Todos tenemos momentos que no queremos recordar por diferentes razones, a veces las compartimos, a veces no.
Yo –particularmente- no quiero revivir la primaria. Para mí esos 6 años, repartidos en dos colegios, fueron terribles y negativamente imborrables. El acoso escolar (o bullying) es algo que quienes lo vivimos, siempre queremos olvidar.
Siempre fui la niña dulce del salón. Cuando estaba en preescolar no soportaba ver a los niñitos llorando e iba a consolarlos, las maestras le decían a mi mamá que yo era quien los ayudaba a calmarse. Con 4 años ya tenía la necesidad de ayudar y que todos a mi alrededor estuvieran bien. Si eso estaba en mis manos ¿por qué no hacerlo?
Cuando entré en primer grado las cosas comenzaron a cambiar. La dulzura de una niña de 6 años (porque además, era la menor del curso) no fue un punto a favor sino una debilidad para ser atacada por mis compañeros y las muchachas del bachillerato (liceo).
Para mí ir al baño era un trauma, porque estas liceístas se dedicaban a encerrarme ahí, a no dejarme salir y a burlarse de mí y de mi desesperación. Aprendí a no entrar al baño que tenía el interruptor afuera, porque me quedaba a oscuras y siempre le he tenido miedo a la oscuridad. Me acostumbré a aguantar las ganas orinar durante el recreo y también a usar el baño a otras horas.
A veces no funcionaba tan bien, porque ellas siempre estaban allí.
Mis compañeros de clase se dedicaban a ponerme sobrenombres. Siempre he sido alta y bueno, eso tampoco jugó a mi favor. “Gigante”, “Jirafa” y “Dientes de conejo” son solo alguno de los adjetivos que escuchaba a diario.
La niñita popular del salón decidió que uno de sus pasatiempos favoritos era mandar a otros a golpearme, simplemente porque le parecía divertido.
Pero el acoso en ese colegio no se limitó solo a los compañeros o las chicas más grandes. Como soy conversadora, no desperdiciaba la oportunidad de hablar con alguno de mis compañeros, y una vez la maestra decidió que yo molestaba demasiado y mis compañeros me agredían con frecuencia, cosa que distraía al curso; por lo que su solución (nada didáctica) fue colocarme en un pupitre afuera, en la puerta del salón, y así todos “estábamos bien”.
Todos los días hablaba con mi mamá y mi abuela, les contaba todo lo que me pasaba, lloraba porque no podía calar en el grupo, porque era rara, porque no entendía qué pasaba, porque la del problema era yo.
Ellas –que son parte de mi pilar fundamental- se enfocaron en hablar conmigo y aconsejándome, explicándome que no era rara y que todo iba a pasar, hablaron con la directora del colegio y con los representantes de quienes se metían insistentemente conmigo- pero en el caso de las liceístas, el acoso no cesaba sino se agudizaba.
La decisión de mi mamá fue que después de 3 años terribles, un cambio nos vendría bien a todos.
Así fue como llegué a un nuevo colegio, donde comenzó mi relación con las monjas y los salones solo de niñas. Para mí este era un reto y un nuevo comienzo, que terminó siendo una nueva tortura.
El primer día de clases nos metieron a todas en el salón de actos para darle la bienvenida a las nuevas y establecer las reglas. Estaba todo el mundo. Una Hermana selecciona a una niña de cada ciclo para llevarlas a la tarima. Sí, la seleccionada de cuarto grado fui yo. La Hermana pasó caminando mirando una por una, y cuando llegó a mí supe que esta relación no iba a ser la más cordial. Ella –delante de todo el colegio- me destruyó: criticó mi peinado, mi camisa, mi suéter (que era el que tenían TODAS, pero el mío no le gustó), mi falda, las medias que no me llegaban a la rodilla (porque tenía las piernas demasiado largas y jamás iban a llegar allí), mis zapatos, mi morral y todo lo que ella quiso.
Ella hizo que caminara por todo el lugar para que el colegio viera lo mal que me veía y lo que no debían replicar.
Era el primer día de clases en el colegio nuevo y yo ya lloraba a cántaros, quería a mi mamá y no volver más nunca.
Eso le dio pie a mis compañeros a hacerme también la vida un poco más complicada de lo normal, con la ayuda fiel de esa hermana que me hizo pasar una de las humillaciones más grandes de mi vida.
“Mona”, “Jirafa”, “Pobre”, “Gorda”, “Chiva” son algunos de los adjetivos que recuerdo de esos 3 años del caos. A eso se le sumaba que la Hermana se esmeró en hacerme mi travesía más complicada: si me ponía ganchos en el cabello, ella me los quitaba porque no formaban parte del uniforme (aunque todas mis compañeras los usaran); era la profesora de matemáticas y me ponía bajas calificaciones porque “yo era demasiado lenta para entender”; si usaba un lápiz a veces me lo quitaba “prestado” (me lo arrancaba) y no me lo devolvía, no tenía con que escribir en la clase y me regañaba. Me acostumbré a cargar más de uno, por si acaso.
Cuando se pusieron de moda las maletas escolares mi mamá me compró una, pero un día ella decidió que mi maleta era la que hacía ruido (a pesar de que TODO el colegio tenía una) y me la decomisó, dejándome todas las cosas en una bolsa negra. Si mis compañeros me insultaban o me “tropezaban” durante la clase, ella se reía porque “me lo merecía”.
Mi mamá discutía con ella constantemente, las otras Hermanas le reprochaban su actitud, que apoyara el acoso, pero ella continuaba sin piedad.
Mi relación con mis compañeros no fue la mejor y en Sexto Grado por fin terminó.
Mi época de liceísta fue mucho más cordial, aprendí a dejar de ser la vulnerable del salón para volverme una persona fuerte, que tomó todas esas malas experiencias del colegio y las volvió solo recuerdos de lo que no podía permitir que pasara de nuevo.
Aprendí a reírme primero de mí, a aceptarme un poco, a conseguir empatía con personas igual que yo, a socializar un poco mejor, a hacer amigas que todavía están allí y a disfrutar.
Fueron 6 años de desastre vs 6 de altos y bajos, pero que incluyeron felicidad, cordialidad, amistad y paz mental.
La época universitaria también fue maravillosa.
13 Reasons Why –la nueva serie de NETFLIX que se ha vuelto tan popular- toca muy a fondo cómo el acoso escolar termina en suicidio. Si ustedes han sufrido acoso o han sido los acosadores, seguramente se sentirán reflejados en cada uno de los capítulos, bien sea en Hannah Barker o en alguna de las 13 cintas. Chequéenla porque está increíble.
Como reflexión final les puedo decir varias cosas importantes:
- Las cosas que le hacemos a los niños JAMÁS se olvidan
- No todas las personas que sufren de acoso escolar salen victoriosos
- Si tienes hijos, préstale mucha atención. Pueden ser la víctima o el acosador. Habla con ellos
- Ser el acosador no te hace el más popular o el más cool
- Si eres la víctima, tú no tienes la culpa, no eres raro, no está mal ser tú. Habla con tu familia, pide ayuda. Todo va a estar bien.
- Quieran a sus hijos, demuéstrenle que son importantes, que está bien ser como son.
- Enséñenles a perdonar.