo que estás atravesando y tienes un duelo. Cuando agarraba un taxi o me tocaba hablar con alguien en el transporte, me enfrentaba a muchos comentarios muy feos. Recuerdo que una vez me bajé llorando de un taxi, porque me puse a pelear con el taxista. Me sentí atacada.

Luego entendí que hay un poco de ignorancia, o sea, como que la otra persona que me está haciendo la pregunta, es posible que no conozca a personas venezolanas; entendí que mucho de lo que dicen es por desconocimiento y también por miedo, por desinformación.

Entonces ahora no soy tan dura, me di cuenta de que si quiero iniciar una conversación, un diálogo, no puedo yo también ponerme agresiva, sino que tengo que invitar al otro a conversar.

En “Cambur y papaya” quise entablar un diálogo en el que aunque no piensen como yo, puedan entender por qué yo pienso así. He aprendido a escuchar más. Les pregunto: “¿Por qué piensas así?, cuéntamelo”, entonces puedo entender por qué tienen las posturas que tienen. Lo bonito es que ahora también me escuchan a mí y entienden por qué yo tengo mi postura.

Todos pensamos muy distinto en muchas áreas, pero creo que tenemos algo hermoso y es que nos podemos escuchar, ver al otro como alguien cercano, que puede ser tu amigo, sobre todo porque estás viviendo aquí, tienes hijos aquí y hay que familiarizarse con eso, ¿no? No solo familiarizarse, hay que cogerle el gusto a eso.

¿Alguna vez has sentido la necesidad de desconectarte un poco de lo que pasa en Venezuela?

Yo, en 2019, cuando pasó lo de Guaidó, sentía que no me podía despegar.

Cuando venían los migrantes, yo veía migrantes en todos lados pasando trabajo, y solo pensaba: “No me quiero despegar de esto. Yo necesito contar esto, pero cuando me metí más en política, me hice mucha esperanza con Guaidó y toda la oposición. Yo escupía todo lo que sentía, y cuando ya vi que no pasaba nada, me sentí decepcionada.

Me quedó una sensación tan horrible, que dije: “Yo necesito dejar de escribir, de hacer cosas de política, de dibujar política. Estoy cansada de apoyar a gente que no me representa, de gente que juega con la esperanza de los demás”.

Entonces, me alejé y me enfoqué más en el libro, quería enfocarme en contar algo mejor. Quería contar la historia de los migrantes y entregar una historia esperanzadora, de encuentro, que propusiera otra cosa distinta.

Ahí puse todo mi esfuerzo y me alejé, sobre todo de las redes y de la política. Ya no me siento cómoda hablando de política.

Cuando estaba haciendo el libro, intenté ser muy cuidadosa porque quiero nuevamente abrir un diálogo. Yo no quiero empujar al que piensa distinto, sino que quiero decirle: “Hablemos y veamos esto”. Quiero abrir la conversación.

Durante la entrevista a Laura Guarisco, vía Zoom.

A mí me gusta mucho cómo comienza y cómo termina tu libro. Quisiera que les dieras a quienes como tú están en este camino de la escritura, un consejo sobre cómo construiste este principio y este final, por supuesto, desde el punto de vista de una escritora de novela gráfica.

Bueno, yo creo que el principio y el final son la parte más difícil de contar.

¿Cómo empiezo para que eso que quiero contar, atraiga al lector, este se quede y siga leyendo? ¿Cómo cierro la historia?

A mí me gusta dejar las historias abiertas, porque yo siento que la vida en sí queda abierta.

Me parecía muy bello hacer una analogía y una construcción con las aves migratorias, con los pájaros. Yo sabía que quería construir algo en el relato que comparara la travesía de Ángel con la travesía que hacen las aves migratorias.

Fue una buena idea empezar por allí, y como yo también pajareo, o sea, yo hago también avistamiento de aves, el título del libro surgió de una conversación mientras estaba pajareando.

No todo el mundo pajarea, y muchos se preguntan, ¿qué hace la gente y por qué están viendo pájaros? Entonces me interesaba entregarle esa información al lector y hacer un puente que comience en el principio, traspase una frontera, hasta llegar a su destino. Me pareció buena idea atrapar al lector con un tema que no ha visto nunca.

¿Cuál ha sido tu principal dolor de desarraigo y qué ha sido lo más bonito de vivir en Colombia?

Ay, bueno, yo creo que lo más difícil fue dejar a mis afectos. Pienso en mi mamá, mi hermana y en mi abuela, quienes se quedaron en Venezuela cuando yo me vine a Colombia.

Ya mi hermana también se vino, pero yo lo hice primero y lo dejé todo allá, incluyendo a mi novio y los amigos que me quedaban, porque también es cierto que mis amigos más cercanos se empezaron a ir antes que yo.

Pero cuando llegué, comencé a florecer. Empecé a dibujar más, empecé a trabajar en una oficina con mucha gente increíble, una oficina de arquitectura. Claro, yo estaba floreciendo, pero ¿y mis afectos? Mis afectos no florecían, todo lo contrario. Fue muy fuerte.

Yo lloraba viendo las noticias o cuando mi mamá me contaba lo que ocurría. Me preguntaba: “¿Cómo puedo ayudar para que esto no sea tan horrible del otro lado?” Intentaba colaborar de mil formas.

Y encontré afectos nuevos en Colombia, porque tuve un reencuentro muy especial con la familia de este lado, con la que casi no compartía porque no nos veíamos. Eso fue increíble, y toda la gente que he conocido en el camino, yo creo que eso ha sido lo hermoso de llegar a Colombia.

Tengo una nueva lista de afectos.

¿Qué le dirías a un venezolano que se va a ir de Venezuela, y va a atravesar la frontera por La Trocha, buscando un futuro mejor, ya sea en este país o en otro?

Ya me lo han preguntado en varias oportunidades y también me han preguntado que de dónde me siento yo, si de Venezuela o de Colombia, que si me siento todavía venezolana o que si ya soy colombiana. Hay gente que dice que no se siente ni de un lado ni del otro, no es que eso esté mal o bien.

Pienso que uno debe hacerse parte del lugar donde uno existe, o sea, puede que ya Venezuela no sea la Venezuela en la que yo viví, pero yo tengo parte de Venezuela en mí, y ahora que estoy en Colombia, tengo una parte importante de Colombia en mí también; entonces yo no puedo ser de ningún lado, yo existo y donde yo existo, incluso temporal o permanentemente, es de donde yo soy. Uno tiene que ser de los lugares donde se encuentra.

Nuestra historia se construye donde uno va viviendo.

A todas las personas que se mudan de país, les diría que se vayan con toda la apertura de integrarse al lugar que los va a recibir, porque es muy posible que se queden a vivir ahí y sea ese el lugar donde construyan su nueva historia. Tienen que irse con toda la disposición de florecer.

Gracias a Planeta Colombia por permitirnos hacer esta entrevista.
Foto: Maricarmen Cervelli N.

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