Patricia (@patrirosasgodoy) nos cuenta que, después de una primera cita con un match de Tinder en la que todo parecía ir bien, las cosas se pusieron MUY raras ¿Quieres saber qué pasó? Descúbrelo aquí.
He vuelto a Tinder. Mea culpa.
Fue así como conocí a “Rubén”, un chico que parecía bastante normal, pero que tenía ese je ne sais quoi que te hace darle una oportunidad.
Quedamos, para tomar un vino, una semana después de haber hecho match. Él eligió un bar pequeñito y tradicional del centro de Madrid y a mí me pareció bien.
Para variar, llegué tarde, pero a Rubén no pareció importarle. Me estaba esperando en una mesa al fondo del salón, ya con el primer vino adelantado.
De entrada, no hubo trampa. Me encontré con el mismo chico de las fotos y eso es siempre un alivio (y una alegría). Era un muchacho más bien tímido, pero con buena conversación. Divorciado, con hijos ya mayores, un cargo chévere en un museo importante de la ciudad y sentido del humor. Sin duda, Rubén se perfilaba como un buen candidato.
Hablamos fluidamente durante un rato y el vino se convirtió en cena, eso solo podía indicar que la noche iba bien. No puedo decir que saltaron chispas entre nosotros, pero la verdad es que estaba siendo una primera cita relajada y divertida. Cero quejas.
Cuando acabamos de cenar, nos despedimos en la puerta del bar y cada quien se fue a su casa. Yo estaba agotada después de una semana intensa de trabajo y a él le pasaba lo mismo, o eso me dijo.
Cuando iba en el taxi, escribí en el chat de mis amigas que había sido una cita bastante decente y eso, en los tiempos tumultuosos que corren, se agradece mucho.
Sin duda, repetiría.
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La epifanía
Al día siguiente recibí un mensaje de Rubén en el que me decía que había pasado una noche estupenda conmigo y que le pareció que yo era una mujer (y aquí voy a citar): “interesante, culta, atractiva y con inquietudes”.
PERO -bendito pero- que no le pareció que hubiese interés POR MI PARTE para nada más y (vuelvo a citar): “cuando no veo que el interés sea mutuo, acabo perdiendo interés yo también”
WHAT???!!!
Después del shock inicial, lo que pensé fue que no le gusté lo suficiente -que es muy válido-, así que decidí dejarlo ir con dignidad.
Le contesté que yo también la había pasado muy bien, que nuestra conversación había sido interesante y que lamentaba que él tuviese otras expectativas de la noche porque mi único interés era el de conocerlo y, efectivamente, nada más. También le dije que le agradecía el gesto de escribirme para darle cierre al asunto.
Su respuesta no se hizo esperar, Rubén me escribió para decirme que, más que sus expectativas, eran sus percepciones lo que le habían hecho creer eso, pero que podía estar equivocado.
Y fue aquí cuando tuve la epifanía: tal vez, el Universo me estaba mandando una oportunidad de oro para averiguar qué es lo que estoy haciendo mal en mis citas, que da como resultado que la otra persona piense que no estoy interesada.
Le pregunté directamente qué fue lo que le hizo percibir mi supuesto desinterés.
Nunca me imaginé lo que pasaría a continuación.
La respuesta
Unos minutos después, recibí un mensaje de voz de Rubén explicándome los tres motivos fundamentales por los que él había pensado que yo no tenía “interés para nada más” entre nosotros, que fueron:
- No había guardado su teléfono en mi agenda, lo que demostraba, claramente, que no había futuro entre nosotros.
- Cuando estábamos en el restaurante, me pasé de vino a Coca Cola. Eso le pareció un desplante y le hizo pensar que, claramente, yo no quería estar ahí.
- Cuando salimos del restaurante tuve la osadía de preguntarle cómo se iba a su casa y eso, claramente, denotaba que yo le estaba diciendo que no se emocionara, porque nada más iba a pasar esa noche entre nosotros.
Una vez más: WHAT???!!!
JURO POR MI MAMÁ QUE ME DIJO ESO.
Confieso que tuve que escuchar el mensaje un par de veces. Mi cerebro no estaba procesando semejante información. Pasé de la rabia a la risa en cuestión de minutos.
¿Qué era toda esta payasada sin sentido?
Me tomé tiempo para responder, no quería dejar cabos sueltos. Sabía que no tenía que justificarme de ninguna manera, pero quería que se diera cuenta de que todo eso que me había dicho, no eran más que películas que se montó en su cabeza y que no estaban ocurriendo en la vida real. Quería sacar mi espada y cortarle la cabeza porque, claramente, era lo que se merecía.
Y entonces, ocurrió: tuve la segunda revelación del día: ¡Cuántas veces he sido yo quien se monta todas unas películas en la cabeza! ¡Cuántas veces he sido yo el Rubén de esta historia!
El Universo sí que me había puesto este escenario en el camino, pero la enseñanza era otra: el daño que puede hacer darle demasiadas vueltas a las cosas.
Ahí pasé de la risa a la compasión, porque si ese chico estaba pasando por lo que yo he sentido cuando estoy rumiando el pensamiento, no podía estar nada bien.
Mi respuesta fue piadosa e incluía una despedida. Él trató de disculparse, pero ya no había nada que hacer. Todo estaba dicho.
Si bien es cierto que muchas de esas veces en las que yo he estado en la posición de Rubén hubiese matado por tener una segunda oportunidad, también es cierto que sé de dónde proviene toda esa inseguridad que él me demostró: es un lugar en el que yo he estado muchas veces y al que no quiero volver.
Gracias, Rubén, por haber sido mi espejo.
Lección aprendida.
Que pase el siguiente.
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