– Te veo triste, Miguel, ¿Te pasa algo? ¿Tienes algún problema? Sabes qué, si necesitas hablar, estoy aquí para escucharte.
Así comienza una historia de terror, la historia de Miguel Hurtado (España, 1982) quien, como más de un centenar de miles de niños y niñas de todo el mundo, fue víctima de abusos sexuales por parte de un sacerdote, cuando tenía 16 años.
Miguel presenta su primer libro, El Manual del Silencio (Planeta, 2020), una autobiografía donde detalla su propia historia como víctima, sobreviviente y activista, a partir de su episodio de abuso que se extendió por más de un año, y que hoy decide contar con detalle para “de forma definitiva, de dar carpetazo a una etapa de mi vida, porque a veces para pasar la página tienes que leerla en voz alta”.
La historia
En el año 1998, Miguel Hurtado tenía 16 años y era un ferviente católico practicante. Decidió unirse a los scouts católicos del santuario de Montserrat, uno de los lugares de peregrinación mariana más importante de Europa; sede, además, del Monasterio de Santa María de Montserrat.
Una vez al mes, los scouts subían al monasterio los viernes por la noche (o sábados por la mañana), y volvían a sus casas los domingos después de almorzar: “se respiraba un ambiente de compañerismo y respeto. Eran grupos que estaban muy unidos, ya que muchos de los chavales llevaban años participando en las actividades juntos”, relata el autor en la página 55 de su libro.
Es precisamente en el monasterio donde conoce al Hermano Andreu (60), quien durante cuatro décadas había dirigido el grupo scout, y era muy respetado entre los chicos y los padres. Un lobo con piel de cordero.
En ese entonces, Miguel estaba atravesando por una profunda crisis personal, producto de una situación familiar complicada, y de la reciente aceptación de su homosexualidad. Por lo que se convirtió en presa fácil para el Hermano Andreu, quien se ganó su confianza.
En un principio hablaban de temas neutros, en lugares comunes, pero pronto la relación cambió:
Comenzó a pasarse a mi cuarto por las noches y a hablarme de temas sexuales como la masturbación. Usando un tono pedagógico, pretendía darme clases prácticas de educación sexual. Hasta que un día cruzó una línea que rompió mi adolescencia, que me quebró por dentro, continua el relato.
Los abusos se extendieron un año, hasta que, durante un viaje de los scouts a Roma, el Hermano Andreu decidió que, como todo los chicos compartían habitación de hotel, él lo haría con Miguel. El chico se quedó mudo del horror.
Una noche tuvo lugar un episodio espeluznante que marcó un antes y un después en la historia de Miguel, el sacerdote se pasó a su cama y lo besó en la boca, con fuerza, con lengua. El chico cerró los dientes fuertemente para expresar su desagrado, para darle el mensaje de que lo que estaba pasando NO era consensuado. Pero al Hermano Andreu le dio igual.
“Mi memoria quedó en blanco respecto a lo que pasó el resto de la noche. Lo que sí tengo claro es que esa fue la última vez que abusó de mí. Fue un punto de inflexión que me forzó a aceptar lo inimaginable. Lo que estaba pasando estaba mal. Tenía que evitarlo como fuera. Y así lo hice.” (El Manual del Silencio. Planeta, 2020. Pág. 55)
Hasta cuatro veces tuvo que denunciar Miguel su caso, antes de que alguien hiciera algo por él: “Me quejé 4 veces, con 2 abades distintos, y solo me hicieron caso cuando me puse con una pancarta frente a Monserrat el domingo, el día de la misa”
Veinte años han pasado desde que Miguel Hurtado decidió romper el silencio y embarcarse en la titánica aventura de ir en contra de la institución más poderosa del mundo: La Iglesia Católica.
Actualmente, Miguel Hurtado reside en Londres, donde compagina su trabajo de psiquiatra infantil, con su activismo por los Derechos Humanos.
Su agresor falleció en 2008 sin pagar por su crimen. En el año 2007 fue homenajeado con la publicación del libro L’escoltisme i Montserrat, con prólogo del ex presidente de la Generalitat de Catalunya Jordi Pujol.
La entrevista a Miguel Hurtado
¿Cómo te encuentras ahora?
Es curioso.
Yo siempre digo que no es que me haya quitado un peso de encima, sino que me he quitado una montaña de encima, porque en mi caso, la institución que cubrió los abusos era tan poderosa y significativa en Cataluña, que yo durante 20 años me sentía asfixiado, me sentí oprimido.
Tenía mucho miedo de qué pasaría si rompía el silencio, cómo reaccionaría mi entorno, si me iban a creer o no, si se me iba a cuestionar o no, si iban a reaccionar con hostilidad o con indiferencia, pretendiendo que esto no había pasado.
Entonces, cuando al final ya lo has hecho, para bien o para mal, es una tranquilidad y una paz.
Me siento tranquilo y en paz.
¿Cómo has llevado tener que revivir este episodio una y otra vez para escribir el libro?
Necesité de años de contar mi historia con gente de confianza, en ambientes seguros, de uno a uno, en pequeños grupos, y necesité mucho apoyo de mi entorno, y eso me permitió sanar muchas heridas. Si no lo hubiese hecho, no habría podido escribir el libro, o lo hubiese escrito de otra manera, con la herida en carne viva, en vez de con una reflexión más serena.
Cuando la gente dice “¿Por qué las víctimas tardan tanto tiempo en denunciar?”, bueno, porque necesitan de mucho trabajo previo para digerir y metabolizar una experiencia de ese tipo.
Lo que me dices es completamente incompatible con las leyes españolas, donde los crímenes de pederastia prescriben 3 años después de cumplir la mayoría de edad**
La legislación española ignora la evidencia científica. No es que yo lo diga como víctima, es que si los políticos hablaran con los expertos, los psicólogos, los científicos, les dirían que deberían haber unos casos de prescripción muy muy amplios, lo máximo que pueda permitir la Ley.
Yo preferiría que los delitos de pederastia en España fuesen imprescriptibles, pero es muy difícil, por la mentalidad que tienen los juristas en España, porque hay muy pocos delitos que no prescriben, y todos se relacionan con genocidio.
Entonces, de forma realista y pragmática, lo máximo que podemos conseguir es ampliar mucho los plazos. Por eso llevamos mucho tiempo peleando para que los pasos de prescripción comiencen a contar a partir de que la víctima cumpla 50 años, porque entonces ya ha tenido suficiente tiempo para superar el trauma, buscar ayuda, ponerse en terapia e independizarse del entorno abusador.
¿Cómo ha sido la receptividad del gobierno?
Entre mala y muy mala. Es un tema que es tan lógico, de sentido común, y tiene un respaldo de la sociedad española tan transversal, que los políticos no se atreven a oponerse directamente. Entonces, lo que han intentado es darle largas.
Nosotros en 2016 entregamos cientos de miles de firmas en el congreso, y los políticos nos dijeron que no se puede legislar en caliente, cuando el tema dejó de estar en agenda y los medios ya no prestaban atención, metieron la reforma en un cajón, donde ha estado cogiendo polvo los últimos 4 años.
¿Por qué crees que la violencia machista sí ha conseguido mover a los políticos, pero la pederastia no?
Primero, es muy triste decirlo, pero las mujeres son el 52% de la población y, por lo tanto, de los votantes. Pero los niños no votan, y como los niños no votan, el tema de la pederastia clerical no entra en agenda política. Es muy duro decirlo, pero piensan así.
Algo que también es muy importante, es que a nivel de la violencia machista, ha habido una pérdida de miedo por parte de las mujeres a romper el silencio. El caso de Ana Orantes fue muy importante, y a raíz de eso muchas mujeres decidieron que contarían sus historias de maltrato durante años y décadas. Eso cambió la sociedad. Ese cambio de mentalidad a nivel de las víctimas de abusos sexuales infantiles aún no ha pasado.
¿Entonces parte de la solución es que las víctimas rompan el silencio?
Efectivamente. Yo me encuentro muchas veces hablando con víctimas que me dicen que para qué lo van a contar si sus familias, parejas, hijos no lo saben, y lo único que pueden conseguir es hacerles sufrir. Es decir, incluso en las propias víctimas aún no ha habido ese cambio de mentalidad. Por eso creo que es tan importante qué pueden tener los supervivientes rompiendo el silencio, porque es un modelo alternativo de cómo se pueden hacer las cosas.
Yo, cuando era adolescente, no tenía ninguna referencia en España, pero sí que veía que en otros países las víctimas denunciaban, y eso a mí me daba muchos ánimos. El ver a activistas en otros países, como Mitchell Garabedian que fue el activista que apareció en la película Spotlight, conocerlos en persona, a mí me daba ánimos y por eso pensaba: “Si ellos han podido, ¿Por qué no voy a poder yo?”
¿Por qué decides escribir el libro justo ahora?
Primero, porque era una manera, de forma definitiva, de dar carpetazo a una etapa de mi vida. Hay veces que para pasar página tienes que leerla en voz alta, y esta me pareció la manera de darle cierre a esa parte de mi vida.
Luego, hay una razón política, el gobierno de España dice que va a aprobar una Ley integral contra la violencia infantil, y en esa Ley se habla de cómo prevenir los abusos en la familia, en la escuela, en el deporte, pero no menciona a la Iglesia. Entonces, sí, esta Ley puede mejorar mucho, y desgraciadamente o los políticos notan presión en la calle a través de activistas, medios y denuncias, o no mueven el culo.
Según el libro, cuando eras adolescente tuviste un gran “despertar espiritual” – ¿Cómo está tu fe ahora?
Ha cambiado.
Cuando piensas en el trauma, en experiencias traumáticas, no solo es el abuso en sí, sino que tu sistema de creencias, como todo sucede en tu entorno de confianza, se desmorona. Es como vivir en un edificio, y que se te caiga el edificio encima, y desde las ruinas te preguntes, “¿Yo ahora cómo reconstruyo todo esto?”
Yo era creyente, consideré entrar en el sacerdocio, iba a misa todos los domingos. Para mí la fe era algo muy importante. Luego vi que en Monserrat, que debía ser lugar santo por excelencia, estaban haciendo más bien la labor del diablo… y eso me hizo perder la fe.
Con el paso del tiempo, y gracias al ejemplo de otros activistas, descubrí otra religión, que es la defensa de los Derechos Humanos. Para mí fue muy importante cuando los activistas de Estados Unidos me invitaron a la ONU porque se me abrieron los ojos, vi otro mundo. Descubrí que se puede luchar por defender los Derechos Humanos y cambiar las mentalidades, las leyes y los protocolos, y desde entonces esta es mi nueva lucha, con fervor religioso.
¿Crees en Dios?
No, no creo.
El portavoz de Montserrat, Bernart Juliol, “aceptó” los hechos, pero dijo que tú nunca denunciaste, y que no aparecieron otras víctimas, ¿Cómo valoras estas declaraciones?
Ellos mismos han reconocido que el Germà Andreu era un depredador sexual, que abusó al menos de 12 víctimas, si no encontraron otras más, sería que no buscaron mucho, porque yo denuncié los hechos y, en tres semanas, salieron otras 9 personas que contaban lo mismo. Entonces, no es que no aparecieron nuevas víctimas, es que no las buscaron.
Yo, durante 20 años, les pedí que buscasen nuevas víctimas porque ese señor era un depredador sexual, pero no me escucharon.
En el libro cuento que me quejé 4 veces, con 2 abades distintos, y solo me hicieron caso cuando me puse con una pancarta frente a Monserrat el domingo, el día de la misa.
En el libro cuentas que cuando le contaste al padre Sanromà, en un principio se mostró receptivo y hasta te dijo que tu historia no le sorprendía. Pero en la siguiente oportunidad que hablaste con él, su actitud había cambiado completamente, ¿Qué crees que pasó ahí?
Yo creo que hay gente en la Iglesia a la que le gustaría que las cosas se hicieran de otra manera, pero las órdenes de arriba son que los abusos hay que encubrirlos, que hay que defender el poder, el prestigio y el patrimonio. Pero lo más grave es que esta gente obedece estas órdenes.
Cómo puede ser que haya tantos católicos, fieles, monjas que sus superiores, la jerarquía, les diga que hay que encubrir estas cosas… ¡Y les hagan caso!
¿Qué pasa adentro? ¿Cómo es posible que exista esta cantidad de pederastas en la Iglesia?
Porque el abuso sexual florece en un entorno de secretismo. Por ejemplo con mi abusador, ¿Cómo puede ser posible que abuse de un crío tras otro tras otro tras otro durante años, y no pase nada? Por una sencilla razón, porque las víctimas nuevas no conocen que ha habido víctimas antiguas, por lo tanto, si tú generas un ambiente de secretismo, donde estos trapos sucios se lavan en casa, donde estos casos no se afrontan abiertamente, garantizas amplios espacios de impunidad.
Si tú analizas, tiene todo el sentido del mundo. ¿A dónde van los pederastas? A donde hay niños. Entonces, la Iglesia Católica ha generado un ambiente de trabajo muy satisfactorio para la pederastia porque tienen, por una parte, acceso a niños, por otra, secretismo, y por último, impunidad. El trabajo del sacerdote es el trabajo ideal para un pederasta.
Un pederasta no se mete a trabajar de geriatra, se mete a trabajar de pediatra, por eso la Iglesia no entiende que, o impone normas muy estrictas para atajar estos comportamientos de raíz, o va a seguir siendo infiltrada y invadida por depredadores sexuales.
¿Alguna vez se te ha acercado algún sacerdote o monja para darte su apoyo?
Sí, he tenido contacto con dos sacerdotes que se han caracterizado por un apoyo inquebrantable a las víctimas, y a los dos la jerarquía católica les hizo la vida imposible, hasta que consiguió echarlos.
Uno fue Alberto Athié, quien ayudó a destapar toda la olla del caso de los Legionarios de Cristo en México, y otro fue Thomas Doyle, quien trabajaba en la Nunciatura del Vaticano en Washington (EE.UU), quien en los años 80 hizo un informe alertando a los obispos norteamericanos y al Vaticano, sobre el tsunami de casos de pederastia que se les venía encima, y nadie quiso escucharlo.
En su momento, el Papa Benedicto XVI dijo que todo lo que estaba pasando era una “campaña mediática planificada en contra de la Iglesia Católica”, ¿Qué opinas de esto?
La Iglesia lleva 30-40 años con el mismo discurso, que es: “No tenemos un problema” (negación), “No hay para tanto” (minimización), “Es una campaña en nuestra contra” (victimismo). Al final, lo que subyace en esa actitud es una negativa a asumir la responsabilidad de sus víctimas y de sus pederastas.
¿La llegada del Papa Francisco ha supuesto algún cambio en este sentido?
Mejoró mucho la estrategia de marketing de la institución. Francisco engañó a mucha gente, pero porque mucha gente quería ser engañada. Utilizó un lenguaje muy duro, que no se había escuchado en un Papa antes, pero esas duras palabras no fueron acompañadas de hechos contundentes y, obviamente, el problema siguió enquistado.
En 2014, durante el primer Pontificado de Francisco, el Comité de la Infancia de la ONU hizo un informe demoledor sobre el problema de la pederastia en el Vaticano y, lo más importante, le dio una hoja de ruta, un plan de acción, una serie de medidas específicas y muy efectivas: Denuncien ustedes mismos a los pederastas en la policía, entreguen los archivos canónicos, expulsen tanto a los curas pederastas como a los obispos encubridores, establezcan mecanismos para compensar a las víctimas, hagan lobby a favor -y no en contra- de aumentar los plazos de prescripción.
Pero Francisco decidió ignorar ese consejo, y durante 4-5 años se dedicó a dar “buenas” palabras. ¿Qué pasó? El problema no se solucionó y en 2018 empezaron a explotar casos de pederastia en todo el mundo: En Francia, el Cardenal Barbarin procesado por encubrimiento. En Estados Unidos, el informe de Pensilvania. En Chile, el caso del Obispo Barros por encubrimiento. En Australia, el Cardenal Pell procesado por pederastia.
¿Y qué pasó?
Que esa campaña de marketing se le fue al carajo, y entonces pudo haber sido un punto de inflexión y reconocer que se había equivocado, asumir el informe de la ONU y comprometerse a implementarlo a profundidad, pero lo que hizo fue doblar –o triplicar- la apuesta de marketing, y organizó una cumbre antipederastia (enero, 2019), invitando a todos los obispos del mundo para dar la sensación de que se lo está tomando en serio.
Al final nos reunimos con el Vaticano y les volvimos a pedir que implementaran las medidas, pero nos dieron el portazo. Después de esa reunión, yo me di cuenta de que todo aquello era una tomadura de pelo, que no iba a servir de nada, y un año después, aquí estamos.
¿Dónde estamos parados ahora mismo?
Yo creo que es muy importante cambiar la mentalidad, y en vez de esperar contra toda esperanza que el Vaticano y los obispos se pongan las pilas y solucionen el problema, debemos empezar a mirar a las autoridades civiles, a las instituciones, a la justicia.
El Papa Francisco no va a limpiar a la Iglesia, a la Iglesia la van a limpiar la Policía, la Guardia Civil y los juzgados. Debemos exigir que los delitos de pederastia se traten como crímenes, se investiguen y se castiguen en la justicia civil. Y si la Ley actual no permite hacerlo, habrá que cambiarla. Pongamos el foco en el Estado.
¿Los abusos se pueden evitar? ¿Qué consejo le darías a los padres?
Hay que verlo como un problema, y existen herramientas para solucionarlo.
Existen muchos recursos orientados para padres, para saber cómo proteger de forma efectiva a sus hijos. Por ejemplo:
La regla del bañador: Enseñarles a los niños desde que son pequeños, que hay partes que son privadas, que son las partes que están cubiertas por el bañador o ropa interior, y que si hay un adulto que intenta tocarlos por debajo de esa ropa, tienen que decírselo a mamá o papá. Y que si en un primer momento no lo dicen porque les da vergüenza, culpa o miedo, no pasa nada, lo pueden decir en cualquier momento.
Es una herramienta útil y práctica para proteger a los niños, sin caer en el alarmismo, ni el miedo indiscriminado.
¿Y luego de que el niño habla?
A veces lo más importante no es lo que ha pasado, sino la reacción del entorno. El hecho de haber sufrido abusos sexuales no te condena a tener una vida miserable, llena de dolor y sufrimiento, dependerá mucho de cuál es la reacción del entorno.
No es lo mismo que el entorno crea al niño, a que lo cuestione; no es lo mismo que el entorno le dé al niño un espacio para hablar del tema, a que lo silencie y guarde el secreto. No es lo mismo que el entorno tenga en mente el interés del niño y no el honor y la honra de la familia o de la Iglesia.
Afortunadamente, en los últimos 20 – 30 años se ha hablado mucho del tema, se ha denunciado mucho el tema, y hay muchos recursos disponibles. Es importante decir que existen herramientas, que hay personas que pueden ayudar, solo es cuestión de encontrarlas.
Foto: Planeta.