En este artículo, Romy Castro de @aleteodecambio quiere contarte su historia real: lo que ocurrió en su vida después de buscar al padre que la abandonó. El final no es tan rosa.
Hola, he decidido escribir este nuevo texto porque son muchas las preguntas que me hacen en mi cuenta de Instagram, después de contarles en artículos anteriores, que había decidido buscar a mi papá.
Les dejo mis dos artículos aquí:
El día que perdoné al papá que me abandonó
No sanar el abandono de un padre, puede llegar a repercutir en tus relaciones de pareja
Empezaré diciéndote, que han pasado casi 9 años desde que decidí buscar a mi padre biológico, a quien no conocía, porque nos había abandonado a mi madre y a mí justo cuando yo tenía 6 meses.
En ese momento que decidí buscarlo, tenía 30 años, y la buena noticia es que contaba con herramientas para el manejo de emociones. Estas herramientas fueron literalmente mi salvavidas, porque hicieron mucho más sencillo y menos traumático mi encuentro con él.
Yo nunca sentí rencor, rabia, tristeza o reproche por la ausencia de mi papá biológico; para ser sincera, este señor era un total X para mí, ya que tuve una figura paterna extraordinaria que hasta su apellido me dio.
Mi mamá nunca me habló mal de este papá biológico y siempre me dijo la verdad o, por lo menos, la verdad que ella quería que yo conservara.
Cómo comencé a buscarlo…
Recuerdo que la primera vez que reconocí tener un padre biológico al que no conocía, fue en un retiro de la iglesia católica. Esto sucedió hace un par de años antes de buscarlo, pero honestamente aparte de agradecerle por darme la vida, no sabía qué más hacer con eso que había destapado ese fin de semana.
Pasados dos años, estaba estudiando psicolinguística y me di cuenta de que yo era totalmente indiferente a este papá biológico que me abandonó de pequeña y jamás se me había ocurrido buscarlo.
Aunque confieso que una vez imaginé que nos encontrábamos, y sentí muchos nervios de no saber qué hacer; lo curioso fue que estando en plena clase, me pidieron presentarme con mi nombre y que utilizara el apellido de este señor, y no pude hacerlo, porque se me hizo un nudo en la garganta y allí empezó mi verdadero trabajo emocional.
Reconocer a mi padre biológico
Reconocer a mi padre me brindó la oportunidad de llenar vacíos en mi rompecabezas familiar, porque hasta ese momento no entendía lo vital de darle lugar a cada quien, sin importar si estaba o no presente físicamente.
A partir de ese día, comencé a hacer cada uno de los ejercicios que me pedían en clase relacionados con la figura paterna con mi padre biológico, aunque era poca la información que tenía sobre él.
Mi madre en todo momento me apoyó, al punto de que no aguantó la curiosidad y decidió buscarlo en Facebook, cosa que nunca antes se nos había ocurrido hacer.
Y así fue como me atreví a escribirle un mensaje privado en esta red social. Le dejé mi teléfono, me llamó y nos conocimos.
El día que conocí a mi padre biológico
Recuerdo que el día que sonó el celular, apenas vi que era un número desconocido, mis manos se pusieron heladas; comencé a caminar de un lado a otro, porque efectivamente era él, y sus primeras palabras fueron frías y distantes e incluso me hicieron dudar.
No sabía quiénes éramos ni mi madre ni yo (aunque en el fondo sí sabía).
Luego dijo que él pensaba que yo llevaba su apellido, así que aclarado el punto de que había sido reconocida por mi otro papá, seguimos conversando y quedamos en vernos al siguiente día en un Mc Donalds.
Hoy en día comprendo que para él no fue fácil esa situación, tiene una esposa y otro hijo que no tenían ni sospecha de mi existencia.
Fue como si le cayó un balde de agua muy fría con mi aparición. Yo, en cambio, aunque estaba nerviosa, había sido la de la iniciativa, y contaba con herramientas que me permitieron manejar emocionalmente la situación.
Definitivamente, es mejor lo que pasa
Lo primero que tengo que decir después de mi primer encuentro con mi papá es: Gracias Señor, porque todo lo haces de manera perfecta.
¿Has escuchado alguna vez la frase “Mejor es lo que pasa”?, no siempre resulta ser una frase potenciadora, la realidad es que casi nunca puedes confirmar que efectivamente fue mejor lo que pasó, y a veces te quedas con la duda.
Yo, ese día, 30 años después, estaba confirmando ese “mejor es lo que pasa”, frase que seguramente mi mamá se repitió a modo de consuelo una y otra vez, mientras estaba hundida en la tristeza por el abandono de mi papá.
En resumidas palabras, la vida de mi padre biológico había sido un completo caos, con alcohol y cárcel de por medio. Después se convirtió en pastor pentecostés.
Yo, por el contrario, había tenido una infancia feliz y tranquila.
En nuestro encuentro, no dudó en sacar la biblia a cada instante, e incluso llegó a decirme que yo había nacido del “pecado”, entre otras tantas cosas como esas.
Quizás te sorprenderás, pero la verdad es que no me lo tomé personal, porque no era en mi contra que lo que decía. Él se sentía así realmente.
Me di cuenta enseguida de que sus palabras eran incongruentes, porque llegó a decirme cosas como: Si quieres, puedes decirme papá. Allí sí lo detuve y le expliqué que yo ya había tenido un papá que lastimosamente había fallecido; pero que en todo caso, estaba abierta a la idea de conocernos.
Intentó pedirme perdón, puede que me equivoque, pero lo hacía por obligación, porque él pensó que eso era lo que yo esperaba de él.
La realidad es que yo fui sin expectativas, me prepare para eso, no tenía la más mínima intención de entrar en detalles del pasado, quería comenzar nuevamente y mirar hacia adelante, e incluso le pregunté si él también así lo quería. En ese momento me dijo que sí.
Mi relación actual con mi papá
Quizás podrías estar pensando que nuestra relación hoy día está llena de amor y de una excelente comunicación. La realidad es que no, ciertamente tuvimos un par de encuentros en aquella época en la que nos conocimos, e incluso me hizo parte de una donación para muchachos que estaban en proceso de regeneración por drogas, y yo lo ayudé con mi mayor disposición.
Sin embargo, notaba que él solo hablaba de la biblia y eso dificultaba muchísimo nuestra comunicación, somos de religiones diferentes y parecía que su único objetivo era “salvarme” y que practicara su religión, cosa que me desencajaba porque después de 30 años había mucho qué contar y sobre todo mucho qué hacer entre nosotros.
Cada vez que le enviaba un mensaje de texto, sus mensajes de vuelta eran versículos bíblicos que no respondían a mi saludo.
Inevitablemente, poco a poco fui perdiendo el interés en escribirle, porque literalmente sentía que le escribía a un robot, y al cabo de los años, solo se ha convertido en un “amigo más de Facebook”, muy muy pero muy de vez en cuando nos enviamos un mensaje para saludarnos. Solo eso.
Te preguntarás cómo me siento, y la respuesta es feliz, orgullosa de mi decisión, de mi madurez emocional y de lanzarme al vacío, yo hice mi parte y él también hizo la suya.
Con el tiempo he comprendido que hay historias con finales contrarios a los que muchos esperan, pero que no dejan de ser felices.