Mi novio me dejó por “no parecer virgen”

No soy virgen

Carla Aponte nos cuenta que tuvo un novio que la dejó repentinamente, ¡por un mensaje de texto! ¿La razón? Ella “no parecía virgen”.


Soy una mujer curiosa, me gusta nutrirme intelectualmente y aprender mucho, incluso, todo lo relacionado con mi sexualidad, por el que me interesé desde pequeña.

Como el común denominador de las mujeres, también soñaba y fantaseaba con la famosa primera vez. Solo que antes de vivirla con alguien más, experimenté conmigo misma.

No tenía prisa en tener sexo con otro.

Sabía que en algún momento iba a pasar y que no sería como en las novelas, que sería real y experimentaría mucho de eso que ya imaginaba por aquello que leía.

En mi adolescencia, muchas de mis contemporáneas ya habían tenido su primera relación sexual y lo consideraban un logro, un orgullo. De hecho, ser virgen para ellas era como ser un bicho raro.

 A los 17 años conocí a un chico por el que sentía deseo, pero mi voz interna me decía que faltaba algo, que no diera ese paso, que esperara un poco más, que no había apuro. Y le hice caso…

“Una virgen no se comporta así”

Un año más tarde, a los 18, conocí a un hombre que representaba la combinación que esperaba: me sentía cómoda con él y lo deseaba. No era un príncipe azul, sino alguien con quien simplemente me sentía segura y me gustaba. Nos hicimos novios y el resto se lo pueden imaginar.

Vivimos una “relación de pareja” que, con el tiempo, no fue tan relación de pareja, factores como la distancia de nuestros lugares de residencia nos afectaron. Rompimos y volvimos dos veces. No obstante, la tercera ruptura fue la definitiva y llegó a través de un mensaje de texto que solo decía: “tú y yo no cuadramos en nada”.

Pasó mucho tiempo antes de conseguir una explicación a su repentina decisión de terminar.

Sin embargo, esta finalmente llegó en otro de sus mensajes: “yo conozco de mujeres, y una virgen no se comporta así”, fueron sus palabras. De todas las razones que pude esperar, esa sin duda no se cruzó por mi mente y se quedó grabada en mi ego de mujer.

La moralidad en un himen

Antes de tener sexo, para mí era muy importante saber acerca de lo que iba a hacer, a diferencia de las películas en que la típica virgen suele no saber nada y depender de que el hombre la guíe y enseñe, dejándole todo el poder como conocedor del placer.

En mi primera relación sexual no quería estar a la espera de algo; quería ser protagonista de mi propia experiencia, una experiencia que había decidido compartir con otro, que no fue por azar o impulso. Yo sabía qué quería y con quién lo haría.

Para esa “primera vez” sentía miedo, como es natural por ser una situación nueva, pero era mayor mi deseo y quería que ambos lo disfrutáramos. Por eso, leer aquel mensaje que parecía cuestionar mi moralidad, me dolió más que la ruptura del famoso himen.

Un montón de preguntas saltaron en mi cabeza: ¿cómo se debería comportar una mujer virgen?, ¿qué significa ser virgen?, ¿está mal que una virgen conozca sobre sexo?

Me cuestioné muchísimo, me culpé y me juzgué. ¿No debí decirle que usara condón?, ¿quizás no debí enseñarle cómo me gustaba que me tocara?, ¿a lo mejor solo debí quedarme inmóvil y esperar sus instrucciones?

Todas esas preguntas buscaban una razón que justificara lo que me dijo y tenían algo en común: me apuntaban como culpable.

Orgullosamente mortal

Al cabo de un año aquello aún dolía. Seguía cuestionándome, culpándome y haciéndome pagar a mí misma por mi deseo. Hasta que llegué al diván de un psicoanalista y descubrí que no estaba mal, que nunca lo estuve.
Que simplemente mi forma de ser mujer y vivir mi sexualidad, no era compatible con un hombre como él.

Entendí que él se dejó guiar por su machismo, al que yo sin querer ofendía por concebir mi sexualidad como una fuente de disfrute y no complacerlo a costa de mi propio placer.

Años más tarde de ese episodio, me siento muy orgullosa de las decisiones que he tomado en relación a mi sexualidad; aun y cuando el mundo sigue intentando decirme qué debo y qué no debo hacer con mi placer, solo por el hecho de ser mujer.

Después de eso, llegaron otras experiencias, otros hombres y mis propios momentos a solas. Y creo firmemente que lo único que debería avergonzar o hacer sentir culpable a una mujer, es dejar su placer y responsabilidad sexual en manos de otro.

Mis orgasmos me pertenecen. Mis senos, mis nalgas, mi vagina y cada una de mis zonas erógenas son mías, y solo yo decido cómo quiero que sean estimuladas, solo yo decido qué experiencias quiero vivir y eso no me quita o agrega valor como mujer.

Al final entendí que él tenía algo de razón. Porque no, no era virgen. Era, soy y seré una mujer de carne y hueso, una mortal que siente, vive y disfruta el placer de cumplir sus deseos, pero sobre todo, que sabe muy bien que el poder de su placer lo tiene ella.

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