Las mamás que aman demasiado

He hablado con varias mujeres, todas mamás y las veo muy bien: trabajos maravillosos, un esposo chévere, hijos divinos y la vida que alguna vez le pidieron al universo.

Pero últimamente, -no sé si por casualidad- muchas de ellas han terminado contándome una parte de sus vidas que no se atreven a decirle a nadie.

Todas tienen algo en común: están muy agotadas, pero no saben por qué. Dicen sentirse felices, pero los ojos se les vuelven lágrimas cuando les toco la tecla de eso que llaman “vivir de verdad”.

Ellas viven, sí, pero por y para los demás; solo dan y no reciben, porque no se sienten merecedoras de recibir. Y esto es porque algunas se sienten culpables por querer tener espacio libre para ellas, piensan que es un lujo hacer ejercicio, darse una escapada, ir a la peluquería, tener un hobby o salir a tomar café con una amiga. No se sienten merecedoras de recibir nada, porque les enseñaron que al convertirse en madres, se deben a su familia, y lo que implique cuidar de sí mismas o demandar un poco de tiempo para ellas, es puro egoísmo.

Aman a sus hijos, como todas amamos a nuestros hijos, pero sueñan en silencio con un viaje a Las Bahamas en soledad, y el solo pensamiento les genera escozor, lo esconden, lo evaden, no es posible, parece que la maternidad les inhabilitó la humanidad.

Ojalá las viera yo felices en semejante vida, pero debo decir con honestidad que no, que algo les hace ruido y muchas veces ni siquiera pueden identificar por qué.

Son rígidas consigo mismas y sus horarios, están SIEMPRE presentes para sus hijos, sus esposos y sus casas, viven en función de ellos, de sus actividades, sus colegios, sus fiestas, sus gustos y sus caprichos. SE DEJAN DE ÚLTIMAS O SIMPLEMENTE NO EXISTEN. Dicen que tienen un buen matrimonio, pero se les olvidó lo que es una buena conversación con su pareja, una salida a cenar, bromear sobre tonterías y reírse juntos. Eso ya no existe o sucede de forma mediocre. Las conversaciones giran en torno a las cuentas, el mercado, los colegios y los niños, o cada quien se acuesta en la cama con celular en mano sin hablar con el otro.

Se encargan de todas las cosas que suceden en la casa, las actividades extracurriculares de sus hijos y los asuntos médicos y de entretenimiento de sus papás, aún cuando tienen un trabajo que también les demanda tiempo y energía (y del cual hablan con vergüenza, como si amar su trabajo fuera un pecado frente a sus “obligaciones como mamás, hijas, esposas y mujeres”).

Y el esposo ni se entera, y no se entera no solo porque a él no le importa o no le toca, sino, y esto es lo más grave, porque estas mujeres se sienten con el deber de encargarse de todas estas tareas que, juntas, resultan realmente agotadoras.

Piensan que su deber es solo para con su familia, dicen disfrutarlo al máximo, dicen que es lo que más les gusta hacer; pero en sus ojos cabizbajos, noto eso que no son capaces de confesar, porque no se atreven, porque serán señaladas por su propio dedo acusador o porque ni siquiera saben lo que les pasa, no se conocen o se han anulado por completo.

No son capaces de ser flexibles con sus horarios y decirles a sus hijos que se dedicarán al menos una hora semanal para sí mismas ¡Eso no cabe en sus agendas mentales!

No escribo con ánimos de juzgar, ni decir si lo que hacen está bien o mal; pero al verlas (sabiendo además, que no van a cambiar su actitud), solo siento que están desperdiciando fabulosos años de sus vidas, en los que además, sus hijos se llevan buena porción de esa frustración no expresada.

No puedo terminar este texto con recomendaciones, porque sería un atrevimiento y una patanería increíble de mi parte. No soy quién para decirle a la gente como vivir y lo que más le conviene, pero repito, si estás cansada, iracunda, irritable y no sabes qué tienes, valdría la pena revisar y hacer sacudón, porque eso nos permite sacar eso que llevamos por dentro, que no nos deja vivir en paz.

Son tus creencias, tus creencias limitantes (como dice la coach mexicana Alejandra Llamas) las que te llevan a pensar que uno solo vino a este mundo a dar y a entregarlo todo, y que recibir es malo. Esa creencia de que en casa no se pueden repartir las tareas, porque eso solo te toca a ti o que tus hijos van a terminar traumatizados y en terapia psiquiátrica porque decidiste no asistir a una de sus actividades vespertinas; todo eso, valdría la pena ser revisado si te está haciendo ruido, ¿Por qué no?

Porque la que podría terminar en el psiquiatra eres tú, y vaya que eso sí le haría verdadero daño a tu familia.

Un abrazo a las que sienten ese no sé qué (el no sé qué de haberse olvidado de sí mismas y no tomar cartas en el asunto).

POR CIERTO, SI QUIEREN CONOCER PERSONAJES DE ESTE TIPO EN LA LITERATURA Y EL CINE, LES RECOMIENDO ESTE LIBRO:

El Libro de mi destino, con nuestra protagonista Masumeh, una mujer con un deber muy claro: cuidar a su familia y darlo todo. Al final, esta mujer solo se queda con la idea del deber cumplido y también una profunda soledad.

Y esta película:

Book Club“. Pendientes con el personaje de Diane Keaton (Para que vean ilustrado esto que les escribo aquí).

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Foto: Gratisography.

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