Una confesión muy honesta de nuestra profe de yoga, Milka Jourdan (@milka_yoga ), sobre un episodio de abuso en su infancia y violencia machista en relaciones pasadas.
Toda mi vida me he considerado una mujer fuerte, valiente y rebelde, en pro del valor y la importancia de la mujer en la evolución del mundo.
Hasta ahora, no le había dado mucha importancia a situaciones en mi vida en las que fui vulnerable, minimizada, abusada e irrespetada.
Pero ya me di cuenta de que sí lo fui…
La fuerza que ha tenido en estos meses el movimiento feminista con el canto “Un violador en tu camino”, la culpa no fue mía, ni como vestía, ni donde estaba, me ha llevado a confesar y escribir lo siguiente:
Tenía yo 10 o 12 años, no recuerdo muy bien la edad, y me fui de viaje con mi familia. Una noche, me quedé sola con un miembro (hombre adulto) de mi familia.
Ya estaba en pijama y viendo televisión, cuando no sé por qué él empezó a tocarme. Yo sabía que eso no estaba bien, y con miedo de verlo a la cara y sintiendo vergüenza, salí corriendo a una habitación, pensando que ahí estaría más segura.
Pero eso fue un error, porque al instante se metió en la cama y volvió a tocarme.
Confundida y en pánico, esta vez salí corriendo y me encerré en el baño, hasta que el resto de mi familia llegó a casa.
No entendía por qué esa persona que era una especie de figura paterna para mí, había sido capaz de hacer algo así.
Ese día no dije nada, nunca le comenté a mis padres, es más, nunca dije nada (quizá, mi mamá se entere si llega a leer esto). No sé si fue por miedo, culpa o pena, no lo sé; lo que sí sé es que no hice ni dije nada.
Lo seguimos viendo en reuniones, pero yo cambié mi actitud hacia el, perdió mi respeto y ya no lo quería saludar; pero lo hacía porque los niños deben saludar a los adultos por educación.
Adulta lo volví a ver, pero fue como si hubiera pasado la página, nada sucedió; hoy en día no sé nada de él y la última vez que lo vi fue en el funeral de mi papá hace 7 años.
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Mi subconsciente guardó este episodio, siento yo que para protegerme. Pero la culpa y la vergüenza quedaron alojadas ahí hasta hoy, que estoy tratando de sanar. Creo que a la primera persona que le conté fue al que es hoy mi esposo, porque la primera vez que hablé de eso, tenía 23 años. Hoy siento compasión hacia su esposa, su hija y las amigas de su hija… Pero esa es otra historia.
Fue aquí cuando me di cuenta de que fui abusada por una persona cercana a mi familia.
Y cantando la canción, me di cuenta también de que en algunas ocasiones de mi vida y en algunas relaciones pasadas, sufrí de violencia de género, y no es hasta ahora que caigo en cuenta. Fue como una especie de epifanía.
Una vez tuve un novio, y recuerdo que me hice un piercing en la parte alta de mi oreja, y a él no le gustó y casi me lo arrancó. Hasta el día de hoy sigo teniendo sensibilidad en esa área de la oreja.
Recuerdo otro momento en el que me vestí para salir y a él simplemente no le gustó, porque mi ropa era “muy provocativa”. Me tuve que cambiar la blusa.
Además, él no quería que yo trabajara, porque él me tenía que mantener.
En aquel entonces, no me daba cuenta de que fui víctima de violencia machista y que lo que me pasaba con mi pareja no estaba bien, porque aunque yo no me sentía cómoda, siempre terminaba haciendo caso y siendo sumisa.
Es que recuerdo a mi madre diciéndome que al hombre hay que escucharlo y respetarlo, porque es la cabeza de la familia. Y no le reprocho a mi mamá, porque ella fue criada en otra época, según las creencias de mis abuelos, y así me crió a mí. Nuestras madres nos criaron pensando en nuestro mayor bien.
Luego tuve otro que me rompió mis carteras, porque siempre discutía e inventaba dramas, y yo por no querer discutir con él, me daba media vuelta. Entonces, él me jalaba por la cartera o por el cabello a lo cavernícola. Me alejó de mis amigas.
Yo llegué a ponerme igual de agresiva que él. Recuerdo que un día una chica lo llamó, le arranqué el celular y empecé a gritarle locuras a la chica por teléfono. Había perdido la razón.
Creo que llegamos a un punto en el que hay ciertas situaciones que vemos como “normales”. Comentarios como: “No vas a salir con eso puesto” o “Qué vas a opinar tú, si no sabes nada”, son normales en nuestras vidas.
En mi caso, evolucionó hacia algo más absurdo: su papá, un día me agarró por el pecho y me amenazó de muerte si dejaba a su hijo, mientras mi supuesto novio miraba la situación con una sonrisa, ¡Sí, esto también me pasó!
Me costó dejarlo ¡Mucho! Pero yo estaba segura de que había llegado bajo, que merecía algo más, que esa relación era tóxica y no iba a ningún lado. Hasta que un día, ese mismo señor me llamó puta, y yo dije: ¡Hasta aquí llegué, NO más!
Encontré fuerza interna y mucho amor propio para ponerle fin a esa relación. Fue difícil y caótico, pero logré decirle adiós a una relación muy tóxica en la que no me había dado cuenta del daño que me hacía.
Y conocí a un hombre hermoso, maravilloso y amoroso, y al conocerlo, me di cuenta de que sí podía ser amada, valorada y protegida.
Si te grita, no es amor; si te dice qué ponerte y qué no, no es amor; si no te deja salir, no es amor; si te hace sentir menos, no es amor; si no te valora, no es amor; si no respeta tus cosas, no es amor; si te agrede verbal o físicamente, si controla tus mensajes o conversaciones, no es amor; si te obliga a hacer cosas que tú no quieres, NO ES AMOR.
Dejemos atrás cosas como: “Es que así me quiere”, “Esa es su manera de demostrarme su cariño”, “Quizá sí fui yo”, “Es que fue criado así”
La culpa no es tuya, ni dónde estabas, ni de dónde venías, ni cómo vestías.
Hay que ir poco a poco identificando esas creencias machistas que hay dentro de nosotras y erradicarlas. Dejemos de culpar a la víctima.
Llénate de valor y haz escuchar tu voz, porque podemos generar el cambio en el futuro criando con igualdad a nuestros hijos.
La sociedad sigue siendo machista, hay mucho que hacer, mucho que educar, y soy de las que piensa que hay que hacerlo con amor y unión, no con odio y división; no valemos más que los hombres, no valemos menos que los hombres, valemos igual mujeres y hombres, ellos no son nuestros enemigos.
Como mamás y papás, debemos ir generando esa empatía, transmitirles a las futuras generaciones de niñas y niños, que las niñas pueden llegar a ser astronautas y que no son nada más las princesas esperado ser rescatadas; que pueden jugar con carros y tierra, que ellas valen y pueden llegar a ser lo que deseen.
Debemos enseñarles a nuestros niños y niñas que todos merecemos respeto, que las niñas son igual de fuertes e importantes, que todos pueden limpiar y ordenar la casa, que está bien llorar y mostrar emociones, que el cuerpo se respeta.
Tenemos que decirles a los niños que NO es no, que está bien ser uno mismo, que pueden cuidarse y cuidar de otros, que pueden ser amigos de niñas y que pueden jugar con muñecas y ver “Pequeño Ponny”.
Empapemos a nuestros esposos también de esta manera de ver a una sociedad equitativa y eduquémoslos en la igualdad y respeto.
Las mujeres somos las sanadoras de la sociedad, sanemos desde casa, con ejemplo, con respeto y amor.
No normalices lo que sabes que no es correcto, habla, busca ayuda, no estás sola.
Les puedo decir que creo que estoy en proceso de sanación, y que haya tenido el valor de escribir esto es parte de esa sanación. Energéticamente las emociones de culpa y vergüenza se alojaron en mi ovario derecho. Quizás le escriba una carta al abusador diciéndole todo aquello que en ese momento no le dije y después la queme, no sé, no siento odio, ni rabia… Siento lástima.
Y recuerda: La culpa no es tuya.
Te invitamos a leer: ¡Eres capaz de cambiar las creencias que han afectado tu vida!