La soledad de una mamá migrante

Mamá migrante

Cuando planeé mi viaje de partida a otro país, jamás pensé que la felicidad que sentí cuando nos reencontramos mi esposo, mi hija y yo… duraría solo un mes.

Empecé a vivir con todos los miedos que puede tener una madre primeriza que se quedó sin equipo de apoyo. Entendí el valor de las personas que nos rodean durante el tormentoso proceso de la maternidad, porque sí, tener hijos no se compara con nada en el mundo, daríamos la vida por ellos, pero casi nadie habla de la maternidad y su lado oscuro.

Pero aquí no voy a hablar de lo desafiante y difícil que puede ser la maternidad, esa es otra historia.

Aquí quiero hablarles de migrar

Mi esposo y yo nunca hablamos de migrar antes del nacimiento de nuestra hija Miranda. No veíamos ni la necesidad, ni las ganas. Nuestro proyecto de vida se basaba en la vida modesta que llevábamos, sin grandes afanes ni sueños inalcanzables; pero no contábamos con que iríamos a parar en la ciudad en la que vivimos ahora.

Esa frase desgastada: “La vida es lo que pasa mientras te enfocas en hacer otros planes”, se volvió realidad para nosotros y todo cambió.

La soledad del primer año

Llegué a una ciudad que siempre fue un sueño inalcanzable para mí. Por obvias razones, (sola con mi esposo y con una bebé, extranjera en una ciudad donde pocos dan los buenos días) no tenía ni la persona, ni el lugar, ni la confianza para dejar a la niña y empezar a buscar trabajo, no solo por el tema económico, sino también por un tema de desarrollo individual.

Y en este punto, básicamente comienza mi historia.


 

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El mayor problema no creo que haya sido comenzar de cero, porque siempre fui aventurera y amaba los retos y los nuevos comienzos. Lo verdaderamente terrible fue dejar todos mis afectos atrás, teniendo que ser mamá en solitario, en el encierro de un apartamento tipo estudio al que no le entraba la luz natural por estar dentro de una pensión: Eran las 3 de la tarde y parecían las 11 de la noche.

El espacio reducido, la falta de luz natural, el encierro propio de tener una niña muy pequeña en una ciudad grande que desconocía por completo y el miedo de salir de casa sola con ella, permearon todos los rincones de la persona que siempre fui: una mujer fuerte, segura de sí misma, libre, trabajadora y aventurera. Era inevitable sentir que, durante ese tiempo, me apagué casi por completo.

Ha sido muy difícil lidiar con los cambios que se produjeron después de migrar. Sin temor a equivocarme, han sido los cambios más duros e inexplicables que me han tocado vivir durante mis 30 años de vida. No sé si ser mamá me volvió más vulnerable a cosas que antes no me afectaban, o que la realidad me golpeó tan duro, que ha pasado cierto tiempo para poder levantarme.

En esta nueva realidad, transcurrieron días enteros sin tener con quien hablar, porque mi esposo pasaba el día trabajando fuera de casa, mi familia vivía lejos, y yo tenía una bebé pequeñita que exigía cosas de mí que yo no sabía que podía dar. Todo esto fue minando mi cerebro y alimentando mi ansiedad e inseguridades; era inevitable caer en el hueco que caí.

Es que justo así me sentí: en un hueco sin salida.

 


Te invitamos a leer: ¿Vas a ser mamá y estás lejos de tu país?

 


 

Entendí que muchas veces deseas algo con tanta fuerza que sin duda termina sucediendo, pero no mides nunca la magnitud de su impacto en tu vida. Añoraba con locura mudarme de casa de mi mamá a mi casa, con hija y esposo incluido, sin entender que, en algún punto, por ser mi casa en otro país, sufriría como nunca.

“No te quejes, tienes una condición privilegiada para la población total que decide irse de su país”, era lo que escuchaba una otra y vez. Mi pregunta siempre era la misma: ¿Entonces si estoy mejor que muchos, lo que yo vivo y siento no es solo inválido, sino una ofensa al mismísimo Dios?

¡Estoy ciertamente jodida!

Completamente invisibilizada, pasaron los días más duros de mi vida, sin esperanzas, con ganas de volver a mi país, con los sueños individuales muy muy lejos de ser acciones tangibles, creyendo que no podía con nada, que no era lo suficientemente buena para nada. Era obvio, si el tema doméstico no se me daba bien y tampoco podía trabajar, ¿Para qué era buena entonces? Esa era mi pregunta de todas las noches.

Pero calma, ya ha pasado un año y un poquito más desde que estoy aquí, y mis condiciones de vida cambiaron en todos los sentidos: en el plano emocional me siento un tantico más segura, empiezo a trabajar mi fuerza interior (eso que llaman empoderamiento), incluso entendí que puedo emprender y trabajar en casa en función de mi sueño profesional.

Ya no vivo en el apartamento oscuro y ahora lo recuerdo con agradecimiento por ser el espacio que nos permitió llegar a este país para empezar una vida nueva. Así que dejé de llorar todos los días y de sentirme una rehén en mi propia casa.

He sanado, creo, algunas cosas. He empezado a dejar el apego familiar que me hacía tanto daño, es más, hasta empecé a disfrutar la soledad y la compañía de mi bebé que no quiere hablar aún.

He diversificado mi contexto inmediato, con fórmulas prácticas de esta nueva sociedad: hábitos, rutinas, productividad y organización. Así que creé @unamamaasistente ¡Sígueme!

Ahora, creo que puedo lograr lo que quiera, con adversidades, con tropiezos, con días buenos y no tan buenos. A lo mejor, es que ya empecé a creer en mí…

 


 

Nuestro episodio de esta semana es con la comediante, voice over y presentadora venezolana JEAN MARY

Y como queremos que todo el mundo lo vea, ¡Aquí lo tienes!

¡Esperamos que lo disfrutes!

 

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