“Eres muy culta para decir groserías” “¿Qué haces en Tinder? “Tú eres muy linda para eso” “¿Por qué tienes condones, acaso tienes otras parejas?” Si te han dicho alguna de estas frases, entonces lee este artículo en el que Gaba Agudo (@tevefilia) te dice por qué son machismo.
Les dicen MICROMACHISMOS, aunque no siempre hay que mirarlos con lupa; así que tan ‘micro’ no son.
Los tenemos en frente y muchas veces, nos impiden ser nosotras mismas en diferentes situaciones o avanzar hacia donde queremos ir.
Son esos juicios, pensamientos o reacciones automáticas que solemos tener ante los comportamientos femeninos, propios o ajenos, y que vienen determinadas por una crianza con dominio heteropatriarcal.
Esas cosas que son machismo, pero a veces no nos damos cuenta -o nos hacemos las locas-, con las que yo me he encontrado y he vivido en mi propia piel o en la de algunas mujeres cercanas; y no en el siglo ni en la década pasada, sino recientemente, en el último año para ser más exacta y con gente que es parte de mis afectos, para más desagrado.
La policía del lenguaje en las redes
Hace unos años, cuando Facebook se convirtió en un sitio de reencuentro con amigos y familiares, se me ocurrió hacer repost a un artículo que hablaba de las “groserías” que las españolas decían en tono jocoso. Cosas como: “cómeme el coño a cucharadas” y otras ocurrencias -algunas de contenido sexual- que me hicieron reír mucho.
En verdad había algunas fuertes, pero no iban dirigidas a ofender a nadie. Eran chistes.
Lo posteé como público y etiqueté a una amiga con la que a veces hablábamos en “españolete” a modo de broma. Un tío, hermano de mi papá, respondió indignado al artículo, diciendo que jamás se hubiera esperado semejantes vulgaridades “de una mujer culta como yo”.
Aparentemente el comentario de mi tío logró que mi papá me llamara por teléfono para pedirme que BORRARA DE INMEDIATO aquel artículo que lo avergonzaba. Aquello parecía una emergencia familiar.
Para entonces, yo casi tenía 30 años, y mi papá y un tío al que veo más o menos cada diez años, me estaban llamando para obligarme a retractarme de una publicación de redes sociales y sin derecho a pataleo.
Un caso entre muchos. Muy a menudo leo comentarios de hombres que juzgan que una mujer use palabras fuertes en redes, porque pareciera que hacerlo las expone a ser tomadas como mujeres fáciles, baratas, de bajo nivel cultural o de mucha experiencia sexual (si así, fuera, ¿cuál es el problema de tener ‘mucha experiencia sexual, y quién decide cuánta experiencia sexual es mucha?).
También he leído cosas como: “si no te ‘das a respetar’ tú, no te respetarán los demás…” Porque pareciera que cuando de respeto se trata, las mujeres tenemos que hacer un esfuerzo mucho más grande que el de los hombres, que aparentemente ya vienen con el respeto ganado.
En aquel momento me sentí tan acosada que borré el artículo, pero tiempo después le aclaré a mi papá que yo no estaba en redes sociales para que nadie me vigilara o juzgara por mi comportamiento o lo que decidiera publicar.
Y que siendo una mujer adulta y dueña de mis propios actos, tampoco tenía que rendirle cuentas a ningún miembro de mi familia por mi comportamiento. Si ellos estaban allí para vigilarme, con tan solo un click los podía bloquear.
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Los vigilantes de Tinder
Hace días, una amiga, mamá soltera hace casi dos años, me contó que quería volver “al mercado de las citas” y decidió descargar Tinder.
No había pasado 48 horas de haber abierto la cuenta, cuando apareció un personaje con el que había salido, que después de encontrarse su perfil le escribió por Whatsapp para pedirle que borrara Tinder, porque: “ella era muy linda e inteligente para estar ahí” y “de ahí no sacaría nada bueno”.
Mi amiga le dio las gracias ‘por cuidarla’, pero le dejó claro que no necesitaba sus consejos y no lo iba a borrar.
Algo muy parecido me ocurrió a mí con un amigo de mi exesposo, que al ver mi perfil en Tinder, me amenazó -en tono de ‘picardía’- con irle con el chisme al ex, porque seguro no le iba a gustar nada que la madre de su hijo estuviera ‘expuesta’ en una app de citas.
Le devolví su amenaza, porque seguro a su amigo no le iba a hacer gracia saber que me estaba acosando, pero más importante aún: a mí tampoco me estaban gustando nada ni su tono, ni su mensaje.
En otra ocasión digna de recordar, en medio de una reunión en la que hablábamos de relaciones y búsqueda de pareja, un amigo se burló de quienes usaban apps de citas. “De ahí no puede salir nada bueno, solo tipos que lo que buscan es sexo”, dijo.
Me hizo gracia y le solté: “ajá, y ¿qué tal si te digo que hay días en que también las mujeres estamos buscando lo mismo: sexo y ya? Y sabemos que hay riesgos, pero también tomamos medidas inteligentes para evitarlos porque para eso somos adultas”. Se quedó incómodo, porque parece que aún en 2021 resulta impactante decir públicamente, y ante la presencia de otros hombres, que a veces solo queremos follar. ¿De verdad?
De modo que si te confiesas buscando una relación estable en apps eres una ilusa, pero si dices sin tapujos que lo que quieres es sexo sin más, pues también te tienes que apenar.
Y la gran pregunta que me hago es: ¿en dónde proponen que busquemos pareja, aquellos que creen que está mal que usemos apps de citas? ¿Nos resguardamos en casa y esperamos que un pretendiente toque a nuestra puerta y obtenga la aprobación de familia, amigos y conocidos como en el siglo XIX?
Y aunque sé que eso de apenarse por estar en apps no solo nos sucede a las mujeres, lo he escuchado y lo he sentido con mucha más condena hacia nosotras por los riesgos de seguridad que corremos normalmente y que en Tinder u otras similares se pueden potenciar.
Y si en vez de vigilarnos, ¿se vigilan a sí mismos y vigilan a sus congéneres para que no haya depredadores de los cuales nos tengamos que cuidar en las dating apps o en cualquier otro lugar? Digo yo, ¿no? Eso sí sería muy lindo de su parte.
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El condom-shaming
El preservativo, ese dispositivo que tal como lo conocemos ahora, se empezó a fabricar por allá en 1920 para protegernos del embarazo no deseado y las enfermedades, en 2021, sigue siendo motivo de vergüenza. Hay mujeres y hombres de más de 30 o 40 años que hoy en día sienten vergüenza de comprar, tener condones consigo o insistir en usarlos cuando se presenta una oportunidad de tener relaciones sexuales.
Sí, me pasó: hace no mucho empecé a salir con alguien que al segundo encuentro sexual me desplegó sus excusas para no usar condones, pero yo dejé claro que hasta que no fuésemos una pareja con exclusividad -si es que eso llegaba a suceder- los usaríamos sin falla. Así que la siguiente vez, compré una caja y la mantuve conmigo “para que nunca nos faltara”.
Entonces, a los días, cuando se enteró de que además yo ya usaba otro método anticonceptivo por mi cuenta, salieron a relucir los prejuicios del personaje: me dejó caer que si yo insistía tanto en cuidarnos con condones -y si hasta los compraba yo sola para tener ‘por si acaso’- era porque yo tenía alguna otra pareja o aventuras sexuales además de él.
No conforme con eso, remató preguntando cuántos condones quedaban para ver si yo los había usado sin su participación. Lo despaché para siempre y me quedé con sus condones y los míos.
Pero no era la primera vez en la que me quedaba constancia de que pocas mujeres (al menos en mi país) suelen encargarse de comprar y tener condones, y que por ende, algunos hombres se sienten sorprendidos -y no siempre les resulta cómodo- que sea ella la que esté preparada, cuando ellos no lo previnieron.
Y cabe decir que en esas situaciones en las que ellos claramente llevan la situación al sexo y luego resulta que ‘no tienen’, yo siempre me pregunto: ¿en serio no lo veían venir?
También, en conversaciones con amigas y conocidas, me he enterado de que hay quienes muy a pesar de su propio deseo, en una oportunidad de tener sexo prefieren quedarse con las ganas a pasar por la vergüenza de comprar condones por su cuenta o decirle a él que compraron, o peor aún, acceden a follar sin protección.
No ha faltado alguna soltera que argumenta que no suele tener condones, porque ‘¿en dónde los va a guardar?’ como si la mayoría de las mujeres no anduviéramos por ahí cargando bolsos en donde cabe hasta un secador de pelo; o cosas tan absurdas como que si viven aún con su familia, temen que la mamá se los vaya a encontrar.
Y yo me pregunto: ¿hasta qué edad más o menos van a seguir fingiendo virginidad? Porque el condom-shaming puede venir de una pareja, de tu familia o de tus amigas que los vieron en tu estuche de maquillaje (cosa bien infantil si eres una mujer adulta).
El Tinder-shaming y el condom-shaming tienen en común la incomodidad que provoca una mujer que reconoce su deseo de tener sexo y sentir placer cuando ella lo desea y busca, previene y planifica en función de ello.
Y las tres situaciones, esa vigilancia en apps de citas, el avergonzarnos por el lenguaje que usamos en redes, o el apenarnos por llevar un condón con nosotras y buscarle más explicación que la necesidad de protegernos, devela la necesidad o deseo de algunos hombres y parte de la sociedad de que no tengamos el control ni las decisiones sobre nuestro verbo, nuestras relaciones y nuestro cuerpo. Y eso solo se explica con dos palabras que tenemos la urgencia de dejar atrás ya: machismo y heteropatriarcado.
¿En serio no nos damos cuenta?