Uno de los términos que he aprendido en los tiempos que corren es el del ‘ghosting’, que básicamente es lenguaje millenial para: ‘no le contesto el teléfono, no le devuelvo los mensajes y si lo veo en la calle, cambio de acera’. La primera vez que escuché el término fue cuando, según cuentan las malas lenguas, la (archibellísima) actriz Charlize Theron se lo hizo a su novio, el también actor Sean Penn, después de descubrirle una supuesta infidelidad (ovación de pie, Charlize, chapó).
Lo cierto es que, aunque ahora lo llamen ‘ghosting’ (viene del inglés ‘ghost’, que significa ‘fantasma’); desde tiempos inmemoriales, hombres y mujeres han terminado relaciones desapareciendo sin dejar rastro, al mejor estilo David Copperfield.
COMO PODRÁN IMAGINAR, EN TIEMPOS DE APPS PARA LIGAR, TODO ESTO SE ELEVA A NIVELES EXPONENCIALES, Y HOY LES CONTARÉ TRES HISTORIAS DE LA VIDA REAL QUE LO DEMUESTRAN:
HISTORIA 1:
Después de casi un mes hablando por chat, ‘Adriana’ decide salir con ‘Jairo’, un chico guapo, muy simpático y con un alto cargo en una empresa importante. La noche se dio genial, conversación distendida y divertida, vinos, cena, más vinos, contacto físico ocasional… Todo como la maravilla de un sueño, incluso el cretino, que se autodenominaba ‘un chico normal’, destinó gran parte de la conversación a hablar de cómo no entendía a las mujeres que desaparecen de un día para otro, porque le parecía ‘un acto de inmadurez’. Entrada la madrugada, Jairo acompaño a Adriana a su portal, se abrazaron y, aunque no hubo beso, sí quedó la promesa de repetir la velada. Esa misma noche, el ‘chico normal’ le escribió un lindo mensaje a Adriana y le dedicó dos canciones, al día siguiente volvieron a hablar, él le mandó fotos del lugar que estaba visitando con su familia y después… DESAPARECIÓ. De nada valió que Adriana le escribiera, sencillamente se lo tragó la tierra.
HISTORIA 2:
A sus 50 años, ‘Luisa’ decidió darle una nueva oportunidad al amor, cómo no, apuntándose a Tinder. Luego de algunas conversaciones fallidas, conoció al que ella llama ‘el hombre perfecto’: guapísimo a rabiar, con buena conversación y con (mucho) dinero… ¡BINGO! Para su primera cita, el hombre perfecto eligió uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad. Luisa se vistió de luces y hasta fue a la peluquería. La noche transcurrió entre risas y burbujas. Luisa estaba pletórica, no podía creer que este bombón se hubiese fijado en ella, no podía creer que realmente estuviese ahí con él. Después del postre, el hombre perfecto se levantó para ir al baño y luego… ¡DESAPARECIÓ! Como lo leen, nunca volvió a la mesa, se esfumó sin dejar rastro alguno. Luego de media hora sentada sola, Luisa le pidió al mesero que mirara en el baño, estaba segura de que algo le había ocurrido a aquel hombre maravilloso; pero no, en el baño no había nadie. Intentó localizarlo por teléfono pero estaba desconectado y el chat de Tínder ya no estaba activo. Así que con el autoestima y la dignidad en los mínimos niveles de la historia, y después de haber pagado una cuenta astronómica en aquel restaurante, Luisa volvió a casa.
HISTORIA 3:
Esto me pasó a mí. Match en Tínder, uno más. Estuve hablando con ‘Carlos’ casi 3 semanas, hasta dos veces diarias, antes de que finalmente quedáramos para salir. Esa noche vino por mi y fuimos a tomarnos un vino en un sitio precioso, el vino se convirtió en cena, acompañada de una conversación qué sólo se interrumpía cuando el chico alababa lo bonito de mis ojos, aunque yo estaba un poco escéptica con toda la situación, era innegable que entre los dos había química. Al salir del restaurante, en el momento menos pensado, Carlos me cogió por la cintura desde atrás y me plantó un beso que me dejó patidifusa; esa noche nos besamos en el banco de un parque, como si tuviésemos 15 años. Durante la semana siguiente, hablamos todos los días; sí, me llamaba por teléfono, me escribía para decirme que le encantaba escucharme y leerme, yo empezaba a creerme todo y hasta, debo confesar, me hice algunas ilusiones (¡novatada!). A la semana siguiente, Carlos insistió mucho para vernos y yo, encantada de la vida, acepté. Esa noche hubo cena, pero sobre todo besos; el chico me llamaba ‘ojitos’ y me aseguraba que, cuando yo lo veía, lo desarmaba (sí, así como en las novelas más románticas de la vida.) Esa noche, después de dejarme en casa, volvimos a hablar, al día siguiente, lo mismo y luego… ¿Adivinan? DESAPARECIÓ. Ains. Luego de dos días sin tener rastros de él, le volví a escribir, se mostró bastante distante, por lo que yo le pregunté si estaba bien, a lo que me respondió: ¡sí, pero que no quiero ir a más’. Así, sin anestesia. Luego me dio el speach de ‘no eres tú, soy yo’ y ‘tú eres bella, inteligente y buena persona’ -que deben enseñarle a los chicos en el colegio-, para concluir con mi parte favorita ‘todo lo que hice estos días fue porque lo sentía’, como si el sentir fuese un interruptor que se sube y se baja ‘hoy siento, mañana, no’. Les juro que yo me quedé pâtè. Sé que podrán estar pensando: ‘Bueno, por lo menos te lo dijo’, pero lo cierto es que, después de tanta intensidad, que alguien te salga con eso y después desaparezca, es un palo por la cabeza que hasta me hizo llorar, y no por un chico al que sólo vi dos veces en mi vida, sino por haber bajado la guardia y porque las ilusiones rotas duelen… mucho.
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Sinceramente, ante semejantes historias, no me queda mucho por decir, sólo puedo contarles que hace unos años, yo decidí que no practicaría el ahora llamado ‘ghosting’, si no quiero seguir viendo a alguien, se lo digo de entrada y procuro no levantar falsas esperanzas o ilusiones. Básicamente actúo como me gustaría que me tratasen a mi, así que actúo dando el ejemplo, me hace sentir mejor persona y muchas veces eso es suficiente para estar tranquila en el loco mundo de la soltería.