Si el 31 de diciembre de 2015, mientras ponía la misma energía en cada deseo como en intentar no morir atragantada por alguna semilla de uva, hubiera sabido lo que me traería el 2016, me las habría comido con gusto.
En los últimos ocho meses, cambié mi estatus civil, mi cuerpo está formando una vida que me acompaña desde hace 25 semanas y llevo más de un mes compartiendo vecindario con Freud y Mozart.
Haciéndolo honor a nuestra generación “Millenialls”, mi esposo y yo no dudamos en decir “sí” cuando se nos presentó la oportunidad de mudarnos a Viena, Austria.
Así que, prácticamente en solo un mes, vendimos/regalamos la mayoría de nuestras cosas, empacamos 8 maletas, y con nuestra bebé en la panza, nos despedimos de nuestros seres queridos y del trópico con el corazón lleno de ilusión.
Viena y yo ya nos habíamos conocido en el verano del 2005. En aquella ocasión, las remanencias del extinto imperio austro-húngaro y la torta Sacher eran los “checks” que buscaba. Hoy, a mis 25 años, ya no busco el palacio de Schönbrunn o de Hofburg; hoy me emociono por ver a mi ginecóloga y hago tours por salas de maternidad.
Las inseguridades
Aunque Viena es una ciudad encantadora, no olvidemos que el idioma oficial es el alemán. Sí, aquella lengua con palabras impronunciables que se ha ganado burlas como que una vida no alcanza para aprenderla. Pues aquí me toca usar esta vida para intentarlo, especialmente después de pasar horas en el súper con mi nuevo amigo, Google Translator, y cometer uno que otro error por no entender avisos en ese idioma.
Decidir tomar un curso intensivo 12 horas a la semana ha supuesto controlar inseguridades que están más latentes ahora que estoy embarazada. Cambiar de ginecóloga a mitad del camino, enfrentar trabas con la cobertura del seguro para el embarazo, y adicional poder encontrar a la partera más cálida, han sido una prueba para mi actitud positiva.
Cesárea vs. parto natural
Viniendo de Latinoamérica, donde la cesárea se ha popularizado, jamás hubiera tenido como opción dar a luz natural. Hoy, en un país donde la cesárea es solo un último recurso, me he forzado a domar mis miedos hacia el dolor.
A esta ansiedad debo añadirle la nocividad de las redes sociales. Desde que estoy embarazada, sigo cuentas relacionadas a maternidad, embarazo, lactancia y cualquier palabra afín.
En este submundo me he encontrado con satanizaciones por igual a la cesárea y al parto. Una es toda una operación compleja que puede traer problemas con la lactancia, mientras que la otra contiene keywords espeluznantes como “desgarro”, hemorroides” o “dolor”. ¿Y entonces?
Siempre un “sí”
En este sube y baja de emociones frente al parto, donde un día confío en esta cadera latina que me dio la naturaleza y otro no entiendo por qué la gente se embaraza, la mejor opción ha sido tomar clases de yoga prenatal, caminar por estas hermosas calles y matricularme para las clases de preparación al parto.
En este sentido, mi esposo también ha sido de gran ayuda. Tener una persona con la que desahogarte, que te da masajitos en la espalda y que sabes que no te va a dejar sola cuando llegue el momento, hacen que definitivamente la ansiedad sea manejable.
Aunque es ley de vida que los cambios asustan, no hay mejor satisfacción que convertir el temor en valor y el reto en victoria.
Hace unos meses, pudimos decirle “no” a nuestra mudanza a Viena y poner como excusa a nuestra bebé. Hoy me siento orgullosa de lo valiente que estoy siendo afrontando mi embarazo en un país donde el idioma asusta a cualquiera y me empodero cada día para traer como toda una mujer a mi bebé a este mundo que esconde maravillas detrás de cada cambio.
¿Por qué no me cuentas tus experiencias como mamá expatriada?
Foto: Pixabay.