Sin lugar a dudas, la adolescencia es una de las etapas más difíciles de nuestros hijos. Hemos visto cómo, una y otra vez, los expertos se han dedicado a explicarnos acerca de lo que esta etapa implica y lo que debemos comprender para ayudar a nuestros hijos a salir victoriosos de ella.
Sin embargo, parece que no son tantas las veces en las que los expertos enseñan a los padres cómo sobrellevar esta época de la vida llena de cambios para nuestros hijos, pero también llena de cambios para nosotros, ya que debemos afrontar un duelo, es decir, comprender y re-significar esa visión infantil y protectora con la que los vimos durante su niñez y comprender que nuestros hijos “ya no son niños”.
Preguntas como ¿Qué le está ocurriendo? ¿En qué momento comenzaron los cambios? ¿Cómo podemos ayudarles? ¿Cómo sobrellevarlo sin desfallecer en el intento? ¿Y si se enoja con lo que le estoy diciendo? ¿Cómo le pido un beso cuando sé que se muere de la pena de que lo vean sus amigos? Son algunas de las inquietudes que escucho con frecuencia en mis consultas.
En definitiva, no sabemos cómo actuar, ya sea por no traumatizarlos o para no empeorar la relación. Y la verdad no es fácil, en esta época en la que estamos sobre informados y a veces no logramos ni siquiera escuchar nuestro corazón de madre o padre por temor a equivocarnos.
Es por esto que pretendo invitar a las mamás, papás y cuidadores que nos leen, a reconocer su potencial interno, a escuchar su corazón de padres, a seguir su instinto y a empoderarse de este rol que nadie más puede asumir con la misma entereza.
Hay varios asuntos que debemos tener pendientes con miras a cultivar una adecuada relación, y no darle lugar a la “bendita culpa” que nos “da garrote” cada vez que aparece:
- En primer lugar debemos ser conscientes de que nuestras actitudes y comportamiento determinan en gran medida los de nuestros hijos. Y no me refiero específicamente al ejemplo que debemos darles, sin querer decir que éste no sea importante, sino al respeto y a la firmeza que debemos transmitirles a la hora de educarlos.
- El respeto implica no dejarnos llevar por nuestra emociones, no educarlos con rabia o “en caliente”, porque de este modo los herimos, dañamos su ser y su dignidad. Debemos aprender a educarlos sin lastimarlos, saliéndonos de esa vieja y errónea creencia de que a los adolescentes hay que hacerlos sentir mal para que aprendan, como si el solo hecho de adaptarse a su realidad, no fuera ya difícil.
- Respetarlos también implica incluirlos y hacerlos partícipes de lo que sucede en nuestra casa, del estilo de vida que llevamos, de las decisiones que debemos tomar pero, sobre todo, de lo que tiene que ver directamente con ellos, como los permisos otorgados y los acuerdos en horas de llegada a la casa.
- Si los jóvenes se sienten involucrados y pertenecientes, también deberán sentirse responsables de las consecuencias de sus actos. Nuestros hijos no deben pagar sus errores, deben aprender de ellos y nosotros como padres estamos para acompañarlos y enseñarles en ese proceso.
- Si sienten que deben pagar por sus errores o peor aún, si los hacemos sentir que la “deuda” es con nosotros, nos enganchamos de inmediato en un círculo de venganza, o en uno de poder, en donde sentirán que se trata de un asunto personal y no de crianza y educación.
- De los errores se aprende, los errores representan una gran oportunidad de aprendizaje. La relación con nuestros hijos no debe estar basada en una lucha de poderes; son nuestros jóvenes y no el enemigo.
Como reflexión final, quisiera anotar que lo que somos con nuestros hijos es lo que traemos a cuestas de nuestra historia de vida y es lo que cargamos en nuestra “mochila afectiva”. Recuerden que no somos como el maná, caídos del cielo.
Tengamos presente siempre que sostener nuestra familia de un modo sano, implica capacitarnos en ese rol de padres; y esto, en gran medida, sugiere revisarnos como personas, pero sobre todo, debemos confiar y empoderarnos para demostrarles la seguridad que necesitan para seguir recorriendo el camino de la vida.
Fotos: PIxabay.